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| El Veraz. | San Juan, Puerto Rico |
Los Dictadores tambien votan

FERNANDO ROSPIGLIOSI

Historias que parecen arrancadas a la ficción, con tiranos que ganan seis o siete reelecciones, por las buenas o por las malas, y arruinaron a sus países.

La imagen de un líder depositando su voto es una clásica estampa de la democracia.

Sin embargo, las dictaduras también recurren a las elecciones, como un acto de legitimación ante la comunidad internacional. La gran diferencia es que en éstas el triunfo está cantado.

Así, tiranos y autócratas como Ferdinando Marcos, Alfredo Stroessner, Fidel Castro, Augusto Pinochet, Slobodan Milosevic, Mao Tsé-tung, Joaquín Balaguer, Anastasio Somoza, Porfirio Díaz, Suharto, entre otros, se han perpetuado en el poder mediante elecciones amañadas. El final de casi todos esos regímenes se ha caracterizado por la violencia.

MUCHAS veces democracia se asocia, de manera simplista, con elecciones. Es un grave error. A lo largo del siglo XX, innumerables dictadores han realizado elecciones de algún tipo, comicios amañados que sólo servían para cubrir con un tenue barniz de legalidad sus gobiernos autoritarios.

Una de las razones principales para que se montaran esas farsas electorales, es que durante décadas, dictaduras que se mantuvieron bajo el amparo de Occidente, específicamente de los Estados Unidos, justificaron su existencia con el argumento de que defendían la democracia contra el comunismo.

Para mantener la ficción, tenían que realizar elecciones, en las que siempre resultaban vencedores. El artificio legitimador de las elecciones tenía un doble destinatario, el pueblo de sus países y la comunidad internacional. O, más precisamente, los EE.UU., donde los gobiernos que respaldaban dictadores pro norteamericanos, tenían que guardar las apariencias ante el Congreso y su propia opinión pública.

En verdad, nunca importó demasiado. Sólo se requería de una delgada capa de democracia para encubrir feroces dictaduras. Todos sabían bien cuál era el juego. Como dijo un presidente norteamericano de turno en la decada del 70 de un corrompido dictadorzuelo centroamericano, "es un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta". Lo que importaba es que sirviera a sus intereses.

Hubo un cambio, sin embargo, en la década de 1960 y 1970. En Latinoamérica surgieron gobiernos militares institucionales de las Fuerzas Armadas, que no requirieron de elecciones para justificarse. De "izquierda" o "derecha", sus fundamentos fueron otros. En Perú, (1962 y 1968), Brasil (1964), Ecuador (1972), Chile (1973), Uruguay (1976) y Argentina (1976), las instituciones castrenses se hicieron del poder instaurando un nuevo tipo de autoritarismo.

Hoy el péndulo parece regresar a épocas pretéritas, que se creían extinguidas para siempre. Alberto Fujimori en el Perú y el comandante (r) Hugo Chávez en Venezuela, presiden gobiernos autoritarios, con decisiva presencia de las Fuerzas Armadas y fuertes rasgos populistas y, elecciones controladas de por medio, pretenden perpetuarse indefinidamente en el poder.

Las razones para realizar elecciones son, en el fondo, las mismas que motivaron a gobiernos autoritarios del pasado. Disfrazar ante la opinión pública nacional y ante la comunidad internacional la esencia dictatorial de sus gobiernos y adquirir un viso de legitimidad.

Sin embargo, algunas cosas han cambiado. Desde la época del presidente norteamericano Jimmy Carter (1976-1980), los EE.UU. se han mostrado menos tolerantes con las dictaduras y han impuesto estándares más estrictos en materia de respeto a los derechos humanos y cívicos.

La caída del Muro de Berlín (1989) y el derrumbe de la Unión Soviética (1991), constituyeron victorias importantísimas de la democracia y el capitalismo. Por lo menos en áreas del mundo bajo la influencia directa de Occidente, ya no es posible ahora justificar dictaduras como las de antaño.

Por eso los métodos se han sofisticado. Ahora no se trata simplemente de cambiar los resultados de las ánforas, de manera burda, o asesinar o encarcelar a los opositores. Hoy día un asunto básico para los nuevos dictadores es el control de los medios de comunicación, sobre todo la televisión. Y el uso discrecional e incontrolado de los casi ilimitados recursos del Estado por el candidato-Presidente.

