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| El Veraz. | San Juan, Puerto Rico |

Un Ciervo Herido

Por José Vilasuso.

La colección Cultura Cubana, que dirige Patricia Gutiérrez desde Editorial Playor en Puerto Rico. Tiene por objeto dar a conocer obras de autores cubanos tanto residentes en la patria, como en el extranjero. Con lo cual se reafirma el incontrovertible postulado de una sola literatura, donde los escenarios y residencias de los autores, reforzaron la variedad, voltaje e inspiración de sus creaciones. Viene a la memoria la llamada Generación Perdida Americana de 1922, varios de cuyos personeros residieron extramuros, alegando precisamente la conveniencia de ambientes diferidos. Esto por no citar a José Martí.

Y son estos versos martianos que sirven de título para la novela testimonio de un ascendente valedor de las letras cubanas, residente en México, don Félix Luis Viera. La obra así rubricada es de imprescindible lectura para un enfoque ambidiestro de la narrativa criolla del momento. Su escenario, la UMAP. Unidades Militares de Ayuda a la Producción que, por los años sesenta confinaron unos noventa mil hombres en campos de trabajo agrícola, principalmente a lo largo y ancho de las llanuras camagüeyanas.

Fueron aquellos reclutados conocidos por lacra social, es decir: homosexuales, religiosos, conflictivos por sus ideas, desafectos al sistema, niños bien, el profesor Carbel, gente con hábitos libertinos y larga lista de elementos peligrosos y no confiables para la estabilidad del sistema marxista leninista. Era la rémora, el lumpen proletari cuyo ejemplo negativo debía erradicarse de manera disuasiva so pena de contaminación para la sociedad en ciernes.

Un testimonio crudo, descarnado y sintomático de las tantas veces leídas y comentadas versiones de los más tristemente célebres campos de concentración europeos. Treblinka, Auschlitz , Gulag, con sus variantes doctrinales, temporales y geográficas. Merced a Fidel, Raúl Castro y Che Guevara, El Caribe voluptuoso e inflamado de pasiones no se pudo quedar al margen para digerir en estómago y piel propia la naturaleza intrínseca de los regímenes totalitarios que ensombrecieron el siglo pasado retratados en estos batallones de trabajo colectivo. En los vastos predios de la entonces provincia agramontina, aquellos descarriados uniformados de azul y sombrero de pajilla, rodeados por largas alambradas de púas, bajo disciplina estricta, y custodiados por las bayonetas de soldados regulares cumpliendo también condena. Escribieron páginas desgarradoras ocasionando la protesta de intelectuales con intachable crédito como Jean Paul Sartre, y en últimas, conduciendo más tarde al camuflaje de los campos que en definitiva persisten bajo otras formas de astragamiento y represión.

Allí se perseguía la reeducación de ciudadanos cuyo comportamiento traspasaba la línea de la sociedad igualitaria, productiva y lista para enfrentarse al enemigo imperialista. En palabras del teniente Abelardo Calunga se resume el objetivo de la UMAP. “Todavía los hay por ahí, quienes únicamente quieren beber, faltar al trabajo, andar con cuatro mujeres, sodomizar o acostarse con La Biblia bajo la almohada. Así no se puede desarrollar el país.” Era éste, desde el punto de vista ideológico, el modelaje disuasivo y eficiente para el rescate de seres incapaces de comprender las promesas del socialismo. Era la forja del hombre liberado de la explotación por otro hombre y que debía de convertirse en sueño logrado. El regresar del servicio, cada umap sería una especie de penitente católico que tras la confesión y tres padrenuestros, tendría reabierto el camino al cielo. Pero un cielo no verificable en el más allá; sino en la querida tierra que nos vio nacer. Ejemplo del mundo. Tras haber recogido plátanos, papas o malanga de sol a sol, cortar yerba o pintar la barraca, intercalándolo con horas de marcha forzada, al compás de repetidas consignas, círculos de estudio, con el agua muy escasa; excepto para recibir implacables chorros en la base del cráneo como castigo hasta el aturdimiento. Alimentándose con caldo de chícharos, café claro y pan duro. Una salida cada tres meses y otro tanto para recibir visitas de familiares. A veces, el día de salida no había a donde ir, el campamento estaba distante, el tren nunca pasaba. Pero al cabo de los años, el buen revolucionario, lejos de renegar por inconformidad, debía manifestar su reconocimiento a las directrices de su Unidad supervisada por compañeros designados por el Partido y devuelto a la vida doméstica, aceptar, disciplinadamente, las nuevas tareas que en lo adelante se le asignasen. Comandante en Jefe, ordene. No hubo otro camino a la felicidad y el progreso.

