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| Semanario El Veraz | San Juan, Puerto Rico | |
El Negro en el Sótano

Por Iván García

A pesar de ser Cuba una isla mestiza, en la escala social el negro siempre ha permanecido en el sótano. Sin aparentes contradicciones raciales y una política institucional donde oficialmente el negro es igual al blanco, muchos se preguntan por qué viven peor y entre ellos hay mayor número de marginales, presos y fracasados. El triunfo para el negro roza con la quimera.

Nadie en Cuba se atreve a debatir acerca del peliagudo tema y las condiciones de vida del negro. Excepto Fidel Castro. Públicamente lo ha planteado en contadas ocasiones. Una de ellas fue el 22 de marzo de 1959. Entonces llamó a un debate nacional y pidió a periodistas e intelectuales su participación en el análisis de las causas del racismo.

El 7 de febrero de 2003, cuarenta y cuatro años después, Castro abordó nuevamente el tema negro. Lo hizo durante la clausura de un congreso de pedagogía. Esta vez no pidió debatirlo. Lo mencionó y reconoció. Es algo.

Puede que al igual que ha ocurrido con los casos de retraso mental y niños bajos de peso y talla, equipos multidisciplinarios de especialistas de todo el país tengan la encomienda de estudiar la situación de los negros en Cuba. Ojalá.

En la barriada mayoritariamente negra y pobre de San Leopoldo, en el centro de La Habana, a José, 70 años, aún le llaman “el coronel”. Negro color teléfono, de sus ancestros haitianos aún conserva el idioma francés y las interioridades de la religión vodú. Con siete décadas a cuestas, todavía posee el porte marcial de los que alguna vez fueron militares. Su pelo canoso, sus manos enormes y callosas y su rostro ajado y triste denotan que fue un hombre de trabajo y que en este siglo de internet y globalización es un frustrado. Al menos así él lo cree.

Su historia es la de muchos cubanos que se consagraron a la revolución de Fidel Castro. Antes, en la década 1940-50, cortó caña como si fuese un esclavo. Laboró en casi todos los ingenios del centro y oriente del país: Violeta, Tuinucú, Jaronú, Tinguaro… “Fui a la escuela hasta el segundo grado y mi futuro era la mocha y el trabajo duro”, recuerda mientras se quita y estruja con las manos una gastada gorra de béisbol de los Marlins de la Florida.

En la revolución de 1959 vio José una esperanza, una posibilidad de ser persona. “Arribé a La Habana en febrero del 61. Me hice miliciano. Luego ingresé en las fuerzas armadas, de donde me licencié con grado de teniente coronel”. Estuvo en todas las aventuras militares de Castro por Africa: Argelia, El Congo, Etiopía y, por supuesto, Angola. Fue uno de los cientos de miles de negros y mulatos a quienes el gobierno cubano, aprovechándose de su raza, utilizó como punta de lanza en las guerras africanas.

“No peleaba por un ideal. Apenas conocía y no me interesaba la situación de los países africanos. Lo hice por lealtad a Fidel. En ese momentos éramos jóvenes e inmaduros y creíamos que era una revolución para los negros. Ya no pienso igual. Creo que fuimos conejitos de indias”, dice con amargura contenida.

Si damos crédito al escritor Norberto Fuentes, el general Arnaldo Ochoa habría dicho que dos de los mejores exponentes en las fuerzas armadas, Víctor Dreke y Silvino Colàs, negros los dos, llegaron a ser generales por circunstancias, no por méritos.

José siente que es un perdedor. Tiene cuatro hijos y ninguno siguió su mismo camino revolucionario. “La hembra fue prostituta, pero tuvo suerte. Se casó y ahora vive en Europa. De los otros tres, varones, dos están en Miami y el menor preso, por un delito de robo con fuerza. Para ellos Fidel Castro es el demonio. En un momento pensé que se habían deformado debido a que apenas tuve tiempo para estar a su lado. Ahora, próximo a la muerte, con pena tengo que confesar que pienso igual que mis hijos”. Y mira resignado al cielo.

La situación del negro y del mestizo en Cuba aparentemente no es un problema.