LOS ASIATICOS

Mao, en 1954. Se aferró al poder hasta 1976, cuando murió. Purgó sin piedad a sus rivales

El filipino Ferdinand Marcos y el indonesio Suharto son los típicos dictadores asiáticos surgidos en los años '60, bajo el paraguas norteamericano. Ellos lograron el total respaldo de los EE.UU. en medio de la Guerra Fría y del caliente conflicto de Vietnam, con el poderoso argumento de ser una barrera infranqueable contra el comunismo.

Marcos, un oficial de inteligencia durante la II Guerra Mundial, se hizo del poder ganando una elección en 1965. A partir de allí, no dejó el gobierno durante más de dos décadas, hasta 1986, cuando fue derrocado. El primer período de Marcos trajo crecimiento y prosperidad a Filipinas, y posibilitó su reelección en 1969. Pero el segundo término fue más complicado.

Se produjeron muchos disturbios por el apoyo que daba Marcos a los EE.UU. en su impopular guerra en Vietnam y una guerra civil contra grupos insurgentes comunistas y musulmanes. Con ese pretexto, Marcos declaró la ley marcial en 1972, disolvió el Congreso, persiguió a los opositores y censuró la prensa. Promulgó una nueva Constitución a su medida en 1973 y realizó plebiscitos para tratar de legitimar sus actos de gobierno.

En 1981, Marcos levantó la ley marcial y realizó elecciones controladas, que él naturalmente ganó. Esta vez el período fue de 6 años. En 1983 fue asesinado el principal líder opositor, Benigno Aquino. En 1986 convocó a elecciones y se proclamó ganador, en medio de un gran fraude, derrotando a Corazón Aquino, la viuda del líder asesinado.

Pero las cosas ya estaban cambiando. La movilización popular y las presiones norteamericanas lo obligaron a huir apresuradamente del país, con su esposa Imelda, llevándose gran parte de la inmensa fortuna que habían amasado durante 21 años.

Corazón Aquino asumió la presidencia. En Filipinas se empezó a aplicar un sistema de observación electoral de parte de las instituciones de la sociedad civil, con apoyo externo, que luego se convirtió en modelo en otros lugares del mundo.

Otro dictador asiático parecido fue el general indonesio Suharto. El se hizo del poder real en 1966, y desató una feroz represión contra los comunistas. Se hizo elegir en 1968, y se reeligió sucesivamente en 1973, 1978, 1983, 1988, 1993 y 1998. Es decir, ganó 7 elecciones consecutivas.

Dos meses después de su última elección, en mayo de 1998, fue derrocado por una combinación de protesta popular, conspiración militar y presiones norteamericanas.

Durante su gobierno de más de tres décadas, la familia Suharto se convirtió en la más rica de Indonesia y una de las más adineradas del mundo.

Durante mucho tiempo se creyó que la economía indonesia había despegado y que el crecimiento era indetenible. Indonesia fue uno de los países modelo de aquellos que proclamaban las virtudes de la combinación de autoritarismo con economía de mercado.

Sin embargo, el esquema de Suharto tenía pies de barro y en 1997 se empezó a derrumbar. Hoy día yace en ruinas, a pesar de los intentos de salvataje del Fondo Monetario Internacional y los miles de millones de dólares bombeados a su desfalleciente economía.

LOS PATRIARCAS LATINOAMERICANOS

El modelo de todos los patriarcas latinoamericanos es, sin duda, el militar mejicano Porfirio Díaz. El encabezó un exitoso levantamiento contra el presidente Sebastián Lerdo de Tejada, que trató de reelegirse, en 1876. Díaz gobernó hasta 1880, y luego de un período regresó al poder mediante elecciones, en 1884. Y esta vez no lo soltó hasta su derrocamiento, en 1911.

Una de las primeras cosas que hizo Díaz, luego de llegar al gobierno en 1884, fue cambiar la Constitución para poder reelegirse. Luego organizó puntualmente elecciones, todas amañadas, en 1888, 1892, 1896, 1900, 1904 y 1910. Ganó siete elecciones consecutivas hasta que, poco después de su última y multitudinaria reelección, el país estalló, dando inicio a la Revolución Mejicana.

