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| El Veraz. | San Juan, Puerto Rico |
Feliz Año 1974

Por Jorge Felix
Editor del Semanario "El Veraz"
Fragmentos de la Novela "Desde la Penumbra"

Era el año 74 y el Primer mundial de Boxeo de la Habana había acabado de celebrarse y el gobierno había prohibido a los cantantes José Feliciano, Julio Iglesias y Roberto Carlos, preferidos de la juventud.

Así, todo el que oyera música extranjera, era un penetrado cultural o tenía problemas ideológicos segun el gobierno.

En su lugar en la radio nacional solo se escuchaban las orquestas cubanas con sus letras vulgares y para todos los estudiantes, solo había una forma de escape, sintonizar las estaciones extranjeras a escondida de la Dirección del plantel.

Empezó la adoración de la música norteamericana. Las medidas del gobierno, habían logrado el efecto contrario, más interés por lo extranjero, por lo prohibido. Alumnos y alumnas llevaban la cuenta de las canciones más famosas en el hit parade de los Estados Unidos y en los tiempos libres, las discusiones se centraban en que lugar había ocupado un cantante u otro.

En la Escuela en el campo, los alumnos al terminar el Décimo eran obligados a pertenecer a los Destacamentos Pedagógicos para dedicarse a enseñar a los alumnos de grados inferiores. Aquellos, que querían estudiar otras especialidades, vieron frustradas sus vocaciones. Al igual que en la primaria, eran disímiles las edades en una misma aula. Al igual, que en la primaria, dos más dos, podía ser igual a cinco.

Sin embargo ellos, muchachos de 7mo Grado, en su interior esperaban que cuando llegaran a 10mo ya aquello no fuera asi.

En las clases de literatura, se leían breves sintesis de La Celestina, Cantar de Mio Cid, El Quijote, El Lazarillo de Tormes. Todo eran breves sintesis, breve sintesis en el desarrollo verbal, en el desarrollo del pensamiento, en el desarrollo cultural. Todo trajo consigo un desarrollo educacional completamente arcaico, incongruente y vacío.

Se podía ser ingeniero o filósofo y nunca haber leído a Homero, Cervantes, José Martí o Benito Pérez Galdós.

Lo único que se leía de principio a fin, eran los discursos del Comandante en Jefe, cuando reunían a todos los alumnos en el teatro de la escuela.

Así era, cada vez que hablaba, casi todas las semanas. Pero ese, era el momento en que los alumnos dormían, cada 5 minutos.

La metas de promoción, eran cada vez más altas, los profesores tenían que aprobar, aunque fuera por los pelos, al más brutos de sus alumnos.

Jorge había conocido lo que hacía el Profesor Mario, cada vez que iba a calificar las pruebas. Los alumnos cometían cada disparate, que él tenía que borrar las respuestas de los alumnos, y contestarlas, el mismo, con la mano izquierda, para poderlos aprobar. Y era que la presión a la que llevaban a los profesores era tal, que tenían que hacer milagro, para obtener resultados.

Y eso que se permitía un mínimo pequeño de suspensos. Pero la verdad era que la cantidad de personas que se podían llegar a suspender, era infinitamente superior. Por eso tenían que llevar constantemente la cuenta de la cantidad de alumnos que podían suspender, para no pasarse de la cantidad establecida. Pasarse de la cantidad establecida, llevaba a obtener menos salario, en un país donde el salario no valía nada o en el peor de los casos significaba, perder el trabajo.

Era práctica común, que los profesores, que cuidaban las pruebas, se pararan en la puerta del aula y desde esa posición, vigilando el pasillo, para ver si venía el Director, dictar cada una de las respuestas de las preguntas de las pruebas.

Y en el peor de los casos, era cuando antes de la prueba, que estaba a punto de hacerse, ya fuera Literatura, Matemática, Física, Biología o Geografía, el repaso en la mayoría de las ocasiones eran por obra y milagro de Dios, las mismas preguntas de la prueba que se iba a realizar al otro día.

Los Directores, habitualmente utilizaban, la misma jerga de los Discursos del Comandante en Jefe. Siempre hablaban en plural: ¨ Nosotros, no podemos permitir... nuestra moral comunista... pues como dijo nuestro Comandante en Jefe... la victoria es nuestra... nuestro eterno socialismo...