Pero lo es. Desde que en la isla se abolió la esclavitud, en el lejano 1886, el negro no ha avanzado en la pirámide social como debiera. A partir de la instauración de la república, el 20 de mayo de 1902, ha existido un amplio abanico de variantes racistas. Desde la más sutil hasta la más abierta.

Parques, escuelas y clubes sólo para blancos hubo en esa época. En respuesta, los negros se aglutinaron y crearon sociedades, colegios y sectas religiosas. Se trataban unos a otros, pero se sabían diferentes. En la década de 1940 a 1950 se produjeron notables avances sociales, pese a la discriminación. Con la llegada de Castro al poder se pensó que esas barreras desaparecerían. Al aliarse muy pronto al comunismo ruso, esa idea creció entre la gente negra.

Si en algunos partidos los negros eran líderes era en el de los viejos comunistas. El Partido Socialista Popular (PSP), estaba dirigido por un mulato oriental, Blas Roca. Varios de sus políticos más destacados eran negros o mulatos: Jesús Menéndez, dirigente de los azucareros, asesinado en 1948; Aracelio Iglesias, portavoz de los obreros portuarios, tambien asesinado; Lázaro Peña, líder sindical; Salvador García Agüero, pedagogo, considerado uno de los más grandes oradores cubanos o el poeta Nicolás Guillén, un camagüeyano que se afilió al PSP.

Más que débil, Blas Roca fue cobarde y entreguista en su política después de 1959.

Sin concesiones entregó el mando de su partido a Fidel Castro y éste lo diluyó y fragmentó a su manera.

Si alguna fuerza política hubiera podido clamar con énfasis por el problema de los negros en Cuba, ése hubiera sido el PSP.

Porque en sus filas militaban prestigiosos intelectuales negros y blancos de avanzadas ideas que estaban lejos de ser racistas.

Pero bajaron la cabeza. Y a pesar de que Castro y su revolución han intentado eliminar barreras, la situación del negro sigue siendo un polvorín.

Hasta donde se sabe, Castro no es racista.

Pero al igual que un cosmonauta está alejado de la tierra, él lo ha estado de la realidad: siempre ha desconocido lo muy distinta que es la vida del negro cubano.

Peca de ingenuo –aunque en su discurso del 7 de febrero del 2003 mostró preocupación, probablemente motivado por el alto porcentaje de población negra y mestiza que arrojó el Censo de 2002.

Son situaciones pequeñas, contradictorias, sutiles que se han ido acumulando con los años y en este tercer milenio se han convertido en una caja de Pandora. Y aquí estamos. En esta Habana descolorida y mulata, bullanguera y sucia, donde negros, mestizos y blancos caminan rápido, montan en las mismas guaguas y hablan entre sí.

Pero existen barreras. ¿Humanas? ¿Mentales? Tal vez las dos. El sociólogo Carlos, 29 años, cree que el negro no triunfa como debiera en Cuba porque su camino está lleno de piedras. “Estudié en la Vocacional Lenin, una escuela elitista. Éramos unos 900 estudiantes y los negros y mestizos no superábamos el centenar. Siempre me pregunté ¿por qué?” -y aprovecha para encender un cigarro.

“Luego, al graduarme en la universidad, inicié una investigación personal. La respuesta es simple: esta es una revolución de blancos, con unos pocos negros y mulatos. Cuando hay algún negro como Esteban Lazo, es una respuesta política, una evidente manipulación”, afirma.

Según el sociólogo, aunque las estadísticas oficiales reportan lo contrario, él calcula que el 50 por ciento o más de la población cubana es negra o mestiza, pero esta superioridad no se revierte en puestos de importancia social.

“El 90 por ciento de los ministros, gerentes de empresas e intelectuales destacados, son blancos. Entre las carreras donde existe un mayor número de negros y mulatos es en medicina y derecho, por aquello de que el papá pobre e iletrado siempre soñó que su hijo fuera abogado o doctor”.

Para Carlos, Cuba no es una sociedad racista, pero cohabitan dos mundos que se saben diferentes: uno blanco y otro negro. Si lo dudan, pregúntenle a Roberto, 36 años, quien por segunda casa ha tenido la prisión. Sólo tiene sexto grado, escribe con una letra de rasgos infantiles y lee con desesperante calma. Es sinónimo de vida hueca e inútil.

