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| El Veraz. | San Juan, Puerto Rico |

Memorias de los Sucesos de La Embajada del Perú en La Habana Parte II

Por Jay Martínez

LO QUE DESATO LA CRISIS

A eso de las 4.45 pm de ese Viernes Santo se escucharon ráfagas de metralleta en los alrededores dela embajada del Perú en la Habana. Otro autobús había entrado violentamente por el portón del garaje. Se trataba de otra guagua de la ruta 132 que salía de la playa de Marianao y pasaba por 5ta avenida en esta ocasión con 12 cubanos a bordo del ómnibus.

Lograron entrar a la sede diplomática. Esta guagua tenia algo peculiar. La habían reforzado con planchas de acero en sus laterales y por dentro llevaba sacos de arena a todo lo largo y de 100 libras cada uno para protegerse de las balas. La precaución no fue en vano. Los guardias de la custodia cosieron a balazos la guagua resultando solamente herido el chofer en una nalga y una pierna.

Mientras los guardias disparaban con ráfagas de metralleta el ómnibus una bala reboto y mato a uno de los guardias. Con el tiempo se comprobó que había sido un accidente y no un asesinato como el régimen quería aparentar ya que los asaltantes no poseían armas de fuego.

El gobierno cubano insistía que se trataba de un asesinato por parte de los delincuentes amparados por la embajada del Perú. Y no perdieron el tiempo.

Elevaron al muerto a héroe de la revolución. Pedro Ortiz Cabrera, era su nombre, y quien posiblemente era un buen cubano que cumplía con su deber de recluta del Servicio Militar Obligatorio. Luego de dos días de negociaciones con el gobierno peruano solicitándoles que devolvieran a los “delincuentes” y frente a la negativa del Perú de hacerlo Fidel Castro ordeno retirar la seguridad que custodiaba la sede diplomática y lanzo aquel famoso comunicado de prensa por el periódico Granma que decía: “Por negativa del gobierno peruano a entregar a los delincuentes que provocaron la muerte del compañero Pedro Ortiz Cabrera el gobierno cubano se reserva el derecho de retirar la custodia de la embajada. Por lo tanto dicha sede queda abierta para todo aquel que quiera salir del país”. Y Cuba nunca se imagino la cantidad de gente que iba a entrar. Creo que fue el peor error político del gobierno de La Habana.

EN EL INTERIOR DE LA EMBAJADA

Alrededor de las nueve de la mañana del Domingo Santo todas las personas se
veían muy alegres. Comenzamos a caminar y a encontrarnos con muchas caras conocidas de gente del barrio y nos abrazábamos llenos de alegría. La pregunta que nos hacíamos todos era la misma: ¿tú crees que nos ganamos la salida?

¿Lograremos irnos de Cuba? Entre abrazos, risas y saludos seguimos dando la vuelta por el interior de la Embajada. De momento se formó un molote en el ala del jardín del frente y corrimos a ver lo que pasaba. Era nada más y nada menos que el Comandante Ramiro Valdés, Ministro del Interior, que se encontraba parado en la acera del frente observándolo todo. Lo acompañaban varios militares. Estuvo como una hora y hablaba por teléfono desde un jeep color verde olivo. En el interior de la Embajada del Perú nos encontrábamos personas de todas las edades. Muchos tenían radio de batería y sintonizaban La Voz de las Américas para conocer qué se decía acerca de nosotros. Para sorpresa nuestra ya éramos noticia a escala mundial.

La mañana se fue rápido y el sol comenzaba a castigarnos. Esta era la peor parte del dia pues aunque muchas personas, sobre todo las familias, habían entrado preparadas con algunas provisiones la mayoría estaban como nosotros sin nada. Donde único se podía tomar agua, con las manos, era en una pluma del patio de atrás que tenía como un pie de alto. Teníamos que ser rápidos pues la cola era de miles de personas. Recuerdo que una de las oficinas de la primera planta de la casa se desocupó y la tomaron como baño y las personas hacían las necesidades fisiológicas en el piso y aquello se iba acumulando. Al cabo de tres días la peste era insostenible y lo que se hacia era que paleaban el excremento para una esquina de la habitación.

