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| El Veraz. | San Juan, Puerto Rico |
A la Bahía de Manzanillo

Por Jorge Felix
Editor del Semanario "El Veraz"
Fragmentos de la Novela "Desde la Penumbra"

Allá por Manzanillo en la Bahia yo quiero gozar una novia que tengo en el mar...

La hermana y el niño subieron la loma después del penoso viaje desde la Habana y gracias a Dios que no se había roto el ómnibus. Habían tenido que subir la loma de Caimary, porque el transporte público que subía iba repleto. La loma era tan inclinada y el transporte tan viejo, que los pasajeros se tiraban sin que el transporte detuviera la marcha. Pero con esas maletas, difícilmente podían alcanzarlo o tirarse. Llevaban en ella, arroz, frijoles, la cuota del mes que había vendido el gobierno y algunas ropas. De hecho, nadie podía pasarse las vacaciones en casa de nadie, sino llevaba la cuota, para poder pasar las vacaciones.

Una vez que llegaron a la cima de la loma, tuvieron que sentarse sobre las maletas, estaban agotados. Pero gracias a Dios, una de sus tías, que se pasaba todo el tiempo, mirando religiosamente por la ventana, los vio y avisó a todas sus primas para que ayudaran. Eran cinco primas entre 13 y 14 años y un primo de 7. Para Jorge fue una alegría, descubrir por primera vez a tantas gentes. La vez pasada cuando había viajado no los había visto a ninguno de ellos, al parecer estaban en el campo en casa de unos tíos.

La química entre todos fue automática. Todos celebraban al nuevo primo de la Habana. Pero él, solo estaba pendiente de una cosa, Alina, su eterna novia. Estaba loco por verla de nuevo. Esa misma tarde de su llegada se puso el mejor de sus pantalones cortos y se presentó en su puerta.

Le abrió la puerta, Alina. Se abrazaron, saltaron de alegría, ella lo encontró más alto, él la encontró más linda. También ella, había crecido. Estaban locos de contentos, la madre se alegró mucho al verlo, le caía bien aquel niño, era muy ocurrente. Ella se había divorciado hacia poco de su esposo y se había quedado sola, con dos niñas, Alina e Ileana. Esta última que era mayor, Jorge tampoco, la había conocido la vez anterior, ahora al igual que la vez pasada, estaba en otro pueblo pasando las vacaciones

De nuevo el patio, los mamonsillos, tamarindos y almendras. Ya él, tenia nueve años y ella diez.
Durante la primera semana, no se habían separado ni un minuto, al punto que Jorge almorzaba en su casa y después almorzaba en la de ella. No sabía por que, ahora Alina se había puesto diferente, más recatada.

Ahora solo besos de vez en cuando, y solo le gustaba jugar, solo eso. Llegó a la conclusión de que había pasado mucho tiempo.
Ahora había más personas con quien pasarla bien, sobre todo con sus primas, le encantaba salir con ellas.

Una tarde cuando salía con todas ellas, camino a casa de otra de sus tías, una de las primas comento:

- Allí, en aquella casa, vive una mujer monstruosa. Tiene un ojo que le cuelga hasta mitad de la cara, una quijada inmensa y las orejas le cuelgan hasta los hombros.

Todo el mundo sintió un tremendo escalofrío. Se respiraba el terror en el grupo. Decidieron aminorar la marcha, para así disimuladamente poder verla. Pero cuando pasaron por delante de la puerta de la casa, solo pudieron ver al final del pasillo oscuro, una figura encorvada de espaldas, con las piernas totalmente arqueadas.

Tremendo monstruo, era aquel. Se veía que tenía que ser terrible, aunque desgraciadamente no habían podido verle la cara. Pero para Jorge, aquello no podía quedarse así, él tenía que verla.

Seguro que en cualquier momento el monstruo, iría a la sala de la casa y sería el momento ideal para poder verla, sin que el terrible monstruo se diera cuenta. Se tiró en la acera y arrastrándose por el suelo como un gato, muy despacio, muy despacio comenzó a acercarse a la puerta.

Tenía la idea de llegar hasta la esquina inferior de la puerta de entrada y asomar por allí la cabeza para así poder mirar al monstruo sin que este se diera cuenta desde el suelo.

Iba con el corazón en la garganta, tembloroso, ya estaba llegando.