Desde los 14 años, Roberto ha vivido de prisión en prisión. No culpa a nadie. Ni siquiera a sus padres, quienes se marcharon en 1980, cuando la estampida del Mariel y nunca más supo de ellos. “Sólo sé robar, estafar y estar mezclado en riñas. Me crió una abuela que no tenía un centavo. Cuando crecí y me vi miserablemente vestido, sin dinero, sin novia y sin un futuro, me apropié de las cosas por la fuerza”.

El futuro, dice, es una mala palabra. Vive el presente. Y de prisa. Si algo provechoso ha sacado de la cárcel han sido los ejercicios físicos. Es todo músculo. Y lo aprovecha para sus fechorías. Entre los 14 y 36 años, en diferentes períodos, ha permanecido diecisiete años tras las rejas. “Nunca me cuestiono por qué los negros estamos marcados por la desgracia. Es evidente que no tenemos la suerte de los blancos”, dice con rabia.

Vive de su marginalidad, programando asaltos, apostando, jugando cartas y silot, juegos prohibidos por el gobierno.

Anda con prostitutas, gastando el dinero fácil a manos llenas. Cuando le pesca la policía y va a prisión, allí se desenvuelve con habilidad.

Es su vieja morada. La promiscuidad, la violencia y la forma de sobrevivir en las infernales cárceles cubanas, Roberto las conoce a la perfección.

De acuerdo con la comisión de derechos humanos presidida por el disidente Elizardo Sánchez, en Cuba hay más de 100 mil presos comunes.

Si damos credito al porcentaje dado por Castro en un discurso ante estudiantes de prevención social, de que el 88 por ciento de los presos son negros o mestizos, la cifra de reos de esas razas sería aproximadamente de 88 mil.

Ocho veces mayor que la de los blancos. Y van a la prisión por motivos diferentes. El negro y el mestizo van por intentar sobrevivir en las duras condiciones de la vida cubana.

Aunque de ningún modo se justifica que roben para comer, vestirse, lucir prendas, tener dinero, acostarse con mujeres blancas, poder comprar autos o motos, ir a discotecas, clubes, restaurantes, cabarets como Tropicana y, en general, llegar a ser una “persona solvente”, ésas fueron las respuestas dadas por medio centenar de negros y mestizos encuestados, todos marginales y desocupados.

Con ese fin, provocan los robos más violentos, los asaltos mas sonados y los asesinatos mas aberrantes cometidos en el país por cubanos que en la mayoría de los casos son descendientes de africanos o mezclados con éstos.

El delito de los blancos, según el sociólogo Carlos Pérez, suele ser de otro tipo: matarifes (robar y matar reses), desvío de recursos, estafa, corrupción y un sin número de delitos de cuello blanco.

“Son tipificaciones distintas. El negro roba para vivir lo mejor posible. El blanco para tener aún más y enriquecerse. Hasta en la prisión se notan las diferencias. Son distintos”, asegura.

Es cierto que las fechorías mas deleznables suelen cometerlas los negros. Rara vez ellos son gerentes ni dirigentes de instalaciones donde se mueven grandes sumas de dinero, ya sea en pesos o en divisas. Por lo tanto, sus robos casi siempre son de corte violento.

Una fuente consultada que prefirió el anonimato, manifestó que alrededor del 93 por ciento de todos los que manejan recursos y administran empresas pertenecen a la raza blanca.

Los pocos negros con jerarquía de mando se han impuesto por su exagerada lealtad a Castro. En muy pocas ocasiones por su excepcional talento.

Es el caso de Joel Diago, 39, negro de incipiente calvicie que dirige una cafetería perteneciente a una cadena de dulcerías y panaderías de estilo francés en la ciudad de La Habana. Diago ha pasado cursos diversos de gerencia empresarial, gestión comercial y marketing. Siempre fue el primero de su grupo. Dirige de forma eficiente y moderna, pero despierta resquemor y desconfianza.

De diecisiete subordinados, quince son blancos. A menudo ellos critican con furia el modo de administrar de su jefe.