Estaban encerrados toda la semana y solo iban los sábados a la casa, para retornar el domingo en la tarde. Durante toda la semana, iban al campo y a las clases. La rutina diaria era levantarse, a las 6 de la mañana, desayunar, realizar el matutino con las palabras del Director, donde habitualmente, se amonestaban a los alumnos indisciplinados. Más tarde salir para el campo hasta las 12 del día y después almorzar para ir a clases.

En el campo los muchachos no querían hacer nada, había que cumplir la norma de trabajo y era un problema realmente grande incumplirla, el que no la cumplía, podía ser amonestado delante de toda la escuela o en el peor de los casos, suspenderle el pase de fin de semana.

Pero los muchachos se las ingeniaban, para lograr cumplir con las normas, unas veces se robaban las cajas de tomates de otras brigadas o simplemente aplastaban con los pies, las yerbas de los surcos.

El hambre que normalmente pasaban en la escuela, era terrible, solo daban harina de maiz, frijoles y en ocasiones pescado hervido, que la mayoría de los alumnos dejaban, porque estaban repletos de espinas.

Por eso cuando los mandaban a trabajar para los platanales, los muchachos, se desquitaban todo el hambre que pasaban en la escuela. Cada cual cortaba un racimo de plátano y lo enterraba en un lugar secreto en la espera que se madurara.

Jorge y sus amigos, Alfredo, Alberto y José, formaban un cuarteto peligroso. Vigilaban donde los demás miembros del aula escondían los racimos, para así poder comérselos.

Alfredo era el especialista, siempre sabía exactamente para cuando estaría maduro el racimo de plátano que habían visto esconder.

- Oye, el racimo de Carlos, estará maduro para el jueves de la semana que viene.

- Qué bueno, pero que no se de cuenta.- decía Alberto

- Oye que hambre tengo - decía Jorge – ¿No hay ningún racimo pa hoy?

- No hoy no hay na– respondió Alfredo

- Oye José ¿por qué tienes tantos granos en la cara?- preguntó Alberto

- Pues porque estoy desarrollando –respondió José.

- Si, pero yo también estoy desarrollando y no tengo la cara así –le dijo Alberto

- Eso se debe seguro, a que se hace una todos los días – aclaró Alfredo

- Eso es mentira – respondió José alarmado

- Seguro que tienes pelos, hasta en las palmas de las manos, por tanto hacerlo – le retó Alfredo

Automáticamente José, se miró las palmas de las manos. La risa de los muchachos no tenía para cuando acabar, mientras que José se puso rojo como el tomate.

Una mañana, decidieron sentarse tres de ellos en uno de los surcos del platanar a charlar.

- Oye y José ¿dónde está?- preguntó Alfredo

- No lo veo desde hace rato –respondió Jorge

- Seguro que fue a comerse un racimo de plátano y no nos dijo nada – sugirió Alberto

- Déjame ver – dijo Alfredo.
Se tiró boca abajo en el surco para así poder mirar a lo lejos, sin que las hojas de las matas de plátanos le dificultaran la visión

- Oye está allá al final del surco y está caminando con tremendo misterio. Vamos pa allá seguro que va a desenterrar un racimo. Pero vamos despacio, pa que no se dé cuenta.

Y así lo hicieron, corrieron uno detrás del otro y cuando llegaron al lugar se tiraron silenciosamente, uno al lado del otro, en unos de los surcos para así poder ver los movimientos de José.

José miró hacia todas partes, no se veía a nadie por todo aquel platanar, que parecía una selva.

Ahora podía hacer lo que quería. Sacó de su bolsillo un pequeño cuchillo y comenzó a abrir un hueco en el tronco de la mata de plátano a la altura de su cintura.

Cuando hubo terminado de hacer el hueco y comprobar con los dedos que estaba, lo suficientemente profundo y redondo, se desabrochó el pantalón e introdujo su sexo, en el hueco de la mata de plátano. Asi comenzó todo.

Los movimientos de José, eran cada vez más espasmódicos, se movía con fiereza y abrazaba a su fría amada, por todas partes.

Su amada movía sus ocho brazos, al compás de los movimientos de José. Los mantuvo en el aire, dejando que José hiciera lo que quisiera. Ahora él, le besaba su fría piel con lujuria, la abrazaba con las piernas y los brazos. Definitivamente, era la mata de plátano, más gozada del mundo.

Pero ella no sabía que tanto amor la llevaría a la muerte. Ya el le pesaba mucho, no podía resistir por mucho tiempo más a su fogoso mancebo.