Por fin muy despacio, muy despacio comenzó a sacar la cabeza, por la esquina inferior de la puerta, cuando de pronto chocó su nariz con la nariz del monstruo que también estaba acostado en el piso de la sala, esperando a que el niño llegara.

El grito del niño se oyó en toda la cuadra, se levantó y salió corriendo despavorido, lleno de miedo, mientras todas las primas se morían de la risa con lo que le había pasado.

Cuando miraron atrás, el monstruo se asomó a la puerta y hacía unas muecas que con mucho esfuerzo pudieron determinar que se reia

La verdad, pensaron que si el cine la descubría, hacía una película de terror sin necesidad de gastarse en maquillaje, dejaba atrás, al Monstruo de la laguna negra, la película que ponían cada quince días en la televisión.

Disfrutaban mucho ir al zoológico de la ciudad, iba más para tirarse por las canales, que por los animales.

En verdad, solo había un cocodrilo que parecía de cemento. El león que había, se estaba muriendo de hambre y antes que se muriera, unos valerosos muchachos que nadie sabía quiénes eran, se lo habían comido.

Pero otro grupo de persona apostaban que había sido, el que se encargaba de limpiar la jaula. El pobre hombre estaba tan flaco como el león y en las últimas semana se había recuperado un poco. En lugar del león, estaba ahora, bien enrejado por lo peligroso que era, un gallito de peleas.

Siempre la pasaba bien con ellas, particularmente en las noches cuando iban al parque central de la ciudad. El paseo por el parque era un ritual, que el tiempo aún no había podido borrar.

Las muchachas solteras, paseaban en círculos infinitos en pequeños grupos por la parte interior del parque. En sentido contrario por el borde exterior paseaba los muchachos solteros.

El sentido de toda esta forma de actuar, era conocerse, intimar. Solo se veían miradas, sonrisas, saludos al estilo del siglo XIX. Cuantas personas, se enamoraron en ese parque, cuantas se separaron para no verse más, solo Dios lo sabe.

Algo que le encantaba a la familia, era disfrutar las comparsas. En la ciudad de Manzanillo eran sumamente famosas desde tiempos de antaño. Ensayaban en diferentes puntos de la ciudad y allí también era la ocasión para conocer a otras personas.

Cada una de estas comparsas tenía la oportunidad de salir una vez por semana, por toda la ciudad. Bajaban las lomas, al compás de tambores y cornetas chinas, eran cuadras y cuadras de torrentes humanos a un mismo ritmo.

Era agradable ver, como las personas disfrutaban de todo aquello. Lo mismo desde los balcones de las casas, desde los portales. Y solo escuchar los tambores eran suficiente motivo, para emprender la marcha detrás de la conga hasta el final, siempre bailando. Distancias de kilómetros y kilómetros hasta Barrio de Oro y desde allí, de nuevo hacia atrás.

Una mañana cuando dormía, Jorge fue despertado por un alboroto que había en la sala de la casa. Inmediatamente después aparecieron Alina y su hermana.

A ella le resultó el muy simpático. A él sin embargo, le pareció la niña más linda que había visto, mil veces más linda que Alina, mil veces más linda que toda las niñas que había visto en su corta vida. Tenia la piel color canela, el pelo largo y negro, como el azabache que le llegaba hasta la cintura, tan lacio que, no tenía necesidad de peinarse, con solo sacudir su pelo, ya estaba arreglado. Tenia los ojos negros y una nariz que solo se encuentran en las obras de arte. Pero además tenía 12 años, algo verdaderamente inalcanzable para él, que solo tenia nueve. Tenia sus curvas bien pronunciadas y sus senos habían comenzado a florecer.

Ahora eran tres, lo mismo para jugar con las viejas cartas, como para jugar dominó. Pero otra de las cosas, que más le gustaban a Jorge, era lo bien que bailaba, lo mismo la música extranjera, que la cubana. Movía sus caderas, al vaivén de los tambores con una sexualidad extrema. Para Jorge, esto era como caído del cielo. Solo tenía ojos para ella.

Tan pequeños y ya brotaban de sí, una sexualidad inmensa. Y es que, es una característica general del cubano, esa sexualidad innata que no posee nadie más en el mundo. Nadie les enseña nada, es como si lo llevaran en la sangre. Es como si hubieran nacido solo para amar.

