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| El Veraz. | San Juan, Puerto Rico |

Tenemos que concertar esfuerzos

Por Huber Matos Benítez

Ahora, cuando el horizonte parece haberse despejado un poco con la contundente victoria del Presidente Bush en las recientes elecciones de Nov. 2 de 2004, y uno de los nuestros, Mel Martínez, llega con credenciales de liderazgo al Senado federal, es atinado y hasta inexcusable que los cubanos que queremos una patria libre y justa, hagamos cuanto haya que hacer para concertar esfuerzos con miras a alcanzar ese caro objetivo.

La tarea es difícil, extraordinariamente difícil más allá de ciertos grupos y de personalidades afines, y de esa multitud de gente buena que carga en silencio las heridas abiertas de nuestro drama nacional. Pero tenemos que intentarla aún suponiéndola imposible; tenemos que asumirla y en eso estamos. No somos los primeros en este empeño; tampoco pretendemos ser los más calificados. Sencillamente queremos hacer nuestra parte y ya hemos comenzado.

Es obvio que si en estas recientes elecciones hubiera triunfado el Sr. Kerry, las perspectivas de libertad y justicia en nuestro país serían muy diferentes, por mucho que los cubanos, dentro y fuera de nuestra Isla, nos esforzáramos por romper las cadenas de la Tiranía. La historia del siglo XX demuestra con inequívoca transparencia que los regímenes totalitarios, una vez consolidados, sean de izquierda o de derecha, son extremadamente difíciles de derrotar. Sucumben por la concurrencia de fuerzas internas y factores coyunturales internacionales.

Las dictaduras fascistas de Italia y Alemania fueron barridas por el cataclismo de la Segunda Guerra Mundial; y las estalinistas en la URSS y Europa del Este, por la llamada “Guerra Fría”. Sin que esto implique desconocer o subestimar el rol de personalidades relevantes en esos procesos.

De lo que hemos ido afirmando se infiere que una solución del problema cubano en su expresión actual, sin la participación activa de nuestros aliados, entendida en términos de solidaridad de verdad, sería más utópica que real, a menos que surgiera un imponderable o que nosotros fuéramos capaces de instrumentar un frente unido o una alianza que nos permitiera concertar estrategias y potenciar recursos para viabilizar el cambio. Sea como fuere, necesitamos mucho de nuestros aliados, ahora, después en la dinámica del cambio y más adelante en el proceso de reconstrucción. Un país arruinado y traumatizado no se levanta solamente con intenciones y proyectos.

Lamentablemente son pocas, muy pocas, las naciones alineadas solidariamente con nosotros: Estados Unidos, la República Checa y otros países europeos, no muchos. (La España de Zapatero es aliada de Castro, como lo fue la de Franco y la de Felipe González. Como ha sido y es Canadá).

En Centroamérica nos respaldan Costa Rica y la República de El Salvador. La inmensa mayoría de los países de todo el planeta está de espaldas al drama cubano. Están en el otro bando, ya sea por mezquinos intereses económicos o por ceder a la retórica antiimperialista o por demagogia para consumo interno.

De haber triunfado el señor Kerry, la nomenclatura estaría de fiesta en La Habana; y Fidel Castro, desde su silla de ruedas estaría saboreando ya los miles de millones de dólares que a partir del año próximo le entrarían desde Estados Unidos por concepto de turismo, financiamientos, intercambio comercial, etc. Es probable que hasta la investigación federal iniciada por los $3,900 millones de dólares lavados por Castro en Suiza y denunciados por nuestros congresistas, Ileana Ros Lethinen y los hermanos Díaz Balart, fuera engavetada, como un gesto amistoso del nuevo inquilino de la Casa Blanca.

Pero gobierne quien gobierne en esta gran nación que tan generosamente nos ha acogido, la tragedia de Cuba es un problema nuestro, fundamentalmente nuestro. Estamos obligados a responder al reto hasta revertir las humillantes realidades de nuestra problemática nacional que ya acumula más de 45 años de opresión, miseria, corrupción y desesperanza.

Tenemos que apoyar con todo lo que podamos a la Resistencia y la Nueva Sociedad Civil, a los disidentes en su conjunto que desde suelo cubano enfrentan como pueden al estalinismo fascistoide de Castro y su mafia.