Las demás matas de plátano la miraban con envidia, pero se preguntaban como ella, podía resistir tanto. Pero no resistió, cayó con su amado en la tierra, ahora ya para siempre.

Se hizo un silencio y José quedó largo rato, encima de su amada... hasta que sintió las carcajadas de sus amigos.

- Oye José estás de pinga - gritó Alfredo, mientras José se levantaba del suelo y apresuradamente se ponia los pantalones... mientras que los demás muchachos no podían hablar de la risa.

- Oye te vas a enfermar, cojones, búscate una mujer, con tantas que hay en la escuela. La verdad que estás de madre – le dijo Jorge

- La verdad, que yo no me imaginaba, que se podía hacer eso, con una mata de plátano, eso es lo último, violó la mata de plátano – decía Alberto, mientras se seguía riendo

- ¡Mira eso, como a dejado a la pobre mata de plátano, acabó con ella!- exclamó sorprendido Alfredo

La escuela no podía estar más sucia y abandonada, simplemente parecía un reflejo en miniatura de lo que estaba sucediendo en Cuba, las ventanas rotas, los pupitres sucios, los libros rotos, las paredes sin pintar, la comida incomible, a veces sin agua, a veces sin luz. Y eran verdaderas cárceles infantiles.

En una parte del edificio dormían los varones, en la otra parte las hembras.

Lo peor sucedía en las noches, cuando se realizaban todo tipo de golpizas, de los grupos de edad mayor contra los más pequeños, de pandillas organizadas contra personas indefensas.

Cada noche, siempre a la misma hora de la madrugada, Jorge se despertaba cuando sentía llegar a Mauricio, un muchacho educado, que se pasaba toda la noche escondido en las aulas, para no recibir las golpizas, que le daban a otros muchachos.

Siempre andaba con la sábana, debajo del brazo, era todo lo que poseía, ya que no tenía en su cama, absolutamente nada, ni colchón, ni almohada, porque los abusadores se las habían robado.

Tendía la sábana, sobre la tabla y sin desvestirse, se acostaba. Así era cada día.

Y era que diariamente, cuando todo estaba a oscura, aparecían los grupos de delincuentes con las sabanas que le cubría todo el cuerpo, se hacian llamar el KKK y con tubos y palos golpeaban a los muchachos dormidos.

Eran tal las golpizas, que se oían muy claramente, el golpe de los tubos contra los huesos y cabezas. Amanecían los golpeados, con los ojos hinchados, la boca rota y las marcas de los golpes en los brazos.

Jorge sin embargo recordaba como cuando uno de los del KKK al mandarse a correr por el pasillo del dormitorio se le safo la sabana que cubria su rostro... no le pudo ver la cara pero era mas negro que el telefono.... cosa extraña...porque las referencia que Jorge tenia del KKK era que eran blancos atacando a los negros y no al revez... definitivamente no entendian por que se llamaban los del KKK.

Y no tenía futuro, que un muchacho fuera a la Dirección, porque al no poder identificar a los que golpeaban, las consecuencias serían peores. Y todos tenian miedo.

Así lo hizo Julio, un muchacho que fue golpeado y cuando en la Dirección no pudo identificar a los que cometían esos delitos, el castigo fue que todos los muchachos del albergue, no saldrían el fin de semana.

Pero pasó un poco de tiempo, solo un poco y una madrugada, se sintió que alguien caía de su litera, los golpes no se hicieron esperar, lo cogieron y le taparon la boca con una funda de almohada y lo arrastraron hacia los baños. Allí la golpiza continuó entre todos, Julio apenas podía defenderse, hasta que de un golpe cayó al suelo. Entonces entre todos los del KKK, le orinaron el rostro. Y así lo dejaron allí. Al otro día, Julio se fue de la escuela para siempre.

No se sabía, por qué existía ese odio, no se encontraba la razón por la cual sucedía esto, a no ser, que los que cometían esto, eran personas con grandes problemas, en sus propios hogares, personas con un bajo nivel moral y un sistema de valores completamente primitivo.

Personas que en lugar de estar allí, debían estar en cárceles para criminales. Y para ellos se había convertido en un vicio, era como si el olor a sangre, los embriagara.