Existe descontento. “Lo sé. Es problema de mentalidad. A los blancos en Cuba, por lo general, no les gusta que los mande un negro. No hay costumbre. Cuando le pones una sanción o les cierra el contrato de trabajo por mal desempeño, lo achacan a la circunstancia racial. Murmuran que ‘el prieto la tenía cogida con el blanquito’.

Al menos yo no soy así, sanciono lo malo y estimulo lo bueno. Lo que sucede es que la mayoría de los empleados aquí son blancos”, señala Diago en su refrigerada oficina, impecablemente vestido con una camisa blanca de mangas cortas y una corbata azul grana.

René Suárez, 27, blanco, exjefe de almacén que trabajó con Diago y le cerraron el contrato por descontroles evidentes, considera que lo peor que le puede suceder a un blanco es que un negro sea su jefe.

“No por racismo. Tengo amigos negros, pero cuando mandan, abusan del poder y son implacables. Se les nota en los ojos. Están a la caza de cogerte un fallo para botarte. Sólo dios y yo sabemos lo que es tener un jefe negro. Por suerte en Cuba hay pocos”, se consuela Suárez.

Un gerente que no quiso dar su nombre, al frente de un centro nocturno de moda en La Habana, es más drástico.

“ Cuando tienen un cargo, los negros -incluye a los mestizos- son rencorosos. Al parecer los siglos de esclavitud pretenden desquitárselos con el primer blanco que les pasa por al lado. Debemos reconocer que desde que el mundo es mundo, el blanco se ha impuesto al negro. A mi entender, somos más capaces e inteligentes. Si no ¿cómo responder al hecho de que el negro surgió primero y sin embargo, el blanco se impuso en el mundo civilizado? A mí no me cabe duda, somos mejores”, sentencia el gerente.

No piensan igual los científicos de varios países que concluyeron que el mapa del genoma humano y declararon estar convencidos de que todos los seres humanos son iguales y que las diferencias que puedan existir no son raciales, sino políticas y sociales.

Pero también cada persona es libre de pensar como le venga en gana. Ese derecho lo hace suyo el gerente habanero.

En Cuba, los casos de abuso racial, físico, verbal o público estan prohibidos por la ley. Lo que no se ha podido legislar son las formas variadas de racismo en la mente de los hombres. Desde la más sutil, cuando irónicamente se llama a un negro “de color”, hasta la más abierta, como obstaculizar el ascenso de negros a puestos de relevancia.

Las discrepancias por la tonalidad de la piel en Cuba no son sólo del blanco hacia el negro, aunque sea la más común. Van también del negro al blanco y del mulato al negro. Y lo que es peor, del negro hacia el negro. La raza negra está presa en su color de piel. Recibe metralla desde cualquier frente.

Mariana, 44 años, etnóloga, domina el tema en todo su contexto. Mulata clara de hablar pausado, lleva diez años estudiando el problema racial en Cuba.

“No te voy a aburrir con una historia extensa, pero el racismo que yo llamo subliminal siempre existió durante el siglo XX y hasta 1959. Después, en apariencia, se apaciguó. Pero es como un volcán dormido -bebe un poco de café y continúa. El racismo tradicional era del blanco al negro: éste lo rechazaba no solo por su color, sino por sus menores dotes intelectuales. Después que el negro se ha superado -o ha tenido la oportunidad de educarse- ha quedado latente el odio por el color de la piel y porque algunos blancos los consideran ineptos”, apunta.

Ella cree que durante el período comprendido de 1920 a 1950 se fortaleció la sociedad mulata.

“En muchos pueblos, incluso en Camagüey, donde el racismo era superior a otras localidades, se abrieron sociedades sólo para mulatos. Los mulatos tenían la creencia que eran superiores a los negros. De acuerdo a un refrán, los mestizos son la preocupación del blanco y la envidia del negro. Con el cruce de razas, si algo ha habido en Cuba es que no ha existido racismo sexual, proliferó el mestizaje y hubo una tendencia de éstos a creerse al margen de la negritud”, puntualiza la etnóloga, quien sostiene que después de la revolución de Castro este sentimiento se ha afianzado.

En una encuesta a 36 mulatos y mulatas entre 16 y 60 años, 28 no desearían casarse con negros o negras ni tener hijos con personas de esa raza, para no “atrasarse”.