Conocemos personajes como Armandito Valdivieso el trocao, Stalin López doctrinario macizo, y Guillermo La Rumba, cuyo nombre lo identifica, que seguramente existieron o existen y aquí los vemos bajo el encanto de la ficción convincente. La pluma del que lo padeció. A ratos con buen humor, como aquella señora de trasero desmesurado, inconmensurable, estepario. Bajo la costra de sus tragedias, circula la savia de su humanidad; la rica espiritualidad del personaje, gama del vivir. Son hombres y mujeres que resultaron vapuleados por la voracidad de un poder implacable, que se superpone a toda consideración individual, a toda peculiaridad, al más ligero aliento propio. Aunque los sucesos de hace treinta años se decantan e internalizan para proveer la materia prima mejor adobada del escritor fogueado. Quien los vivió y supo pulir, y esmerilarlos con la mejor balleta de limpiabotas ducho, hace relucir la anécdota hasta el deslumbramiento, para luego derramar lágrimas de risa irónica, chispeante, sin sustituto. Ahora nos los muestra en su estricta pureza literaria, cuando la terapia de las décadas desglosa la pasión partidarista y nos explicamos hasta las razones del adversario. A propósito. No es libro de buenos y malos. De lo contrario no nos comprometeríamos. Al cabo de los años, el teniente Abelardo Calunga otrora uno de los oficiales más recios de los campamentos, quien se distinguió al aplicar la insania contra sus prisioneros en conjunto, dado lo que representaban; aunque sin odiar a ninguno en particular. Calunga es modelo a exhibir en vidriera transparente del buen comunista. El creyente a machamartillo. Revolucionario de pura cepa que te manda al paredón de fusilamiento y tu familia debe quedarle agradecida por haber limpiado a la sociedad de un vil gusano.

Uno tras el otro. Cada día transcurre monótono, planificado hasta el último minuto, reviviendo a: “Un Día en la Vida de Iván Denisovitch.” De nuestro hermano Alejandro Soljenitzin. Los años así transcurridos cuadriculan y afinan el ángulo visual del confinado. La vida se encoje y predomina la angustia. El campamento dista muchos kilómetros de la civilización. Es como si por ubicarse tan lejos, ya no hubiera otro mundo por donde caminar. Al menos no cuenta. Qué más da. Todo se ha consumado. Al extender la mirada Guillermo La Rumba, con el coco pelado, hecho leña, se sabe eje de un universo minúsculo y estancado donde ya no vale la pena vivir. Tampoco tuvo jamás ideales. Chapea la yerba sin descanso y ha decidido terminar de una vez, de una vez por todas. Pero antes, una cuenta tiene pendiente. Hay un perro de presa que se la debe. Es un sargento. Guillermo La Rumba lo vigila y dejando de trabajar, lo conmina a que se acerque. Tiene la cabeza baja, los ojos en el surco. El sargento extrañado se acerca: “ey, qué pasa,” le dice al parado. Este tiene afilado su machete e, inesperadamente, acomete y descarga un tajo sobre el cuello del oficial, separándole media cabeza y el resto del cuerpo tinto en sangre.

Días después, Guillermo La Rumba espera en silencio para ser conducido al paredón de fusilamiento.

Nota al margen.

La prensa libre no ha deseado dar a conocer La UMAP al mundo.

La coincidencia con la censura de La Habana una vez más patentiza su elocuencia. Casi todos, incluso los intelectuales, permanecen en la total ignorancia de este centro eficaz de conversión al socialismo científico. Y en todo caso, su mera mención, confrontará el desajuste con orientaciones diferidas que le restan actualidad. No se olvide que nuestra sociedad consumista recomienda publicar sólo sobre cosas agradables. En nuestro mundo feliz se acabaron las tristezas. Por otra parte, queridos colegas y compatriotas editores, tras leer el texto adjunto, me han denegado el espacio en sus publicaciones alegando que es muy largo y hoy día no se lee, incluso en Cuba.

Claro que la moraleja de tan generalizados conceptos publicitarios, salta a la vista. Si no leemos nos censuramos nosotros mismos privándonos de la capacidad de pensar, savia de la vida y la gracia divina de la cultura. Que en consecuencia encuadran la vía suprema con el objeto de alcanzar la ignorancia total. Ese paradigma a que se nos conduce con la planificación, los especialistas y la tecnología aplicada. Aquella ignorancia que funge como titular de una reciente obra de Milán Kundera, y que ya en plena Edad Media, el gran Santo Tomás de Aquino, gordísimo y sapientísimo varón, acariciando cuidadosamente los rollos de sus voluminosos manuscritos, calificó de ser: “ Tan perversa como el pecado.”


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