En las afueras de la embajada se veía mucho movimiento del ejército y la policía. A un costado de la casa montaron unas mesas y altoparlantes. No sabíamos que era lo que tramaban. Como a las tres de la tarde comenzaron a dirigirse a nosotros a través de un audio que nos decía que el gobierno revolucionario iba a suministrar alimentos, leche y agua potable para todos.

En efecto, comenzaron a llegar unos camiones militares y se acercaban a la cerca que protegía el patio y empezaron a tirar cajitas con comida y unas bolsas plásticas con agua y leche. Como era de esperar se formó el caos.

Sólo las personas más fuertes podían alcanzar lo que tiraban al aire como si fuéramos perros. La mayoría se caía al piso porque la gente en su desesperación de atrapar algo se empujaban y se daban golpes. Los que tenían niños o ancianos hacían lo imposible por atrapar la comida. Nosotros tratamos de coger algo pero era imposible. Había que fajarse con aquella gente y dijimos, olvídalo, vamos a resistir hasta que podamos. Aquello el régimen lo tenía bien orquestado. Comenzaron a sobrevolar el área varios helicópteros filmando aquellas escenas de desesperación para empezar con su propaganda y demostrar que el gobierno nos estaba alimentando.

Aquello terminó y todo volvió a la normalidad. Había anochecido y teníamos que volver a nuestros puestos y tratar de sentarnos para poder conciliar el sueño y al amanecer ver qué ocurría con nosotros.

Era lunes y por primera vez los funcionarios de la Embajada se dirigían a nosotros. Salieron al balcón de la casa que daba al patio allí era donde había mayor cantidad de personas. Eran dos diplomáticos jóvenes con un megáfono en la mano. Uno de ellos dijo: “Hermanos, quien les habla es el señor Armando Lecaros de Cocio y él es Jorge Bernales, ambos hemos sido nombrados por nuestro país para tratar de resolver esta crisis con el gobierno de Cuba, necesitamos la cooperación de ustedes, sabemos que están pasando por un momento muy difícil y nosotros no podemos darle la ayuda de alimentos, agua y atención médica que ustedes necesitan. Nuestro personal radicado en la Habana es bien limitado y también nuestras reservas de alimentos” y agregó “Las autoridades cubanas nos han informado que ellos se mantendrán dándoles alimentos y agua y que ya se han comenzado a instalar casas de campaña en los alrededores de la sede para ofrecerles primeros auxilios a todo aquel que lo necesite
dándonos las garantías que todo aquel que salga de la Embajada pueda volver a entrar a la misma hasta que se resuelva la crisis y esperamos esto suceda pronto para el bien de todos ustedes, de Cuba y del gobierno del Perú”.

Así fue. Algunas personas salían a verse con el médico, los atendían y regresaban al patio de la casa sin problemas.

Como a las seis de la tarde de ese día se sintió un silencio sepulcral. Caminamos al frente, con mucho trabajo, para ver lo que pasaba y era nada más y nada menos que el Comandante en Jefe en persona que estaba parado frente al edificio mirando con unos anteojos todo lo que allí estaba pasando. Estuvo allí alrededor de 15 minutos y se fue en un carro negro estilo limosina. Todos teníamos miedo. Nadie se atrevió a gritarle nada por temor a ser barridos o encarcelados.

Sin embargo, cuando los helicópteros sobrevolaban la embajada la gente sí les gritaba y hacían señas con los dedos en forma de la V de victoria.

La noche del martes comienzan a hablarnos con el audio y empiezan el lavado de cabeza. Nos decían que saliéramos y que nos iba a dar pasaporte y un salvoconducto para que pudiéramos regresar a nuestras casas y esperar cuál país nos daba visa. También nos decían que no nos querían y que no nos necesitaban.

