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| Semanario El Veraz | San Juan, Puerto Rico | |
¿Podría repetirse el Maleconazo?

Por Ivan Garcia

En La Habana es difícil encontrar a una persona mayor de 35 años que no recuerde qué estaba haciendo el 5 de agosto de 1994. Todos tienen su propia versión de las protestas urbanas conocidas como Maleconazo.

Nivaldo, 57 años, residente en el barrio de Colón, fue un protagonista privilegiado de aquel día donde la desesperación tomó las calles aledañas al malecón habanero.

"Yo solía sentarme en la esquina de Genio y Refugio a vender aguacates. Los vendía a dólar, que por ese entonces se cambiaba a 120 pesos. La calle estaba caliente. Había apagones de 12 horas todos los días. En el solar de La California, donde resido, la gente tiraba los colchones y frazadas en el piso para dormir a la intemperie. El calor era bárbaro. Había hambre. Comer carne era un lujo", recuerda Nivaldo.

"Cada día, la gente planificaba cómo marcharse de Cuba. Los balseros se contaban por miles. A pesar que era ilegal y si te agarraban ibas preso hasta cuatro años, la gente construía balsas con cualquier cosa. Luego estaban los más temerarios, que apostaban por secuestrar la lanchita de Regla, un avión o una embarcación en el puerto. En el barrio se comentaba del suceso del remolcador y el montón de muertos. Había mucha tensión social. Ya en la noche del 4 de agosto, el Malecón estaba lleno de personas que comentaban que varias lanchas iban a llegar desde Miami, a recoger  gente. Aquello era una locura. Todo el mundo miraba al horizonte con anteojos", evoca Nivaldo.

Y prosigue: "Antes del mediodía, un vecino del solar me dijo que estaban saqueando la tienda del hotel Deauville. Fuimos para allá a ver qué se nos pegaba. La cosa estaba fea. La gente tiraba piedras a las vidrieras y robaba todo lo que podía. Muy cerca del Deauville, a un patrullero que intentó contenerlos, le rompieron el parabrisas y volcaron el auto. Los policías salieron huyendo. Ya aquello era una turba enardecida que ocupaba gran parte del Malecón, desde el parque Maceo hasta la Avenida del Puerto".

"Al mediodía comenzaron a llegar camiones antimotines que jamás se habían visto. Yipis con militares de boinas negras o rojas y ametralladoras adosadas a la parte posterior. Andaban con los fusiles sin el pasador, listos para tirar. Se escuchaba gritos de 'Abajo Fidel' por donde quiera. Mi vecino y yo estábamos convencidos que esto (el régimen) se había jodido", apunta Nivaldo.

El rumor se esparció como pólvora por toda La Habana. Desde otros barrios,  la gente llegaba al lugar. Eduardo, junto a un amigo chofer de la ruta 15 y varios vecinos de La Víbora y Lawton, intentaron llegar al epicentro de las protestas.

"El chofer me contó de los disturbios. En el paradero prohibieron todas las salidas de ómnibus, por temor a los acontecimientos. Pero el hombre se las agenció para sacar la guagua y montar a un grupo de conocidos. Por el camino íbamos recogiendo personas que contaban sus versiones de lo que acontecía. Cerca del antiguo Palacio Presidencial varios militares pararon el ómnibus. Entonces seguimos a pie por calles de La Habana Vieja. Eran  pasadas las 4 de la tarde. A esa hora ya las autoridades habían controlado en parte los disturbios. Llegaban camiones repletos de constructores del Contingente Blas Roca armados con cabillas y tubos de acero. Para ahogar los gritos de 'Abajo Fidel', una muchedumbre que apareció de repente ripostaban con consignas de apoyo a la revolución. Se percibía en la mirada de los militares y leales al Gobierno que iba a correr la sangre si las protestas lo desbordaban", cuenta Eduardo.

El régimen contó la historia a su manera. Desbarató las protestas y un enfurecido Fidel Castro comenzó su show mediático. Los orígenes de aquellas protestas públicas son diversos.

La falta de comida y futuro fue un peligroso coctel molotov que provocó una avalancha humana deseosa por emigrar. Analizando el Maleconazo en la distancia, intelectuales, politólogos y disidentes, debaten sobre las causas de la más sonada protesta social después de 1959.

La oposición, débil y minoritaria en 1994, no supo capitalizar ni liderar aquel enojo popular, piensa Carlos, sociólogo, "ese es el gran problema de la disidencia en Cuba. Que está diseñada hacia al exterior y no hacia adentro. Los disidentes son conocidos en el extranjero, pero no han sabido ganar adeptos entre sus vecinos del barrio. Si lo que aconteció en La Habana en 1994 hubiese sucedido en Praga o la Varsovia comunista, otro gallo cantaría. Porque la disidencia en esos países tenía un trabajo político y comunitario más sólido entre el ciudadano común. Ahora la disidencia cubana está mejor organizada. Hay intelectuales de valía. Pero faltan los tipos de barricada que marchen al frente. En mi opinión, si la oposición hubiese estado bien estructurada en agosto del 94 y con un mínimo de base popular, la revolución de Fidel Castro ya fuera historia".

Una buena pregunta es saber si en Cuba se podrían repetir sonadas protestas sociales al estilo del Maleconazo. Norge, licenciado en Ciencias Políticas, afirma: "El caldo de cultivo está. Desigualdad económica, futuro indescifrable y penurias materiales. Y ya no sería por deseos de emigrar, pues en 2013 las normas migratorias se flexibilizaron y desde 1994 se despenalizaron las salidas ilegales. Ahora las protestas podrían tener un carácter político o económico, debido a los elevados impuestos al sector del trabajo privado."

"Ya hay indicios en varias protestas menores de trabajadores particulares en Holguín, Bayamo y Cienfuegos", agrega. "Pronosticar su alcance es más complicado. Aunque se note una calma aparente, entre la gente de a pie existe demasiada inconformidad. Lo que sigue fallando es el papel del liderazgo. La disidencia hace algo, pero todavía es poco, sigue enclaustrada en talleres académicos. Deben salir a conquistar la calle, pues es allí donde su discurso tendría más seguidores".

Veinte años después, Nivaldo cree que su vida ha cambiado poco desde el 5 de agosto de 1994. Sigue viviendo hacinado en un cuarto precario en el solar de La California en el barrio duro y pobre de Colón. Continúa vendiendo aguacates. A 20 pesos y de forma legal.


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