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| El Veraz. | San Juan, Puerto Rico |
Vivencias y reflexiones de una española en La Habana

por Luz Modrono

¿Cómo hacer llegar la amarga visión que de la realidad cubana se obtiene en cuanto se traspasa el umbral de los circuitos turísticos y la planificación gozosa de esa bella isla que, para el consumo placentero del turista, ha desarrollado un gobierno infame que humilla, prohíbe, persigue y ha llevado a su pueblo a la condición de meros supervivientes?

Por fin he llegado a Madrid, pero en mi retina, en mis oídos y en mi memoria persiste vivamente la realidad de un país enajenado, olvidado, justificada la barbarie y la pobreza, la humillación permanente en aras de no sé qué principios que nada tienen que ver con las legítimas aspiraciones de una sociedad libre. Sentir la mirada turbia por el miedo y la desconfianza de los cubanos, el ansía de escapar de una isla que ha sido lugar de origen y alumbramiento y que hoy es una cruel cárcel en la que irremisiblemente están atrapados, sin saber ciertamente el tiempo de condena que aún queda por cumplir, es una experiencia que Poe posiblemente no se atreviera a imaginar.

Los cubanos declaraban en mis entrevistas sentir que son "culpables de algo", que han hecho algo mal a lo largo de la historia, y que son castigados por fuerzas incontroladas, sienten que agonizan entre podredumbre y vejaciones. El pueblo en Cuba ha sido desposeído de sus señas identificativas para verse transformado en masa hostigada y con capacidad de supervivencia en la medida en que son obedientes y sumisos a las órdenes transmitidas desde el poder. Un poder autodenominado "revolucionario" y que lleva casi medio siglo entronizado. Y contemplando indiferente, la agonía de su propio país. País en el que la apostasía se paga con largos años de presidio.

La libertad de pensamiento, la independencia de criterios, la expresión crítica del análisis de la realidad son meras falacias contrarrevolucionarias que ponen en peligro la supuesta estabilidad del régimen. Estabilidad en la que -no me cabe duda alguna tras la observación y conversaciones mantenidas con los cubanos de toda índole y condición- no cree ni el propio Fidel.

Porque Cuba es hoy una sociedad descompuesta, hambrienta, agonizante. Y de ello son prueba los actos de terror que sistemáticamente la Seguridad del Estado inflige a la población. Y que van desde los impedimentos legales para resolver cualquier trámite administrativo, a la amenaza, la exclusión social, el despido laboral... y que irán in crescendo en la medida en que los integrantes de la masa condicionada por el poder más vayan individualizándose hasta alcanzar los grados de paroxismo colectivo que son los actos de repudio, los avasallamientos y registros domiciliarios, las detenciones injustificadas, los interrogatorios en la tétrica Villa Marista, la suspensión de juicios, las palizas y las torturas, las condenas por delitos que no tienen visos de realidad, porque en Cuba el gobierno niega la prisión por delitos de conciencia.

El pillaje, la mentira, la extorsión, la prostitución... marcan la personalidad de las calles de La Habana. Y la población, en la que los valores morales y éticos ha sufrido una alteración lingüística, denomina a todo ello "estar en la lucha". Está en la lucha el que roba, el que tima, el o la que se prostituye para poder malalimentarse, el que trafica... Está en la lucha el que, en definitiva, se ha visto obligado por la fuerza del hambre y un sistema político decadente a sobrevivir. Es decir, "roban todos, todos lo hacen. Lo único es que hay que tener cuidado con que no te pillen, pues son cinco años de cárcel", declara uno de mis entrevistados, joven de 23 años hijo de médicos fundadores del PCC y hoy sobreviviente que, de vez en cuando, y "cuando me sale" conduce un viejo "almendrón" de su familia y se dedica a traficar con puros habanos.


Es la lucha cotidiana contra un mundo que se derrumba pero que no acaba de hundirse. Cuando habla, Alejandro se lleva un dedo a los labios, baja la voz y mira desconfiado hacia sus cuatro costados.

Porque en Cuba nadie es inocente, para serlo hay que demostrarlo, y el gobierno tiránico de un enajenado lleno de odio y poder se encarga de que no sea así como arma arrojadiza contra los no-ciudadanos, contra el que se atreve a moverse, a no participar en los actos de repudio, a declararse contrario a tanto despropósito.

Para el gobierno cubano y sus agentes esbirros de la Seguridad del Estado, yo tampoco fui inocente. La Seguridad se presentó en la casa en la que me alojaba y mancilló y violentó mis pertenencias, mis escritos, mi intimidad. Ante mi protesta y petición de una orden de registro que les diera la capacidad de avasallar mi rincón, respondieron con un lúgubre "nosotros no la necesitamos".

Ahí comenzó una experiencia que me ayudó mejor a comprender la valentía, la dignidad, el orgullo de un pueblo que no quiere ser masa. Medió la amenaza contra mí y contra los que me rodeaban y con los que me relacionaba. Bajo la acusación de ser "agente extranjero al servicio de la contrarrevolución", dejando claro el significado de esta frase y la amenaza bien de la tenebrosa Villa Marista o la expulsión del país como "persona non grata", se me exhortó a seguir mi estancia en Cuba como turista y gastar mis dolares o euros visitando los recorridos turísticos preparados por la revolución.