Tenemos que disponernos a estar presentes en todos los escenarios donde podamos darle combate al enemigo. Además, prepararnos para las grandes tareas que vienen después. No nos juntamos para sondear posibilidades de arreglo o solución con la Tiranía. Nada de eso. Esta lucha sólo la concebimos sustentada en el compromiso de desmantelar el estado totalitario y fundar nuevamente la república sobre los patrones éticos de La Demajagua y de Baire, poniendo en función la soberanía del pueblo y el retorno al estado de derecho, conforme a su expresión en la Constitución de 1940.

Estos objetivos son la esencia misma del compromiso y por lo tanto no pueden ser suplantados. Aunque en verdad nuestras metas no apuntan solamente a la democratización de la sociedad cubana, sino también al resurgimiento integral de nuestra nación.

Por otro lado, si hace 12 o 15 años nos hubiéramos puesto de acuerdo sobre bases más o menos parecidas a las que aquí planteamos, tal compromiso se habría reducido a muy poco o nada en la prueba del tiempo.

En verdad, no han faltado, dentro y fuera del país, los intentos de concertación o alianza de los grupos de oposición o de defensa de los Derechos Humanos o de la Nueva Sociedad Civil.

Hasta el presente, los factores adversos han podido más que la recia voluntad y el patriotismo de quienes promovieron o apoyaron con entusiasmo tales proyectos que, por supuesto, fueron satanizados por los voceros de la Tiranía y en algunos casos agredidos con increíble saña por sus instrumentos de terror. Será imposible olvidar la acción tan demoníaca como criminal que llevó a cabo la cúpula castrista para frenar y destruir en 1996, la concertación opositora llamada “Concilio Cubano”.

El operativo incluyó una brutal represión en el escenario interno y el derribo de dos avionetas del grupo “Hermanos al Rescate”, sobre aguas internacionales del Estado de la Florida, con el agravante de la muerte de los cuatro tripulantes de dichas aeronaves. Tres de ellos eran ciudadanos de Estados Unidos y residente americano el otro. Todo esto fue planeado y ejecutado como parte de una conspiración dirigida desde La Habana al más alto nivel, según confesión del propio Fidel Castro. Claro está, sabiendo anticipadamente que el Sr. Clinton, Presidente de Estados Unidos, se quedaría muy corto en la respuesta.

En la Isla, la represión se mantiene implacable, dando zarpazos a veces absurdos pero coherentes dentro de la lógica del terror dosificado. En la primavera del 2003 fueron arrestados y condenados arbitrariamente casi un centenar de opositores y periodistas independientes, y se llegó al extremo de fusilar a tres compatriotas por apoderarse de una embarcación en la Bahía de La Habana y tratar de marcharse hacia los cayos de la Florida.

Con estos hechos el régimen pone al descubierto su miedo a la oposición, mientras impúdicamente descarga sobre factores ajenos su incapacidad para resolver las acuciantes necesidades de la población. Porque el país no sólo está arruinado, sino que se destruye y paraliza más y más cada día.

Para colmo, la caída del anciano barbudo en un acto público en la ciudad de Santa Clara, parece ser una señal de deterioro senil o de fatalidad, o de ambas cosas. Sea lo uno o lo otro, es un presagio nada alentador para el Tirano y su revolución prostituída y en agonía.

El pueblo, aunque aturdido, toma nota de estos detalles que se añaden a las nuevas presiones desde Washington, mediante Radio y Televisión Martí y las reducciones en las divisas hacia la Isla, más los gestos de solidaridad con la oposición, por parte de las embajadas europeas en La Habana y de la Sección de Intereses de USA, de manera especial.

Ya están lejos, muy lejos, los alzamientos de guerrilleros en la Sierra del Escambray y en otras zonas montañosas, y hasta en los llanos de Matanzas; lejos la fracasada operación de Bahía de Cochinos; lejos los fusilamientos a granel y los miles y miles de presos políticos, hombres y mujeres, en las cárceles de Castro, porque la cuota de sacrificio pagada por el pueblo cubano en reclamo de su libertad y demás derechos básicos ha sido y es grande... Pero es ahora cuando se percibe con nitidez que la Tiranía está llegando a su final.

Si los cubanos aunamos voluntad y esfuerzos, dejando claro en los hechos que primero está la Patria y después los intereses personales y/o de grupos, y tenemos la suerte de que Europa no nos traicione, es probable, muy probable, que los acontecimientos del cambio sean realidad en un plazo relativamente corto. Porque la desmoralizada Tiranía del señor Castro está en fase terminal y es prácticamente imposible evitar su entierro en un futuro que parece estar comenzando ya.