Ileana una tarde, fue corriendo a la casa para invitar a Jorge junto con su madre a pasear. Jorge se puso tan contento, que se fue a bañar. Cuando terminó se puso su mejor pantalón y camisa, que habían sido de su hermano y que su mama se lo había arreglado. Estaba elegante. Sacó los zapatos colegiales y le pasó un trapo. Ahora todo estaba bien. Tenía un roto en la punta de la media, pero bueno, nadie lo iba a ver. Se peinó hacia atrás, y esperó sentado en la sala.
Ileana vino y lo cogió de la mano, juntos con la madre bajaron toda la loma, iban despacio. Jorge estaba descubriendo la ciudad, era muy bonita, pasaron frente al cine Martí, después por las calles polvorientas, camino al parque en el mismo centro de la ciudad. Con sus leones y bancos de mármol blanco, el parque era tan inmenso como un terreno de fútbol. En el centro, había una glorieta, única en la isla. Los habitantes de Manzanillo decían que era la copia de otra que estaba en Sevilla. Eran las 6:30 de la tarde en el parque merodeaban muchas personas, unos discutiendo de deportes, otros paseando a los hijos.
Pero para sorpresa de Jorge, siguieron camino hacia otro lugar. Por fin entraron en una casa que a juzgar por la estructura que tenía, parecían unas oficinas de trabajo. Todo estaba a oscura. Solo al final del pasillo, había un bombillo que alumbraba la entrada de una oficina. Delante de esta, había un vestíbulo que el bombillo no alumbraba del todo. En una esquina un viejo sofá, medio roto.
La madre tocó la puerta y la abrió un hombre vestido de militar. Ella presentó al niño y él le estrechó la mano. Después ella, les pidió a los niños que se sentaran en el sofá. Inmediatamente se cerró la puerta y se quedaron sentado en el sofá en medio de la oscuridad de aquel vestíbulo. Por la mente de Jorge, pasó una idea maliciosa, se las llevaba toda en el aire, se imaginaba lo que estaban haciendo la madre en la oficina. Pero lo que nunca se imaginó fue lo que ocurrió a continuación. Ileana dulcemente le dijo:
- ¡Bésame! – Esto de verdad, no se lo esperaba. La besó temeroso, en la cara.
- Así no – dijo ella. – Así, mete la lengua en mi boca, así, mi amor, así, ¿te gusta? ... así. Mientras le chupaba los labios a Jorge, acariciaba su cuello.
- Bésame, el cuello, chúpamelo- le decía ella bajito, escapada de la realidad y con sus ojos en blanco- ¡qué rico, papito! ¡Que rico! Así mi amor, mi machito rico.
Él por primera vez habló:
- ¡Que rica estás!
- ¡Bajito que nos pueden oír! Así papito, así, no, allá abajo no, allá abajo no. Solo las caderas. Así, si, bésame las caderas, así, qué rico papito. ¿Qué quieres? ¿Que te las enseñe?
Desabrochándose tres botones de la blusa, se levantó el sostén por encima de sus senos. Para Jorge, que no había visto nunca unos senos, aquellos eran los más hermosos que había visto nunca. Eran redondos, pequeños y erectos. El se lanzó, como si se hubiera tirado de un trampolín.
- Suave, suave, mi amor, suave. Así papito, así, que rico. ¿Te gusta? ¿Sí? Gózalas mi machito, ¿están ricas? Ay que rico, mi chino.
Aquello le resultaba a Jorge muy simpático. Era rubio y se había convertido en chino. Siguió por instinto, trabajando fuertemente a Ileana, se desenvolvía en forma natural. Había nacido para eso. Estuvieron así hasta bien tarde. Disfrutando con sus bocas cada palmo de sus cuerpos. Todo se detuvo cuando se encendió la luz de la oficina en que estaba la madre y rápidamente se arreglaron las ropas. Cuando la madre salió, estaban como unos angelitos. El militar salió para acompañarlos hasta la casa. En el camino Ileana y Jorge se adelantaban corriendo una cuadra y al doblar de las esquinas se besaban como si tuvieran 22 años, así hasta llegar a la casa. Eran las 12:30 de la noche.
Después de ese día, Jorge solo pensaba en lo mismo. No se movía de casa de Ileana. Constantemente estaba tratando de repetir la experiencia, Ileana también. Pero sobre todo se cuidaba de Alina, no quería que se enterará. La quería, pero ya no era igual. Ileana estaba llena de sorpresas. Era el reto, la conquista del más allá. Ella le había enseñado todo, todo lo que sabía y había sido un alumno excelente.


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