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| Semanario El Veraz | San Juan, Puerto Rico | |

Prostitución en Cuba: Mal que crece pese a que lo niegue el Gobierno

Por Ivan García

Mientras la ministra cubana de Justicia, María Esther Reus, presentaba ante un puñado de reporteros extranjeros un informe de 2012 sobre el enfrentamiento jurídico y penal en Cuba a la trata de personas y otras formas de abuso sexual, Gisela (nombre cambiado), camarera de un café estatal que alterna su trabajo con la prostitución, llamaba desde el móvil a dos amigas para puntualizar un encuentro sexual.

Esa noche, Gisela y otras dos jineteras de un barrio marginal del sur de La Habana, acordaron realizar tener sexo entre ellas a pedido de tres clientes. Cada una ganaría 15 pesos convertibles.

“Lo vengo haciendo desde que tengo 15 años. Intento escoger los clientes adecuados. Tipos que viven de negocios en el mercado negro, funcionarios que laboran en el sector de las divisas, dependientes de agromercados, trabajadores por cuenta propia y ‘faranduleros’ o reguetoneros de éxito que viven de fiesta en fiesta, ‘halando polvo’ y haciendo sexo”, relató Gisela, quien no se considera una jinetera de tiempo completo.

Hacer invisible el fenómeno de la prostitución en Cuba es una irresponsabilidad. Banalizarlo, al estilo de Fidel Castro que contaba casi como un chiste que las prostitutas cubanas eran las más cultas del mundo, es simplemente ocultar un flagelo social del cual jamás se podrá trazar una estrategia correcta, mientras la autocracia verde olivo esconda la basura debajo de la alfombra.

Una larga historia La prostitución en la isla es “sui generis”. Las jineteras no sólo practican sexo a cambio de dinero. Algunas lo hacen en pos de una visa al extranjero. Otras desean casarse y formar una familia, pero fuera de su país.

La crisis económica, el agobio ideológico, la falta de futuro y pérdida de valores las lleva a prostituirse en busca de su sueño dorado, emigrar.

Pregúntele a cualquier chica que jinetea en Cuba cuál es su aspiración. Mientras hay una élite de prostitutas bonitas, instruidas que dominan hasta dos idiomas y sólo se acuestan con extranjeros, por los barrios marginales de la capital y provincias, se expanden negocios sexuales.

A ese último grupo pertenece Gisela. Su vida es un buen expediente para un siquiatra. Un círculo vicioso de familias rotas, parientes que abusaron sexualmente de ellas y un entorno donde no falta el ron casero y la marihuana criolla.

La verdadera realidad. No saben o no quieren cambiar. Acostarse con cinco hombres en un día, drogarse y beber hasta que salga el sol, es algo que a casi todas les gusta. Por una sencilla razón. Es la manera que conocen para poder ir a discotecas de moda, comer en buenos “paladares” (restaurantes privados) y ganar moneda dura.

La mayoría de las jineteras de arrabal tienen hijos siendo aún adolescentes. La ministra Reus puede alegar que es un fenómeno a la baja pero la calle la contradice.

Lejos de disminuir, aumenta en diversas variantes. Ya no sólo es un segmento de jóvenes a la caza de turistas. Decenas de chicas pobres arriban a la capital en tren desde cualquier rincón de la isla en busca de sus sueños.

Practican sexo por cinco cuc (moneda convertible) o menos. También hay madres solteras que discretamente se prostituyen a cambio de un kilogramo de carne de cerdo o una reparación en su casa. Unas y otras toman grandes cantidades de ron o cerveza de baja calidad para alejar el fantasma de un futuro entre signos de interrogación.

Desde hace tiempo, ha ido creciendo la prostitución de gays, lesbianas y travestis y de bisexuales, que esculpen su físico en gimnasios particulares. No hay una estructura organizada de la prostitución en Cuba.

Es cierto que no existen mafias como las rusas o rumanas, que en Europa occidental introducen chicas de las antiguas naciones comunistas. En Cuba, muchas jineteras trabajan para proxenetas violentos. Y lo que es peor, no pocas veces sus padres las empujan a prostituirse.

Si usted se aleja de los céntricos barrios del Vedado y Miramar, verá que estas muchachas de los barrios marginales no visten con ropa de marca, no hablan inglés y no se preocupan en cuidar su físico.

Están allí, “jineteando” por unos pocos pesos. Olvidadas por todos, hasta el Estado.


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