Basta observar las imágenes del célebre personaje en el programa televisivo llamado “Mesa Redonda” mostrando que lo sabe todo, disponiendo en todo y culpando de todo al vecino del Norte y a los “mercenarios” pagados por ese vecino que ahora ha cometido el tremendo error de reelegir a un Presidente “estúpido” en vez de votar por el candidato que él había recomendado, para saber que el gran líder es ya un paciente de manicomio.

No se necesita estar graduado en Medicina, en Psiquiatría o en Ciencias Ocultas, para llegar a esta conclusión: el anciano esperpéntico está de atar. Y por lo visto, sólo tiene oídos para el grupito de los “talibanes” que lo rodean y adulan.

Ya no tiene importancia si Chávez asiste a su mentor con más o menos petróleo desde Venezuela, o con más o menos agitación de la extrema izquierda latinoamericana. Tampoco importaría gran cosa lo que pudiera hacer la narcoguerrilla en favor de su Padrino de La Habana; y otro tanto puede decirse del terrorismo mundial con respecto al Gran Hermano Caribeño y su santuario insular. Ni los cumplidos y promesas del Presidente de China en su visita a la Isla van a revivir una revolución que huele a muerto. Tal parece que hasta los demonios le están dando la espalda a este tenebroso señor de la silla de ruedas.

Castro fue siempre un psicópata enamorado de sí mismo que supo esconder su verdadera personalidad emboscado en su disfraz de hombre de ideales y su discurso demagógico y manipulador. Ya nada puede salvarle. El y su viejo gobierno de traiciones y miserias de todo tipo tienen los días contados. Su sueño de una sucesión dinástica que perpetúe el sistema totalitario y sus supuestas glorias en escenarios internacionales y en la depauperada Cuba, es más o menos una enfermiza obsesión, nada más que eso. Ningún pueblo, por manso que fuera, compraría una herencia de esa naturaleza o cualquier cosa parecida.

Lo que sí debe preocuparnos es el proyecto alternativo de este hombre demoníaco: el final “apocalíptico” con que sutilmente nos ha amenazado.

Estamos hablando de un personaje frustrado y perverso. Si llega a convencerse en medio de su locura que el poder se le escapa de las manos, recurrirá a una provocación enmascarada para obligar a los Estados Unidos a hacerle la guerra y así poder esconder entre escombros, cenizas y luto, su rotundo fracaso como gobernante y de paso engañar al mundo disfrazándose de superhéroe y de víctima del “imperio”. ¿Qué le importarían a este farsante desalmado unas cuantas familias cubanas enlutadas y unos cuantos escombros más en su despedida? Esto puede parecernos juego imaginativo fuera de toda posibilidad. Pero no lo es.

Estamos hablando del mismo personaje que en 1962 trajo a Cuba misiles soviéticos con carga nuclear y que durante la llamada “Crisis de Octubre” del mismo año presionó a Kruschev para que atacara por sorpresa a Estados Unidos con una primera barrida de cohetes nucleares, a sabiendas de que con la respuesta americana nuestra Isla quedaría convertida en un gran cementerio.

Ahora las cosas son muy distintas. La URSS ya no existe. El personaje de marras es un escombro humano y su régimen totalitario agoniza paso a paso, víctima de un fracaso catastrófico por la falsedad y la inoperancia del marxismo-leninismo como sistema de gobierno, y por la rapiña de una cúpula mafiosa que despilfarra dinero en privilegios y tiene negocios y cuentas millonarias fuera del país, mientras el pueblo se ve obligado a vivir en niveles de penuria rampante y privado de todos sus derechos.

No hay tiempo que perder. Uniendo voluntades, definiendo objetivos y coordinando métodos, iremos haciendo camino. El hecho de que el tirano desapareciera sin provocar la guerra con Estados Unidos no garantizaría por sí la democratización de Cuba y la solución de los graves y múltiples problemas a enfrentar en el postcastrismo. Los mismos intereses económicos foráneos que han medrado en complicidad con el estado totalitario, más los que se sumen, aprovechando las ventajas de una transición improvisada, serán factores proclives al retorno del autoritarismo mesiánico con tal de tener garantizados sus privilegios. Además, la historia de América Latina nos muestra con reiterados ejemplos cómo los gobiernos dictatoriales han sido un mal recurrente en nuestras repúblicas.