Solo a 8 les importa un bledo el color de la piel. Para ellos, el problema es quererse y entenderse. De los 36 encuestados, 22 tienen algún resentimiento o tabú hacia los negros, predominando las opiniones de que son conflictivos, brujeros, marihuaneros, escandalosos y marginales.

Los otros 14 piensan que no es el color de la piel, sino la instrucción de las personas las que provocan su baja catadura. Pero los 36 coinciden en que los negros, además de vivir hacinados en viviendas de baja calidad y en precarias condiciones materiales, han tenido menos oportunidades que los blancos e incluso que los mestizos.

Si hay una fecha que Fidel Castro no puede olvidar es el 5 de agosto de 1994. Fue el día del Maleconazo o la rebelión popular habanera. Hastiados del hambre y las penurias y desesperados por emigrar, miles de habitantes de la capital, espontáneamente salieron a las calles a protestar.

Esto ocurrió en los barrios marginales, pobres y repletos de negros de Colón, San Leopoldo y Jesús María. Entre los que clamaban libertad había una mayoria negra, que ese día cometió actos vandálicos y asalto y apedreó tiendas e instalaciones por dólares para sustraer lo que ellos no tenían. Castro tomó nota.

Un tiempo después, en un intento por mejorar las condiciones de vida de la población negra en Centro Habana, se pusieron en marcha proyectos de reparación de viviendas en las barriadas de Cayo Hueso, Los Sitios, San Leopoldo y Colón. Todavía son mínimas las intenciones. Pero el gobierno está intentando que el negro viva un poco mejor.

Camine usted por los barrios de La Habana. Las calles siguen llenas de baches, la mayoría de las aceras rotas, parece un milagro de la física que las casas apuntaladas se mantengan en pie.

La gente sigue cargando y lucrando con el agua, un artículo de lujo en los barrios de la parte vieja de la ciudad: un cubo lleno de agua se vende a tres pesos. Llenar un tanque de 55 galones cuesta 40 pesos, cantidad equivalente a cuatro dias de trabajo de un empleado promedio. Cientos de personas se dedican al “negocio del agua”. Casi todos negros. Los llaman “aguateros”.

No sólo escasea el agua. También el dinero. Las billeteras están vacias. Para tratar de buscar los benditos dólares todo se intenta. Desde vender pizzas y cajitas con comida, arreglar bicicletas, reparar cocinas y radios hasta convertirse en babalao y especializarse en “hacer santo” o vender drogas, el negocio más lucrativo.

En Colón, San Leopoldo, Cayo Hueso, Jesús María, Belén, han surgido los primeros e incipientes “carteles” de la droga capitalina.

Se expende melca (cocaína) a 50 dólares el gramo -valía 30, pero después de los operativos antidrogas iniciados en enero del 2003 los precios subieron. Marihuana a 25 pesos o un dólar el cigarrillo. Sicotrópicos… en fin, todo para “volar”.

Los vendedores son negros en su mayoría. Ya a la hora de consumir los blancos tienen primacía.

En Monte y Cienfuegos, cerca del Capitolio, existe una zona de tolerancia. Ante la mirada pasiva de la policía se prostituyen chicas entre 12 y 30 años por 125 pesos (5 dólares) la media hora.

Todos ellos, los que alzaron la voz el 5 de agosto de 1994, los babalaos de Cayo Hueso, los que venden drogas en Colón y las que se prostituyen en Monte y Cienfuegos tienen un denominador común: salvo contadas excepciones, nacieron con la revolución y son negros o mestizos.

Como símbolo de las reparaciones inmuebles se exhibe el solar La California, en la calle Crespo, barriada de Colón. No se ha hecho nada del otro mundo. Lo imprescindible para vivir: reparación de techos, pinturas en las paredes y baños nuevos.

Los solares o cuarterías, generalmente habitados por negros y mestizos, son habitaciones reducidas de baja calidad constructiva y en las cuales, desde fines del siglo XIX y hasta principios del XXI, viven los más pobres, sinónimo de gente de piel oscura.

