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| Semanario El Veraz | San Juan, Puerto Rico | |
Catarsis sin compromisos

Por Jorge Olivera

Hacer oposición o algún tipo de activismo opuesto a las directrices de las instituciones oficiales en Cuba sigue siendo un asunto marginal en términos cuantitativos. Comparativamente, son pocos los que se atreven a ir más allá de la crítica pasajera en una esquina o en la cola del pan.

Cierto es que estas escenas catárticas ocurren a menudo, y también que sus protagonistas no lo piensan dos veces para matizar su discurso en el caso de que aparezcan réplicas a favor de Fidel, la revolución y la continuidad del socialismo. Al final, el apoyo obtenido por sus opiniones contrarias al statu quo se desvanecen ante las posibilidades de terminar en una estación policial con una advertencia, aparte de la inclusión en las listas de desafectos al sistema.

Por eso, ai al manifestarse espontáneamente se corren tales riesgos, el alistamiento en cualquiera de las organizaciones contestatarias es un hecho con muy bajas probabilidades de materializarse.

No es menos cierto que en la actualidad el número de acciones prodemocráticas son mayores que en épocas pasadas, sin embargo aún permanecen lejos de convertirse en un catalizador de los cambios en las estructuras económicas y políticas del modelo importado de la antigua Unión Soviética.

Entrar a Estados unidos en una balsa o intentarlo a través de la frontera sur de México describe una aspiración que echa por tierra las oportunidades de que crezca de forma exponencial el número de activistas dispuestos a enfrentar a la maquinaria represiva del régimen.

Las altas probabilidades de morir deshidratado, con los pulmones llenos de agua o engullido por alguna fiera en los boscosos parajes centroamericanos son desestimadas a diario por jóvenes y adultos; pero el escape es la meta a conseguir a toda costa. La lucha por la reivindicación de derechos universales es una alternativa a valorar sólo con el ceño fruncido y la rotunda franqueza del “¿tú estás loco?”

Parecen ilógicas las preferencias por la muerte en las fauces de un tiburón a tenor de una malograda fuga que padecer el enclaustramiento en una celda, llena de sombras y mosquitos a raíz de cualquier desliz antigubernamental.

¿No es más dramático morir de sed o destrozado por un puma en la espesura de las selvas costarricenses que enfrentarse a una turba parapolicial después de una tentativa de protesta para exigir la libertad de los presos políticos, el alza de los salarios o la solución de los graves problemas habitacionales?

Entender el comportamiento de la inmensa mayoría de los cubanos frente a los mecanismos de terror que la dictadura emplea a sus antojos no es tan complicado como parece. La evasión puede que tenga éxito en cuestión de días o semanas. El enfrentamiento con las huestes del totalitarismo no tiene un fin previsible y el abanico de consecuencias es ilimitado.

Suficiente para que la pasividad se haya enquistado en el tejido social y los focos de resistencia estén imposibilitados de elevar su perfil hasta la articulación de una masa crítica.

No fue por gusto que nuestros envejecidos “salvadores” se encargaron de eliminar por decreto la categoría de ciudadano. Desde entonces abundan en el país los rehenes a la espera del rescate o del momento para salir en estampida y legiones de zombis en los espaciosos laberintos de la supervivencia y la resignación.

Lo peor de todo es que este diseño maquiavélico se prolonga sin que se avizore un cambio de perspectivas a corto y mediano plazo. La luz al final del túnel, que algunos se encargan de describir, podría ser una ilusión óptica.

Lo más perceptible desde este apartamento ubicado en el segundo piso de un viejo edificio de la Habana Vieja son los nubarrones que presagian nuevas tormentas.


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