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| Semanario El Veraz | San Juan, Puerto Rico | |
Ineludible muerte

Por Rafael Azcuy González

Misterio supremo que a todos incumbe. Impenetrable secreto para todos los humanos que no permite ni un solo atisbo o una simple aproximación. Terrible pena para los que no creen en la vida eterna y mueren convencidos de que todo acabó para siempre, que solo de lo que fueron en vida quedará un puñado de cenizas que con el tiempo necesariamente se esparcirán por doquier y desaparecerán en los intersticios de las rocas o llevadas por las aguas a latitudes ignotas.

¿Y qué será de nuestro ser intangible, de la esencia de nuestras vidas, nuestra alma, nuestro espíritu, la conciencia, el pensamiento que nos diferenció y nos hizo aventajar a todos los demás seres de la creación, poder comunicarnos unos con otros y alcanzar un desarrollo tecnológico asombroso y continuo? ¿En realidad solo quedaremos convertidos en un puñado de cenizas, sin conciencia ni sentir, como si fuéramos piedras sueltas en un camino?

¿Dónde irán a parar nuestros sentimientos y los más caros anhelos? ¿Se frustrará el sentido que dimos a nuestra vida? ¿Será la desconocida muerte la vía que nos transportará para reencontrarnos con nuestros seres queridos ya idos y junto a Dios disfrutar eternamente del maravilloso Reino de los Cielos, escuchando el canto sublime de los ángeles?

¿O tendremos que esperar dormidos, luego de muertos, al Juicio Final para que el Señor dicte su fallo sobre nuestro destino, o todos resucitaremos como hizo Jesucristo, pues no habrá infierno o purgatorio para los que no vivieron en la fe? ¿O a cada uno nos tocará adivinar este gran misterio el mismo día que nos vayamos para siempre?

¿Vendrá un paraíso recobrado, un mundo nuevo lleno de felicidad e igualdad, de amor y paz aquí en la propia tierra? ¿Nos reencarnaremos en diferentes cuerpos, pero nuestro espíritu seguirá siendo inmortal? Confucio advertía hace siglos que si no conocemos la vida cómo va a ser posible conocer la muerte.

La ciencia nada ha podido adelantar sobre este crucial asunto. Solo algunos escapados de la muerte han dejado sus testimonios coincidiendo en que vieron un luminoso túnel y que a ellos acudieron en tropel todos los importantes recuerdos de sus vidas. De jóvenes nos creemos a salvo de la muerte, a otros les tocará, pero nunca a nosotros, seremos una excepción; pero después el desgaste de la vida y el tiempo nos van convenciendo que es ineludible su llegada.

Hasta ahora lo único cierto es que nadie ha regresado de este, al parecer, largo viaje como mismo era en vida. El misterio sigue presente. No aparece un solo testigo regresado del cementerio, luego de varios años de fallecido. Solo Cristo y a los que éste y sus discípulos resucitaron volvieron a la vida. El Señor vino en forma etérea y los otros resucitados murieron otra vez cuando les tocó el día.

Si en realidad somos hijos de Dios, fruto de su creación, si vive en nosotros la llama divina del Espíritu Santo, todo no puede acabar, pues como decía nuestro Martí: La muerte no es verdad cuando se ha cumplido bien la obra de la vida.

La partida final nos iguala a todos: La soledad reina en los cementerios, no hay ruidos, ni voces, ni música, ni tampoco apasionados discursos políticos. Todos los que allí moran también son presas del olvido que la rutina diaria de la vida impone a los parientes y amigos que les han sobrevivido. De nada valió el poder y la gloria mundanos, tampoco ni la fortuna ni la fama ni la belleza: todo allí es paz infinita.

¿Vuelve el polvo al polvo? __se preguntaba Bécquer

¿Vuelve el alma al cielo?

¿Todo es vil materia, podredumbre y cieno?

 Hoy por hoy solo nos queda meditar con el propio Bécquer: ¡Dios mío, qué solos se quedan los muertos!


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