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| Semanario El Veraz | San Juan, Puerto Rico | |
La revolución que proponía el paraíso

Por Luis Cino

Y quiero decirle al pueblo y a las madres de Cuba, que resolveré todos los problemas sin derramar una gota de sangre. Le digo a las madres, que nunca a causa de nosotros tendrán que llorar” (Fidel Castro, 9 de enero de 1959)

Tengo un amigo que suele sufrir una pesadilla que lo hace despertar asustado y bañado en sudor: cree sentir una descarga de fusilería. Mi amigo, que es ya sexagenario, piensa –y lo más probable es que tenga razón- que la descarga es la de un fusilamiento que presenció sin ser visto en enero de 1959, cuando tenía ocho años, trepado junto a otro amiguito en la tapia del cementerio de Manzanillo.

Refiere que a los soldados del anterior régimen, unos cuatro o cinco, los ejecutaron al borde de una fosa común recién cavada, al fondo del cementerio. Era muy temprano en la mañana y hacía frío. Escenas violentas poblaron la niñez de mi generación. Había triunfado una revolución que proponía la construcción del paraíso.

fusilamientos-4Los paredones de fusilamiento sirvieron de cimiento. De aquel enero de 1959 hay otras imágenes, bien distintas a las de la entrada triunfal de Fidel Castro y los rebeldes en La Habana, acogidos por una multitud jubilosa. Me refiero a aquellas imágenes de los fusilamientos que aparecían en los periódicos, la televisión y la revista Bohemia.

Recuerdo particularmente una en que un sombrero negro de alas anchas, tras la descarga del pelotón de barbudos fusileros, saltaba por los aires. ¿O saltó el sombrero por el tiro de gracia que también hizo volar la masa encefálica?

El propietario del sombrero y los sesos era un coronel del ejército derrotado, vestido de civil, atado a un poste. Hubo varias secuencias fotográficas de fusilamientos similares. Eran borrosas, desenfocadas, como si las hubieran tomado de prisa y con susto. No era para menos.

fusilamiento-3Los fusilamientos eran algo inédito en la República de Cuba. La Constitución del 40 sólo los contemplaba para casos muy excepcionales. Por eso, la dictadura de Batista, para eliminar a sus enemigos, recurría a las ejecuciones extrajudiciales. La revolución triunfante, entre sus primeras medidas, estrenó el paredón, el equivalente castrista de la guillotina jacobina.

Otra de esas secuencias es la ejecución de un oficial, también con ropa de paisano, en el patio del cuartel de Santa Clara, en los primeros días de enero de 1959. Un joven delgado, de camisa clara y copiosa barba negra, el comandante René Rodríguez, dio el tiro de gracia con una Luger. Sus movimientos parecían casi coreográficos. Sus zapatos de puntera estrecha, asombrosamente, no se mancharon de sangre.

fusilados b La CabañaRecuerdo que una amiga de mi hermana estaba enamorada de René Rodríguez. Nunca lo vio en persona, solo en fotos y en la TV, pero decía que era más apuesto y machazo que Rock Hudson. Tal vez porque mataba de verdad, y no de mentiritas, en películas, como el galán de Hollywood. Era común que los gestos guerreros de los barbudos matadores de esbirros excitaran a las quinceañeras.

fusilamientos- Después de todo, los fusilados eran solo eso: esbirros de la dictadura, criminales de guerra. Las fotos de sus víctimas, acribilladas a balazos, torturadas, siempre chorreantes de sangre, mucha sangre, aparecían profusamente en la revista Bohemia y en los periódicos. Imponentes, precisas en el horror, servían de morbosa justificación a la vendetta de la expedita justicia revolucionaria.

Cuando la chica que suspiraba por el gallardo comandante barbudo, se fue con sus padres a Miami y dejó sola a mi hermana en su proceso de pasar de burguesita a proletaria, ya habían quitado de la televisión los anuncios del jabón Candado y la cerveza Hatuey y también los fusilamientos. Ya no quedaban batistianos que fusilar, pero había gente que seguía gritando “paredón”.

Entonces, empezaron a fusilar a discreción, en los fosos de La Cabaña o en las estribaciones del Escambray, a alzados y conspiradores, muchos de ellos aún vestidos de verde olivo. Pero en los periódicos rara vez hablaban de las ejecuciones y los juicios sumarísimos. Ya no hacía falta ser tan explícitos. Los cimientos de la revolución estaban sentados.


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