El riesgo que corremos en Cuba es mayor si tenemos en cuenta que nuestra cultura democrática se ha esfumado en más de medio siglo bajo el rigor coercitivo y la demagogia del orden dictatorial. A lo que habría que añadir el deterioro de nuestros esquemas de conducta a nivel nacional expresados en el fenómeno de la doble moral, en el alto índice de delincuencia, en el alcoholismo, la drogadicción, y el “jineterismo”, que ha alcanzado fama de dimensión mundial. Todo esto sin contar con una multitud de imponderables que habrá que afrontar y superar sobre la marcha. Uno de ellos pudiera ser la violencia incontrolada después de desaparecido el viejo orden.

No nos engañemos. Nuestra tragedia como pueblo y nación es compleja y difícil. Pero es necesidad destrabar la marcha de la historia, demoliendo como sea ese antiguo orden ya en agonía --pero aún con garras-- y avanzar con sentido de responsabilidad compartida hacia la edificación de una sociedad libre, justa y próspera. Este es el reto, si somos consecuentes con nuestras raíces y asumimos el compromiso como una continuidad de lo que hicieron otros compatriotas nuestros ante situaciones difíciles.

Como sabemos que no somos los únicos cubanos que perciben la situación coyuntural que nos concierne, más o menos en los mismos términos aquí planteados, desde hace varias semanas hemos venido intercambiando ideas con amigos y compatriotas tan interesados como nosotros en este importantísimo asunto, actuando, por supuesto en mi caso, con el respaldo de la organización que presido, Cuba Independiente y Democrática, CID.

Pero también en sintonía con nuestro compatriota y excelente amigo, el Ing. César L. Alarcón, dirigente del Movimiento Cubano Unidad Democrática, con sede en Baltimore. Y con otro querido y muy valioso compatriota y amigo: el Dr. Jorge Sanguinetty, economista con oficinas en Washington y Miami; y con experiencia como asesor en países de América Latina y Europa del Este.

Ya hemos tenido conversaciones iniciales con representantes de grupos u organizaciones, y con personas que valen por sí: profesionales, ex presos políticos, economistas, empresarios, intelectuales, etc. También hemos iniciado contactos con otras áreas del exilio, aquí en Estados Unidos, en el Caribe y hasta en Europa; pero este trabajo en realidad acaba de comenzar y todo o casi todo está por hacerse.

Tenemos fe en el futuro de la sociedad cubana, pese a la costosa y desgarradora experiencia de estas cinco últimas décadas. Creemos que vale la pena unir esfuerzos en torno a un proyecto más o menos viable, y en eso estamos, tocando a todas las puertas dentro de lo posible.

No ignoramos que en las ergástulas del Sr. Castro y en la cárcel grande que es Cuba desde hace largos años, hay muchos compatriotas que por prudencia no debieran suscribir una iniciativa de esta naturaleza.

Obviamente, por derecho propio son también promotores de este proyecto de convergencia, cubanos con honrosas e inequívocas credenciales de patriotas, como Gustavo Arcos Bergnes, Martha Beatriz Roque, Oscar Elías Biscet, Raúl Rivero, Héctor Palacios, Vladimiro Roca, René Gómez Manzano, Félix Bonne Carcasés, Roberto de Miranda, y muchos, muchísimos más. Como es el caso de esas mujeres héroes que en las calles de La Habana claman por la libertad de sus familiares y de su pueblo.

Los que nunca tendrán autoría ni cabida en este trabajo en común esfuerzo son los Judas que, disfrazados de opositores, sirven al tirano tildando de “mercenarios” a opositores legítimos y honestos.

El proyecto, tal como lo concebimos, no es una nueva sombrilla de organizaciones, ni una estructura organizativa compleja; ni mucho menos algo que pudiera parecerse a un futuro gobierno provisional o de transición. No, lo que estamos proponiendo es un pacto, un compromiso nacional de concertación que nos permita trabajar juntos para poner el proceso de cambio en marcha cuanto antes y con el menor costo posible.

Claro que se hace necesario definir objetivos, estrategias o métodos de lucha, medios o recursos y otros elementos indispensables. Pero el solo hecho de trabajar en esfuerzo conjunto para alcanzar objetivos comunes, bajo las pautas de un Comité o Consejo de Concertación, puede y debe contribuir por sí a adelantar los acontecimientos y al logro de las metas propuestas. Y son muchas las cosas que pueden hacerse en el marco de la lucha así planteada que, de entrada, debe dejar bien claro que el exilio es una entidad circunstancial cuyos intereses están subordinados al interés superior de la nación cubana y es parte intrínseca de un mismo pueblo: el pueblo cubano.

Rechazamos esa malévola invención de presentar a los cubanos de Miami y del exilio en general como adversarios o rivales de nuestro pueblo. En el exilio, Cuba tiene una valiosa reserva en todos los aspectos.