Eso era toda la noche y la madrugada con el mismo sonsonete y como era de esperar las personas más débiles o ancianas comenzaron a rendirse por el hambre y el cansancio y empezaron a salir. Después los usaban de señuelos con sus voces dando testimonio a sus familiares o amigos para que salieran de la Embajada. Esto era día y noche y ya el jueves se notaban muchos espacios vacíos. Mucha gente había regresado a sus casas.

En la mañana del jueves todo el mundo se veía muy agotado especialmente los que llevábamos desde el sábado en la noche sin ingerir alimentos sólidos. Sólo tomábamos agua de la pluma del patio porque ya las famosas cajitas de comida y la leche no estaban llegando. El gobierno estaba enfrentando muchos problemas de deserción pues varios reclutas que venían guiando los camiones y repartiendo los alimentos se tiraban de los vehículos y entraban en la sede.

Recuerdo a un muchacho de Santa Fe que su papá era chofer de una viceministro en aquella época. El joven llegó hasta allí y como conducía un carro con chapa estatal la policía lo dejó pasar hasta el área donde estaba la Embajada.

Estacionó el carro, se bajó y sin pensarlo entró. También recuerdo un señor como de 90 años que estaba en una esquina sentado solo. Yo me le acerqué y le pregunté: “Abuelo, ¿cómo usted entró? ” Y me dijo: “Mijo, yo estaba en mi casa y mis hijos y nietos me dijeron que me traían a una fiesta de 15 años aquí a esta casa. Entramos y todavía estoy esperando que repartan el cake y los refrescos”.

También conocí a un hombre que se encontraba sentado en la misma entrada de la casa envuelto en la bandera peruana. Aparentemente la había bajado del asta y yo le dije que llevaba cinco días envuelto en la bandera y le pregunté por qué.

El señor me dijo que mientras estuviera envuelto en ella no podían tocarlo, si entraban, porque la bandera del Perú tenían que respetarla.

En otra ocasión, se formó una fogata grande en el medio del patio y corrimos a ver qué pasaba. Pensamos que estaban cocinando y lo que ocurría era que estaban quemando muchos carneses del Partido Comunista y de la Juventud pues aparentemente allí se encontraba mucha gente que eran miembros y este acto lo hacían como una forma de renuncia y de protesta.

Nosotros estábamos muy cansados y cada vez caminábamos menos pues ya no teníamos mucha fuerza. El hambre, la sed y el sol nos tenían muy agotados.

Mientras las personas continuaban saliendo y marchándose a sus casas recuerdo que en la noche del jueves, aunque estábamos más cómodos, al menos podíamos estirar los pies ya que se habían marchado por lo menos unas 3000 personas; comenzamos a pensar en la salida de la embajada porque no aguantábamos mucho más.

Eran como las siete de la noche y se formó una algarabía y cuando miramos era el Cónsul con personal diplomático que se iban a dirigir a nosotros mediante un megáfono. El Señor Lecaros nos dijo que esto era lo único que habían podido conseguir de alimentos y que lo estaban compartiendo con nosotros.

Comenzaron a tirarnos unos sacos de papa cruda desde el segundo piso y ahí se formó el corre corre. Gracias a Dios pudimos atrapar algunas de ellas en medio de aquel caos. Entonces el problema era cómo las cocinábamos. Recuerdo a Omar Ravelo que me miró y me preguntó: “¿Tienes canina?” Yo le dije: “Estoy partio” y se echó a reír. Entonces dijo: “Mira, ésta es la única opción”. Comenzó a meterle mordidas como si fuera una pera o una manzana. Nosotros hicimos lo mismo y debo confesarles que después de la segunda mordida me sabía riquísima. Es cierto el dicho que cuando hay hambre todo sabe bien.

Después de comernos las papas crudas nos animamos un poco. Con el estómago lleno nos dijimos: “Sí mañana hay más papas, de aquí no salimos hasta que nos den el pasaporte y el permiso de salida definitiva”.

CONTINUARA


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