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| Semanario El Veraz | San Juan, Puerto Rico | |
El Rey desnudo

Por Hildebrando Chaviano

El Rey se pasea orgulloso en su carruaje, todos lo aplauden al pasar: el pueblo, los cortesanos, los extranjeros que van de paso y aprovechan para ver un desfile real con toda su pompa.

En realidad no es un buen rey, pero es el rey, y gasta en desfiles lo que el pueblo no tiene para comida. Ahí van los impuestos de este año, entre aplausos y flores.

Aplaudir la gestión de un gobierno socialista, es como aplaudir al rey del cuento.

El socialismo, visto como sistema de economía planificada, centralizada y estatizada, tiene muchos detractores y a ninguno de ellos les falta razón. Es un sistema social, económico y político ineficiente, cercenador de libertades, derrochador de lo que no produce, estimulador de la corrupción administrativa y callejera y de la doble moral, basado en supuestos beneficios sociales como la salud y educación gratuitas, lo cual, como está demostrado, es ante todo, un gran mito.

Pero a pesar de estas verdades, existen los que defienden el socialismo a capa y espada; no solo aquellos privilegiados que obviamente tienen mucho que perder si cambia el estado de cosas, los que ganan altos salarios en puestos de dirección, donde en lugar de ser servidores, se comportan como amos y piden cuentas en lugar de rendirlas. También están los que se conforman con lo que el Estado les dé, sin mirar de donde viene. A fin de cuentas, están convencidos de que no merecen más, porque les han dicho desde que tienen uso de razón, que en el mundo los hay que están peor aún, y que los ricos son descendientes de Satanás y todo lo que poseen es robado a los pobres, por lo que hay que despojarlos para hacer justicia.

Toda esa gran masa de vagos, o al decir de los dirigentes de la era raulista, pichones con el pico abierto, ignorantes hasta de la doctrina que pretenden defender, oportunistas de toda laya a la sombra del trono, como los defenestrados Carlos Lage, Roberto Robaina, Felipe Pérez Roque y otros muchos que se cuidan de no incurrir en los mismos errores para seguir disfrutando de “las mieles del poder”, según palabras del propio caudillo en retiro.

Estos mantenidos del Estado, conforman lo que llamaríamos “la vanguardia de los defensores del socialismo”, detrás siguen los aborregados que aceptan como bueno cualquier cuento sobre paraísos terrenales porque, aunque tengan el estómago vacío, no pierden la esperanza de que en el próximo plan quinquenal, o después del congreso del partido, o de las siguientes leyes patrióticas, todo va a cambiar y la leche va a correr por las calles como el agua en primavera y dormiremos sobre tiernos filetes de res.

Pero tenemos otros, los que ven que algo no está bien y se quedan callados para no buscarse problemas, asisten en silencio al despojo de propiedades porque no son las suyas, observan impávidos los mítines de repudio al vecino, y participan de cuanta reunión, marcha o asamblea organice el gobierno para no comprometer la continuación de los estudios de los hijos o la próxima visita de un familiar a los Estados Unidos. Por estas razones se defiende el socialismo: por cobardía, oportunismo, ignorancia o simple maldad.

La única forma de hacerle frente a la mentira socialista es actuar como el niño de la historia, que cuando todo el mundo alababa lo hermoso del traje recién estrenado por el soberano, en pleno desfile y obedeciendo a lo que sus ojos veían, solo dijo una frase: -¡Pero el rey está desnudo! Con esa expresión descubrió a la vez la estafa de los sastres, la vanidad real, la simulación de los cortesanos y la cobardía del pueblo. La carcajada general -o quizás fue una trompetilla- puso fin al pomposo e impúdico desfile.


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