Fue mi castigo y mi penitencia. Tenía que visitar la tarjeta postal para uso y disfrute de los turistas, confeccionada con hilos de mentiras y falsedades. Me convertí en persona non grata por rodearme de amigos que se habían movido de la foto, por gente que no cabía en la tarjeta postal. Aunque en realidad, ningún cubano cabe hoy en ella.

Por hablar e intentar moverme, olvidando que en la tierra del secuestro nada es permisible sin el conocimiento de su excelencia, por tratar de conocer esta isla desde el otro lado del espejo. Y me transformé en una disidente extranjera, en una opositora, pasando a engrosar la larga lista de personas que, violando el principio universal de libre movilidad, no podrán regresar a Cuba y que, anhelantes, esperaremos que la pesadilla termine para regresar y celebrar en la calle, juntos el fin de una larga dictadura. Y poder abrazar a quienes encontramos en un camino lleno de escollos y prohibiciones, pero valientes y dignos y que nos impidieron abrazar. A pesar de Castro y sus secuaces, mi alma quedó en La Habana y dejé mi corazón llorando.

Las páginas que siguen son un retrato de la Cuba fidelista que tuve la suerte, o la desdicha, de conocer. Retrato que no se queda en la descripción de unas calles o unas gentes sino que pretenden ser una crónica y a la vez una reflexión, testimonios de un mundo decadente, que agoniza. Son el resultado de mis andanzas en la isla, de mis contactos y conversaciones no sólo con miembros de la oposición, sindicalistas o periodistas, médicos, profesores o taxistas... son producto también de mis diálogos con gente común, con gente de la calle, anónima, con mujeres, hombres, niños o adolescentes, estudiantes y trabajadores, excluidos o aparentemente adaptados al sistema. Gente pronto dispuesta a ser fotografiada para sentir que su alma escapa de la isla de las mil cárceles y una sola cara pública, gente deseosa de hablar con quien esté dispuesto a escuchar, para que todos sepan que esta tierra es el reino de la mentira, del engaño, de la burla, para gritar al mundo el estado de oprobio y abandono en el que viven, para que los que venimos de países libres, democráticos donde no nos jugamos nuestra libertad por decir lo que pensamos, sepamos que no es posible vivir con 10 ó 15 dólares mensuales sin convertirse en un ladrón, un estafador o un jinetero. Que ésa es la máxima conquista tras una inamovible dictadura que va camino del medio siglo,

Y es también un grito unánime de socorro porque les hemos dejado a su suerte, porque escondido tras un discurso demagógico, mientras el pueblo perecía, esta dictadura ha sabido encontrar apoyos y justificaciones más allá de sus propias fronteras. Cuba llora y parapetada tras un rítmico son, grita solidaridad.

Dos características comunes definen hoy a todo cubano: el permanente miedo en las miradas, en las actitudes corporales, en el dedo índice llevado a la boca rogando bajar el tono de voz hasta hacerlo apenas perceptible. Miedo a ser oído, a ser detenido, a ser expulsado del trabajo, a que les quiten la licencia de cuentapropista, a no poder comer, a ser vistos en compañías no gratas para el régimen... Miedo que se vence a duras penas pero, que al cabo se vence, porque es mayor la fuerza de la libertad ansiada. Y que se traduce en un deseo de ser fotografiados para conseguir escapar aun de forma virtual, atrapados tras una imagen que ellos no verán.

Y "la visa". Materialización del deseo legítimo de salir de un país que les mantiene atrapados. Visado que es la legitimación, la carta blanca que les permitirá la huida de forma legal. Todo cubano ve en cada extranjero el potencial poseedor de su carta blanca, y no importa la diferencia de edad, el lugar de origen, el dominio de la lengua, la comunión de costumbres o culturas... el objetivo es salir, salir y si es posible evitar el riesgo a ser devorado por tiburones o hundida la barca que, en la desesperación, se contempla en muchos casos como última salida tras agotadas todas las posibilidades, se aferrarán a ella. Sólo hace falta valor. Entre tanto, seguirán llorando y ocultando su amargura tras una cerveza nacional o el son de su ritmo.

Muchos me confesaron que van sonriendo por la calle porque se niegan a que si algún miembro del Partido o de la policía les ve, o les toma una imagen, tras ella quede atrapada la imagen real de la desesperación y la amargura. Triste país éste en el que el disimulo y el miedo viven entronizados dándose la mano.

Cuba sobrevive a pesar de sí misma. El escandaloso estado de abandono y ruina, de devastación de casas, calles y espacios públicos -bien escasos, por cierto, ya que apenas existen parques o centros de ocio- es la imagen de la devastación anímica de la mayoría de la población. Cuba resiste a pesar de la incomprensión de una buena parte del mundo exterior, de la insolidaridad mostrada por los que justifican la existencia de un estado psicópata, consumido en el abandono.

Muchos de los que hoy aún siguen defendiendo la dictadura cubana no han recorrido las calles del país, no han traspasado las fronteras de la ausencia de libertad, no han visto ni oído a un pueblo castigado y humillado. Qué fácil es defender utopías cuando se vive en países donde la amenaza, en todas sus formas y en todas sus manifestaciones, no es la moneda de cambio para seguir subsistiendo. Donde el miedo físico y psicológico no se han adueñado de la convivencia y la propia existencia de sus moradores.


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