Otro punto a tener en cuenta es que la lucha debe ser preferiblemente pacífica. Por supuesto, no nos echaríamos a llorar si alguien ajusticia al tirano.

Uno de los recursos de la estrategia de concertación es utilizar a fondo hasta donde sea posible el intercambio de información entre el exilio y la Isla, para crear conciencia de que es hora de ponerle fin a las mentiras, a la miseria y a las humillaciones que le impone una revolución desprestigiada y moribunda que le concede todos los privilegios a los extranjeros y a los corruptos de la mafia gobernante.

Radio y Televisión Martí, activadas de manera que superen la interferencia y con programas de información adecuada, harían un trabajo que no necesitaría prolongarse por mucho tiempo para obtener resultados concretos y definitivos. Nuestras experiencias en La Voz del CID (clausurada por presiones de Castro durante la administración Clinton) nos permiten entender el valor de una información precisa y bien orientada. Si trabajáramos con un proyecto funcional de esfuerzo concertado podríamos lograr lo que necesitamos de Radio y Televisión Martí. Pero la radio y la televisión de Miami pueden hacer también mucho en este sentido, amén de otros medios y vías.

Un elemento importante dentro de esta estrategia de trabajo de conjunto es plantear el cambio como empresa de la alianza del pueblo y los militares cubanos. Esto no es un recurso demagógico e insincero, sino que hablamos de una entente lógica frente a la inmoral trilogía de la cúpula castrista, el aparato represivo y los extranjeros privilegiados. Hay que denunciar y combatir a los esbirros del aparato represivo responsable de muchos crímenes y hazañas abominables como fue el hundimiento del remolcador “13 de Marzo”, que llevó al fondo del mar entre otras víctimas a una veintena de niños que buscaban tierras de libertad. Pero no todo el personal del Ministerio del Interior está cargado de crímenes y sería un grave error no percibir esta realidad. Por supuesto, no podemos ignorar que también hay mucha corrupción entre los responsables del orden público.

En los países de Europa del Este los militares no llegaron a alcanzar un papel tan relevante como el que tienen en este contradictorio y agotado proceso llamado la Revolución Cubana. En realidad los Castro han hecho de nuestros militares instrumentos y víctimas de su política inescrupulosa y criminal. Esta es una de las razones para que miremos y tratemos al personal de las Fuerzas Armadas cubanas como aliados naturales de nuestro pueblo; sin perder de vista que también en el Ministerio del Interior encontraremos personal dispuesto a identificarse con las aspiraciones del pueblo llegado el momento.

En consecuencia, debiéramos pensar que el gobierno provisional instrumentado al producirse el colapso de la Tiranía, debe estar integrado por civiles y militares. Esto es, una Junta de Salvación Nacional, con una agenda bien definida y un calendario previsto lo más sensatamente en base a ese compromiso nacional que debiéramos suscribir los cubanos.

Esperamos que sobre la marcha coincidan con nosotros los compatriotas que persiguen los mismos fines, pero piensan en soluciones dentro del marco legal de la Tiranía.

En resumen: El cambio viene irremisiblemente. Pero podemos adelantarlo y reducir costos si cerramos filas ahora, cuando el averiado mandón está abriendo las rejas a algunas de sus víctimas, cediendo a presiones internacionales. De nosotros los cubanos depende asumir el reto como responsabilidad compartida, uniendo esfuerzos con el favor de Dios y demostrando en los hechos que ciertamente: SOMOS UN SOLO PUEBLO Y LA PATRIA ES DE TODOS.

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** Húber Matos Benítez. Comandante de la Sierra Maestra, Jefe de la Columna 9 “Antonio Guiteras”, en el mismo año 1959 solicitó su renuncia a continuar en el llamado proceso revolucionario cubano, al darse cuenta que la llamada revolución de Castro iba camino de un socialismo-comunismo disfrazado a ese momento. Fidel Castro planeó destruir al Comandante Matos e inventó una falsa conspiración en contra del pueblo y en un falso juicio condenó al Comandante Héber Matos a 20 años de cárcel, los cuales cumplió en su totalidad. Hoy se mantiene activo en la lucha por devolverle al pueblo de Cuba la Libertad por la cual él lucho y Castro usurpó erigiéndose en dueño de la Isla.
Matos es autor del libro “Cómo llegó la Noche”** en el cual narra su participación y experiencias en el proceso cubano. (Publicado por la editorial Tusquets, Barcelona España.)


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