Por
Iván García
Pedir
dinero a los parientes que viven en Estados Unidos es una constante
en Cuba.
Ya
sea mediante una de las carísimas llamadas internacionales
desde la isla a cobro revertido, un e-mail, o una extensa carta
donde después de describir un rosario de penurias, al
final de la misiva se le pide plata al familiar o amigo.
Y por lo que dicen las cifras, el pedido no cae en saco roto.
Algo más de 2 mil millones dólares en 2011, según
el economista cubano Emilio Morales.
Desde el 2000 a la fecha, el ingreso de remesas a Cuba casi
se ha triplicado.
No solo es una buena noticia para los parientes pobres de la
isla. También para el gobierno.
En
pos de captar moneda dura, el régimen de La Habana explota
todas las variantes. Desde un “impuesto revolucionario” al dólar
de un 13%, abrir nuevas tiendas, kioscos y cafeterías
en divisas, hasta ofertar paquetes turísticos en hoteles
de 4 y 5 estrellas a los cubanos de la isla.
Por supuesto, el 70% de los miles de turistas criollos que pueden
caminar por las finas arenas de la playa de Varadero y tomar
mojito dentro de un jacuzzi, es gracias al billete girado desde
otros países.
Ni siquiera la crisis bestial que afecta a media Europa y la
demora en arrancar a plenitud de la economía en Estados
Unidos, han impedido que el chorro de dinero hacia Cuba crezca
por año.
Un economista consultado cree que, de seguir cancaneado la economía
local y las típicas insuficiencias estructurales del
sistema castrista, para 2020 las cifras de las remesas pudiesen
superar las exportaciones cubanas, que en 2010 fueron de 3 mil
311 millones de dólares si damos crédito a Index
Mundi.
A esto súmele que en 2011, más de 400 mil cubanoamericanos
visitaron su patria. Se calcula que en 2014, ese número
pudiera duplicarse y superar el de los 900 mil turistas que
anualmente viajan a Cuba.
Desde
hace años, en una carrera para atrapar la mayor cantidad
de dólares, el gobierno de los Castro ha creado un entramado
para recaudar divisas, dentro y fuera de la isla.
En Miami, por su parte, florecen agencias que hacen una pasta
con abusivas tarifas telefónicas y el envío de
dinero o paquetes a través de ‘mulas’.
Los exiliados cubanos en Estados Unidos siempre se han burlado
del embargo. No han sido eficaces las medidas restrictivas para
impedir al régimen ingresar moneda dura a apuntalar aún
más su autocracia de 53 años.
Los
compatriotas residentes en la Florida se las agenciaban y viajaban
por un tercer país o giraban los 300 dólares autorizados
por el gobierno de George W. Bush.
Cuando Barack Obama llegó a la Casa Blanca en 2008, firmó
un decreto que permitía a los cubanos enviar hasta 10
mil dólares y visitar su país cuantas veces lo
desearan. Es cierto: esos dos mil millones de dólares
por concepto de remesas le sirven a los Castro para afincarse
en el poder. También parte de esas divisas se utilizan
en reprimir, asediar y vigilar a los opositores pacíficos.
Al
no haber transparencia, el régimen se abroga el derecho
de no informar en qué se gasta el dinero enviado por
cubanos residentes en el exterior.
Pero también gracias a esas divisas frescas, muchas familias
en Cuba han abierto pequeños negocios. ‘Paladares’ (restaurantes
privados) en algunos casos; alquiler de habitaciones en sus
casas o han comprado un coche para usarlo como taxi.
Según una estadística oficial, más del
40% de la población recibe remesas. Y aunque no hay cifras
al respecto, quienes reciben dólares viven mejor que
aquellos que trabajan 8 horas y devengan un salario de 500 pesos
(20 dólares).
Pero los emigrados no solo giran dinero. Probablemente el monto
por el número de ordenadores, televisores de plasma,
celulares de última generación, medicamentos,
ropa, calzado, alimentos, artículos aseo y juguetes,
entre otros, se mueva entre los 5 y 6 mil millones de dólares
anuales.
En una nación donde los bienes básicos de consumo,
en divisas, cuestan tan caros como en París o Nueva York,
las personas que reciben 200 o 300 dólares mensuales
son privilegiadas.
La magra canasta mensual -7 libras de arroz, 3 libras de azúcar
blanca, 2 libras de azúcar prieta y 20 onzas de frijoles-
no cubre la dieta para treinta días. El resto de los
alimentos hay que adquirirlos a precios no subsidiados o en
pesos convertibles (cuc), donde le roban el 90% de sus ingresos
a un trabajador.
Cuba está repleta de problemas, pero el mayor de todos
es la comida. Vestirse y calzarse también cuesta lo suyo.
Si se saben administrar, los dólares o euros enviados
por las familias permiten una de estas posibilidades: reparar
la vivienda; vacacionar en un centro turístico; bailar
en una discoteca que cobra 10 cuc por usuario o sentarse en
el muro del malecón a beber una lata de cerveza.
“Lujos” que sí se pueden dar los altos cargos del partido,
el gobierno y los militares; gerentes de firmas extranjeras
así como los funcionarios y empleados de turismo, debido
a las propinas, comisiones por debajo de la mesa de empresarios
foráneos y lo hurtado en sus puestos de trabajo.
Aunque a ese más de 40% de cubanos, recibir dólares
o euros les otorga una cierta independencia económica
(no tienen que recurrir a la asistencia social o a los escasos
subsidios estatales), esa situación privilegiada no se
revierte en una actitud contestataria hacia al gobierno, bien
afiliándose a grupos disidentes o en una asamblea del
poder popular, a mano alzada pedir los urgentes cambios políticos
que Cuba necesita.
El miedo siempre anda agazapado en un rincón. Y a pesar
de que casi todos de los que reciben remesas están hartos
de un gobierno ineficaz, del burocratismo y la corrupción,
prefieren mantenerse indiferentes y callados.
Las aspiraciones futuras de un amplio sector de las personas
que en Cuba viven mejor gracias a los dólares entregados
por las “mulas” o girados por la Western Union, o por los euros
enviados a través de cuentas bancarias, es reencontrarse
con su familia en Estados Unidos o Europa.
Mientras, escapan de las carencias viendo los canales de la
Florida por la ‘antena’ (conexión satelital, ilegal),
siguiendo los culebrones brasileños por la televisión
nacional, tomando vodka con jugo de naranja y jugando dominó
con los socios del barrio. Por higiene mental, no leen la prensa
oficial.
Hasta que se acaban los ‘fulas’. Entonces llaman o envian un
email a los parientes en Hialeah. “Por favor, enviénme
cien dólares”. Pero siguen manteniendo silencio ante
los desmanes gubernamentales.
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