La California alcanzó fama porque ahí solía descargar en las noches calurosas y estrelladas de La Habana el genio negro de la tumbadora, Chano Pozo, quien en oscuras circunstancias muriera en Nueva York en los años 40. El solar estuvo también en boga por una canción del salsero cubano Isaac Delgado.

Precisamente en La California vive un personaje pintoresco, triunfador en una de las pocas opciones que tienen los negros para hacer dinero: la santería.

Cobra 500 dolares por hacer un Iyabó (santo) a extranjeros y cubanos adinerados. Monta el trono y que vengan los “fulas”.

Pero él realmente vive en un confortable apartamento en otro sitio.

“No me desprendo de mi cuarto en el solar, porque para un extranjero eso tiene una carga de snobismo y extravagancia: hacerse santo rodeado de pobreza, negros tocando tumbadoras y tomando ron peleón”, dice con picardía.

De moda se ha puesto consultarse con babalaos y tener “padrinos” en Cuba.

Vienen de Venezuela, Perú, México, España, Suiza, Finlandia y hasta de Japón. Y de paso dejan dinero a personas como ésta, que ha podido comprarse apartamento, carro, cadenas de oro 18k y equipos electrónicos, algo que en la Cuba del tercer milenio es una verdadera fortuna.

A pocas cuadras de donde el astuto babalao hace sus negocios, vive otro negro, mucho más joven. El ha prosperado gracias a la ilegalidad. Tiene pinta de bailador de rap neoyorquino, pero se dedica a vender drogas. No da detalles, mas da a entender que la cocaína le llega a través de una red montada entre pescadores de zonas costeras del norte de la isla, dedicados a “pescar” pacas de drogas tiradas en su huída por narcotraficantes, que el oleaje acerca a playas cubanas.

Las ganancias de este joven negro son fabulosas. Ya se compró un auto y como su paisano babalao, se apresta a adquirir una casa para él y su familia.

“Pago lo que sea”, dice y sonríe, mostrando piezas de oro en su dentadura. Si se ha demorado es porque la compra y venta de casas en Cuba está paralizada por una ofensiva contra las ilegalidades desatada por el gobierno a mediados de 2001, menos fuerte que la batida contra el trafico de drogas emprendida en 2003.

Él no tiene apuro.

“Tengo calma y dinero. Mientras, me doy la gran vida con mujeres y disfruto La Habana nocturna. Si, es cierto, puedo estar enrejado treinta años o de por vida, pero asumo el riesgo. Los negros en Cuba no tenemos muchas opciones”, afirma antes de alejarse en su carro. En una grabadora, a todo volumen, se escucha el estribillo “el negro está cocinando”, canción de Los Van Van.

No todos los negros y mestizos en Cuba viven violando las leyes o haciendo negocios con la religión.

Entre las escasas posibilidades de éxito por la via legal, donde mulatos y negros pueden sobresalir, están la música y el deporte. Isaac Delgado, Pablo Milanés, Chucho Valdés, NG La Banda, David Calzado y La Charanga Habanera, los viejitos del Buena Vista Social Club y la mayoría de los integrantes del hip hop cubanos son buenos ejemplos.

También en la danza afrocubana y algún que otro en la pintura, como Manuel Mendive y Ruperto Jay Matamoros.

En el deporte, la lista es larga, pero no todos poseen cómodas casas, buenos autos y suficientes dólares, como Iván Pedroso, Teófilo Stevenson, Mireya Luis y Javier Sotomayor.

Todos ellos pertenecen a una misma etnia, viven desahogadamente y tienen visa para viajar por medio mundo. Son la excepción.

El porcentaje mayor vive en la pobreza y sin demasiadas esperanzas. En un país monocorde y aburrido, de un solo partido, sin muchas oportunidades recreativas y con un calor de espanto casi todo el año, negros y mestizos buscan la diversión a como dé lugar.

Los morenos prefieren las descargas en los carnavales y en espacios públicos como el antiguo Salón Rosado o en los Jardines de La Tropical, a los que asisten orquestas del momento. La “timba” agresiva les hace contonear el cuerpo como sólo ellos saben hacer. Entre el baile erótico y la infame cerveza a granel o el ron de cuarta categoría, pasan sus ratos de ocio negros y mulatos de bajos ingresos.