El robo, era el pan de cada día y para contrarrestar esto, Jorge había decidido llevar en su viejo maletín, la peor toalla de la casa, que era casi transparente, un solo calzoncillo que estaba todo lleno de huecos zurcidos y que se ponía exclusivamente para dormir, porque para ir a las clases o al campo, no se ponía absolutamente nada, un par de medias zurcidas, el uniforme, la camisa y el pantalón de trabajo, medio jabón y menos de medio tubo de pasta dental, que escondía en un hueco del colchón.

Su madre era quien le hacía el maletín y sabía de memoria lo que llevaba su hijo, que eran las mismas cosas que debían venir el fin de semana, no podía venir nada de más, que ella no hubiera puesto. Así fue como lo educó, a no robar, aunque todo el mundo lo hiciera.

Una mañana, en el matutino, el Director se presentó en la tribuna de la escuela. Detrás de el estaba un guajiro guia de campo de los estudiantes. Más atrás estaba José, tembloroso, pálido. ¿Que había pasado?

El Director, mandó a hacer silencio, como un Director de orquesta:

- Hoy, debemos informarles sobre un hecho lamentable, que sucedio con este campesino. Es muy grave, muy grave – se aclaró la garganta- Y da pena que tengamos que informar esto, pero tenemos que hacerlo, por los principios en que nuestra revolución educa a la juventud.

La tensión era extrema y el Director nunca acababa, pero por el giro que estaba tomando el discurso, José le había quemado la casa al campesino.

- No voy a dar más rodeo, esto hay que atacarlo, con toda la fuerza que se merece.

Se volvió para José y le dijo:

- Párese aquí, donde lo vea todo el mundo. Para que nunca, olviden lo que usted ha hecho, para que usted se arrepienta, toda su vida.

Se volvio a aclarar la garganta y prosiguio:

- En conclusión este alumno que ustedes ven aquí en varias ocasiones, hizo una verdadera inmoralidad. No era la primera vez que lo hacía, cuando el campesino, aquí presente, nos llevó para que viéramos, con nuestros propios ojos, lo que este asqueroso hacía. Cuando llegamos allí no podíamos creerlo, allí a solo 300 metros de la casa del campesino... la verdad que yo lo miro a usted y siento asco.

¿Qué habrá hecho? –Se preguntó Jorge- ¿le habra robado la cuota del mes al campesino?

- Allí a solo 300 metros de la casa del campesino, este mutante, este enfermo hacía las cosas más asquerosas con... con la única carnera de este campesino.

El murmullo, no se hizo esperar, para todos era una verdadera sorpresa todo aquello. Se habían escuchado cuentos que algunas personas muy desesperada que hacían eso. Pero ver a esa persona en carne y hueso delante de uno, era otra cosa.

Hubo risas, asco, desaprobación, una mezcla de sentimientos, ningunos muy favorables para José. Al final el Director concluyó:

- Por eso hemos decidido, sin más dilación, expulsar a esta basura, de la escuela, no merece estar entre nosotros. Ahora mismo, usted recoge sus cosas y se va de aquí.

Entonces, solo entonces, José del miedo que tenía, no pudo contenerse más, perdió el control y se orinó en los pantalones delante de todo el mundo, llevándose las manos a la cara entre llantos y sollozos.

El silencio ahora era total. Mientras el Director, sonreía triunfante, observando la escena. Solo que muy pronto su sonrisa, se transformó en una mueca. Desde el final de las filas, alguien gritó con todas sus fuerzas:

- Animal.

El eco se propagó por el cajón cerrado, que era el patio de la escuela. Todo el mundo miró hacia atrás. Allí estaba Alberto, rojo como el tomate, lleno de rabia.

- ¿Quién dijo eso?- preguntó el Director para impresionar y amedrentar

- Yo lo digo- gritó a viva voz- usted es un abusador, usted es un cobarde, usted ha abusado de el, que es solo, un niño de 13 años... usted es un animal, un animal.

- Alberto, cállate muchacho, que te vas a embarcar –le decían sus compañeros entre dientes

- Ahora me puede botar. Pero seguirá siendo un cobarde – entonces lo gritó con toda la fuerza de su pecho- Un cobarde.

Definitivamente, Alberto se había vuelto loco. Nadie quería estar en su pellejo, aunque es posible que algunos si lo hubieran querido.

Todos los profesores, bajaron la vista. Y el Director ordenó, a tres de los profesores, que lo fueran a buscar al final de la fila y lo llevaran para la Dirección. Ese mismo día fueron expulsados de la escuela, mis amigos Alberto y Jose.


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