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| El Veraz. | San Juan, Puerto Rico |
¿La efímera violencia?

por Lino B. Hernández

Pensando en el país que tenemos y en el que queremos, quisiera hacer unas reflexiones, buscando las raíces de la violencia que hemos vivido por mucho tiempo en el suelo patrio, digamos para no repetirla nunca más…

Me interesa más bien algo que parece una quimera: ¿Cómo justificar y sobre todo en qué basar un futuro sin violencia? ¿Por qué no a la violencia? ¿Si ella es tan avasalladora y persistente cómo sacarla de nuestras vidas?

Me parece que el que se pierde en los feudos que abundan tanto alrededor es aquel que lo mantiene dentro de sí. Este es el que perpetúa el trauma primigenio y por tanto le da vida dentro de sí, y el trauma lo envuelve y no lo suelta, el odio lo corroe y donde el odio se implanta nada más crece. El que vive dentro del feudo, no puede ver más allá de él. El rencor oculta la inteligencia….

Es curioso que la otra acepción de feudo sea la del sitio o coto donde se establece el vasallaje. En la primera acepción también nos encerramos en nosotros y somos esclavos y vasallos del odio. ¿Por qué si nos duele tanto la violencia de otros la hacemos propia? ¿Por qué repetimos esta vez en activo lo que antes sufrimos en pasivo? ¿Es acaso que los seres humanos sienten placer con el dolor de otro? ¿O es que somos incapaces de actuar libremente y debemos hacerlo en forma automática e irresponsable? ¿Es acaso un fatalismo al que tenemos que sucumbir una vez que hemos sido víctimas? ¿Estamos inexorablemente impulsados a convertirnos en victimarios?

En este sentido me planto entre los optimistas. Un futuro sin violencia sólo es posible si interrumpimos el ciclo. La violencia es como las efímeras, esas flores que sólo viven un día en las selvas de los grandes continentes, que nacen por millones el mismo día, en un río, y mueren al atardecer.


¡Sí es posible detener el curso de la violencia y salir de sus vorágines, de su repetitividad y fatalismo, del círculo vicioso en el que caen víctimas y victimarios!

En una ocasión visité Chile y le pregunté a un chofer de taxi cómo iba el país y cómo habían logrado el milagro. Me respondió sin dudarlo un instante: “Estamos creciendo juntos” Y después añadió sonriente “Nosotros mismos cambiamos el rollo”.

Me di cuenta que Chile tenía un proyecto para todos y además lo estaban entretejiendo ellos mismos.

Un país nuevo será aquel en que liberemos a las generaciones emergentes de nuestro propio ciclo de violencia, diciéndoles desde ahora mismo que todos tuvimos nuestra cuota de responsabilidades en ella. Que la memoria histórica, no debe desaparecer sino que debe servir de estímulo para hacer un futuro mejor, conociendo la verdad, así no cometeremos los errores del pasado. En fin que “el nunca más” no corresponde a ellos, a los jóvenes, pronunciarlo. Es nuestra tarea.

No tengo dudas de que la nación entera aborrece el derramamiento de sangre. Los más jóvenes con razón, no entienden qué nos pasó, y horrorizados se alejan de la política, al estilo nuestro, donde excluimos al que no piensa igual, la política manipulación donde cuentan los intereses del Estado y no los de la gente que hace al Estado. Las bases de un nuevo país si quiere ser sin violencia para llamarse “nuevo”, habrán de asentarse en el imperio de la Ley. No donde las cortes se vayan por encima de su autoridad y en vez de interpretar las leyes comiencen a hacer de la Ley una oligarquía.

El control de unos pocos sobre muchos

Un futuro sin violencia existirá sobre el respeto absoluto a los derechos humanos. No a unos pocos derechos humanos sino a todos. Esa cultura del derecho nos ha faltado, más bien hemos sido ciegos a los derechos de los demás y apoyamos fielmente en una época la creencia de que no importaba violar los derechos de los pocos si se buscaba el beneficio de las mayorías, o dicho de otra manera nos olvidamos que las siquitrillas las tenemos todos y que el rompedor de siquitrillas adquiere el vicio de rompérselas a todo el mundo y no puede parar.

El país que tenemos es múltiple, para lograr la nueva convivencia nacional habrá que respetar la pluralidad, incluir la diversidad, rescatar la familia, atraer a la diáspora y todo esto se logra sembrando la cultura del Diálogo desde ahora mismo y del consenso. Aun estamos cortos en ambas direcciones. Dialogamos sólo entre los de nuestro círculo y nos ponemos de acuerdo dentro del pequeño caracol en que estamos. Mientras…. la Transición se acerca. ¡Qué cosa!

Nuestra sociedad civil emergente debe estar imbuida de las virtudes de la reflexión, que facilita la autocrítica constructiva, no nos exime de lo que hacemos mal y no nos permite buscar fuera de nuestra realidad nacional el chivo expiatorio que cargue con todos los males del país. ¡No está basado un Nuevo sentido de la soberanía nacional en lograr una distancia de los Estados Unidos! Este estará siempre a noventa millas.

La reflexión nos hará ver bien allá dentro, donde está nuestra identidad nacional, donde yacen nuestras raíces como pueblo. Es imperioso que podamos asumir esas corrientes y las fuerzas propias y darles curso distinto.

Tiene que renacer nuestro sentido de responsabilidad. Solo así podremos decir: esto yo me lo busqué yo lo tengo que resolver. Con orgullo también podremos decir: ¡Esto yo lo logré! (parafraseando al chofer chileno). Así con el tiempo veremos si lo que hemos logrado es aquello a lo que aspirábamos, mediremos las distancias que va de uno a otro. En ese camino por recorrer del destino de nuestro pueblo, forjaremos ilusiones y empeños, nacerá el ideal por alcanzar y las bases de un sentido nuevo de independencia nacional y de soberanía, trazaremos así el camino del nuevo hogar para todos.


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