Los más solventes o con parientes en el exterior que con regularidad les envían dólares, se dan el lujo, esporádicamente, de tomar cerveza enlatada de cierta calidad y asistir a discotecas de moda como La Macumba -diez dólares por persona, al oeste de La Habana. Otros con moneda dura suelen ir al Jazz Cafe donde descarga lo más selecto del patio. O a La Zorra y el Cuervo, en el corazón de la calle 23, en La Rampa, donde también se toca jazz del bueno.

Pero lo habitual es que la negrada concurra a bailes populares. Y producto de los efectos del alcohol y la marihuana, provoquen riñas y hagan el amor en cualquier recodo. Cuando en La Habana se anuncia un bailable amenizado por una orquesta famosa, el vecindario quiere irse a la luna. “Cuando en la Plaza Roja de la Vibora dan un bailable, lo que forman los negros es de ampanga”, dice Alba, mulata, 60.

Ese proceder incivilizado de ciertos negros después del jolgorio les ha ganado el mote de “problemáticos”. Para contenerlos y tratar de que la noche transcurra con los menos incidentes posibles, una gran cantidad de policías es destinada a cada bailable. Pero ni así logran controlar los desórdenes. El sociólogo Carlos Pérez cree que estas fiestas callejeras “son una válvula de escape que sirve para mostrar de forma a veces violenta, la indiferencia y dejadez de la sociedad hacia ellos”.

El racismo en Cuba no es explícito. Es algo que sutilmente se trasmite de generación en generación. Es como decir ¡cuidao con los negros! Si no, ¿cómo entender que a edades tempranas se den manifestaciones de racismo? Carmen, 31, es madre de una niña negra de 7 años y varias veces su hija se ha quejado -primero en el círculo infantil y después en la escuela- de que compañeritos le han llamado marrona, negritilla o piojosa. En la cuadra donde Carmen vive, un niño al enfadarse le gritó a su hija “negra de mierda”. La madre se pregunta si eso es normal.

La respuesta pudiera darla Luisa, 50 años, maestra. “Cuando niños blancos se fajan entre sí, los insultos jamás tienen como mira el color. Pero cuando uno de los dos es negro o mestizo, los ataques son raciales. Puede que sea una reacción inconsciente, fruto de lo que ve y oye en sus casas. En el ambiente familiar de muchos niños blancos es habitual, delante de ellos, escuchar burlas y chistes sobre los negros y hasta insinuaciones de que no juegen o tengan cuidado con los prietecitos. Para mí es un fenómeno heredado de padres y abuelos”, explica.

Estas situaciones raciales entre niños pudieran no ser graves. Pero tiende a acrecentarse. Y lo peor es que para el Estado y la prensa oficial son inexistentes. Una experiencia a la inversa tuvo Herminia, 42 años, ama de casa. Tanto en la primaria como en la secundaria su única hija, blanca y rubia, se ha quejado de haberse sentido maltratada y discriminada por niñas negras y mulatas, que han sido mayoría en las aulas de los dos niveles de enseñanza.

“Mi hija ha tenido que ponerse dura y hacerse valer, porque las negritas la tenían cogida con ella y contínuamente la llamaban blanquita equivocada”. Herminia no lo expresa, pero en el fondo, más que una discriminación por el color de la piel, lo que hay es un contraste económico: casi todas las negritas y mulaticas van a la escuela con tenis e implementos escolares modestos, por no decir viejos y fuera de moda, en tanto su hija, blanquita, hacia alarde de su calzado de primera y de su mochila de marca.

Mientras la niñez blanca crece jugando con sus iguales negros o mestizos, a veces en paz, a veces con violencia, donde realmente se puede afirmar que ha disminuido el racismo en Cuba es a la hora del sexo. Entiéndase sexo, no matrimonio.

A 42 hombres blancos se le preguntó la posibilidad de acostarse con una negra o mestiza y todos contestaron que sí, porque eran “apetitosas”, incluso los 42, en edades comprendidas entre los 19 y 65 anos, reconocieron haber hecho más de una vez el amor con una oscurita.