En Sudamérica, el militar paraguayo Alfredo Stroessner disputa el récord con Porfirio Díaz. El gobernó 35 años y se hizo elegir siete veces. Llegó al poder mediante un golpe, en 1954, e inmediatamente se "legitimó" mediante una elección en la que él fue el único candidato (como poco antes había hecho Manuel A. Odría en el Perú).

En 1958 otra elección confirmó a Stroessner por cinco años más. En 1963 fue, por supuesto, reelegido. En 1967 cambió la Constitución para poder reelegirse por dos períodos, pero sin contar los anteriores. Cualquier parecido con el Perú del 2000 no es coincidencia.

En 1968 fue reelegido y en 1973 también. Allí terminaban sus reelecciones permitidas por la Constitución que él mismo había elaborado y hecho aprobar. Pero el poder es muy dulce para abandonarlo por un simple precepto constitucional. Así, poco antes de concluir su nuevo período, en 1977, Stroessner convocó una nueva Constituyente, en la cual obtuvo, naturalmente, amplia mayoría. Allí se aprobó una nueva Constitución que esta vez incluyó la reelección vitalicia.

Con tan sólido argumento jurídico, Stroessner se hizo reelegir en 1978, 1983 y 1988. Hasta que fue derrocado por su consuegro, el general Andrés Rodríguez, en 1989. En su última elección, Stroessner obtuvo nada menos que 89,6 % de los votos. Tan abrumador triunfo no representaba nada más que el tamaño del fraude, por supuesto, y se desvaneció en pocas horas cuando lo echaron del gobierno.

No obstante, la herencia de corrupción y destrucción que dejó a su paso ha perdurado y hoy, más de una década después, el Paraguay sigue sumido en el desorden y la pobreza.

El más reciente dictador en pasar a la historia de la literatura es Rafael Leonidas Trujillo, materia prima de la última novela de Mario Vargas Llosa (CARETAS 1607). Trujillo, un tirano especialmente sanguinario y corrompido, gobernó República Dominicana entre 1930 y 1961, cuando fue asesinado.

Pero él no siempre fue presidente. En 1930 llegó al poder mediante un golpe y se hizo reelegir en 1934. Terminó su período en 1938 y gobernó por interpósita persona hasta 1942, en que nuevamente se hizo elegir presidente en elecciones fraudulentas. Se hizo reelegir en 1947 y en 1952 le trasladó la presidencia a Héctor Bienvenido Trujillo, reelegido en 1957.

En 1960, la región empezó a bullir, por el triunfo de los barbudos de Fidel Castro y el Che Guevara en la cercana Cuba. Un dictador tan sanguinario como Trujillo era contraproducente para la política norteamericana, y la siempre obediente Organización de Estados Americanos (OEA) censuró al régimen trujillista y le impuso sanciones.

Pero esa estirpe de dictadores difícilmente se aparta del poder. Así, en 1961 fue asesinado por militares, en una emboscada orquestada -según se dice- por la CIA.

Un aprovechado alumno de Trujillo fue Joaquín Balaguer, un funcionario civil de su régimen, que precisamente asumió la presidencia, de manera interina, entre 1960 y 1962.

Balaguer fue elegido en elecciones consideradas fraudulentas en 1966, poco después de la intervención militar norteamericana. Se hizo reelegir en comicios amañados en 1970 y 1974.

Regresó en 1986 y con fraudes descomunales se hizo reelegir en 1990 y 1994.

En esta última elección, hasta la OEA denunció el fraude y, básicamente por las presiones norteamericanas y las movilizaciones populares, Balaguer fue obligado a renunciar en 1996. Hoy día, ciego y con 93 años a cuestas, es nuevamente candidato.

Otra dinastía paradigmática es la de los Somoza, que gobernó Nicaragua durante 42 años, desde 1937 hasta 1979, cuando Anastasio Somoza Debayle, "Tachito", elegido presidente en 1974 con el 91,7 % de los votos, se derrumbó ante las guerrillas sandinistas. El padre de "Tachito", Anastasio Somoza García, "Tacho", gobernó desde 1937 hasta 1956, cuando fue asesinado. Lo sucedió su hijo, Luis Somoza Debayle, y luego su hermano "Tachito" que, un año después de su derrocamiento, fue asesinado en su refugio paraguayo.


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