Ahora bien, si se les habla de formalizar la relación, otro gallo cantaría. 30 aceptan ser novios de una negra, pero ¿casarse? “Habría que pensarlo. La familia, tu sabes”, responden. 12 aceptan tener sexo con negras y mulatas. ¿Y matrimonio? ¡Solavaya!

Entre mujeres blancas también existe prejuicio. De 27 entrevistadas, en edades de los 16 a 40 años, 17 dicen que pudieran acostarse con mulatos o negritos no tan prietos. Incluso confiesan que aceptarían tener una relación formal y hasta casarse. “Siempre y cuando no sea demasiado negro”. Al parecer, a los retintos no los quieren.

Las otras 10 encuestadas juraron -como si en ello les fuese la vida- que jamás se habían acostado con un negro y ni siquiera han pensado en esa posibilidad, aunque afirman no tener nada en contra de ellos. “Quizá de amigo” es lo máximo que aceptarían. De estas 10 mujeres, 6 expresaron que habían tenido fantasías sexuales donde siempre un negro las penetraba. Pero sólo eran fantasías.

La etnóloga Mariana reconoce que al hombre no le importa mucho la raza de la mujer a la hora de ir a la cama. “Ya después, para formalizar la unión y construir una familia, el hombre blanco suele ser más conservador que la mujer de su misma raza. En esto influye la educación familiar. Es frecuente una pareja blanca con hijos y el marido tiene queridas negras o mulatas”, aclara.

En su opinión, “la mujer blanca es más escrupulosa cuando de relación sexual con un negro se trata. Hay de todo. Desde el tabú de que maltratan a sus parejas, tienen penes enormes y tendrían niños con ‘el pelo malo’, hasta el criterio de que desprenden olores desagradables. Ahora bien, si se deciden a la relación, pueden llegar al matrimonio. Se ven más uniones de blancas con negros o mestizos que de blancos con mujeres de piel oscura. Si existen cifras oficiales al respecto, las desconozco”. Y concluye; “Es hasta risible. Cuando una blanca está con un mulato, no lo considera negro”.

¿Futuro negro? A pesar de ser Cuba una nación con un alto porcentaje de negros y mestizos, la realidad no repercute en el actual estado de cosas. Está por ver cómo será el futuro de los negros en los años venideros. Ya se sabe que cuando termine la dinastía de los Castro y Cuba tome un rumbo democrático se logrará un crecimiento económico y un nivel de vida superior. Más tarde o más temprano, pero acontecerá.

Lo que es un quebradero de cabeza es pronosticar cuál será el papel de esa población mayoritariamente mestiza y negra. Hasta la fecha, por lo visto, puede que sea nulo. El sociólogo Carlos piensa que seguirán engrosando las prisiones y seguirán siendo la escoria de la sociedad por muchos años más.

La etnóloga Mariana es más optimista. Ella prefiere tomar como modelo a Estados Unidos, “con problemas de segregación racial más radicales que los nuestros. Y los han superado en cerca de treinta años. Creo que en Cuba, con un trabajo intensivo en todas las esferas, la sensibilidad y alcance los medios e iguales posibilidades reales para todos, a la vuelta de seis, siete años, diez a lo sumo, habremos abolido casi todas las barreras. Aunque en el país subsisten prejuicios raciales que pudieran llegar a ser serios, por idiosincrasia los cubanos no son racistas”.

Mayelín, 19 años, estudiante universitaria, ve el futuro con buenos ojos. “Habrá modelos como Naomi Campbell, presentadoras como Oprah Winfrey y políticas como Condoleezza Rice. Los negros no descollarán solo en el deporte y la música. Serán relevantes también en el arte y la cultura y entre la intelectualidad. A fin de cuentas, es lógico que así sea. ¿No somos mayoría?, afirma con una sonrisa.

Pero para José, el “coronel” de San Leopoldo, “por los siglos de los siglos el negro siempre será despreciado y preterido”. Asegura haberlo vivido cuando fue usado como carnada en el intento de llevar la revolución a Africa. Su experiencia y su mentalidad no le permiten concebir que un día las cosas pudieran cambiar.

Otros muchos negros y mulatos cubanos seguirán intentando romper el estigma que desde hace milenios les persigue: sentirse prisioneros de su raza.

 


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