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| El Veraz. | San Juan, Puerto Rico |
Peón al paso

Por Alexis Romay

En no pocas ocasiones, los analistas del tema cubano e incluso los involucrados directamente en él se refieren al mismo comparándolo con un juego de ajedrez. De esta práctica han emanado frases célebres que dejan clara nuestra condición de meras piezas (por tanto, sacrificables) en un gigantesco tablero político. Es muy posible que los memoriosos aún recuerden la invitación de finales de los noventa que hiciera el presidente del gobierno español, José María Aznar, a Fidel Castro a “mover ficha”. En aquella partida –me pesa recordar– ganaron las blancas.

Es comprensible que el fascinante universo de las sesenta y cuatro casillas y su aparente sencillez –donde las cosas sí son en blanco y negro– invite a usar su terminología para describir o simplificar situaciones complejas; sin embargo, temo que quienes se valen de este atajo quizá lo hacen en busca de una metáfora rápida y fácil de visualizar, pero carecen de un conocimiento riguroso del juego-ciencia.

Hay varios motivos ajedrecísticos que siempre han estado presentes en el accionar del régimen cubano. Y éstos han resurgido con tenacidad desde que se clasificara como secreto de Estado el hecho de que el intestino real, ay, se había tupido.

Por ejemplo, hace poco menos de un mes, a raíz del affaire Pavón –en el que Luís Pavón, un oscuro censor del “quinquenio gris” fue resucitado por la televisión cubana luego de tres décadas de merecido olvido y, en respuesta, un grupo de intelectuales de la isla y el exilio se ha pronunciado en su contra–, una amiga me preguntó qué pensaba al respecto. Para su total asombro, le contesté: “Es una distracción” –táctica ajedrecística en la que se “distrae” a una pieza enemiga de una posición importante.

Una vez que una pieza ha sido “distraída” es posible explotar el nuevo escenario atacando otros elementos vitales de la posición del adversario. Por lo general, la pieza distraída está a cargo de proteger a otra. Al distraerla de su función, ésta deja a la otra pieza desamparada y, por tanto, vulnerable. Este tipo de operación ocurre con gran frecuencia en el ajedrez. Otro tanto sucede en la política.

En el caso cubano, la táctica de la distracción es empleada sistemáticamente por el gobierno con el fin de evadir la realidad. Estas distracciones posibilitan no tener que prestar atención a lo que urge: el pésimo estado de la economía nacional, el descontento en la población ante la escasez de recursos, la falta de libertades civiles y económicas, la sempiterna represión y hasta el derecho de los cubanos a estar al tanto de la salud del Ajedrecista en Jefe.

Distracciones en el tablero más reciente de la isla son: el embargo (que los campeones del eufemismo llaman bloqueo), el balserito Elián González, los cinco héroes prisioneros del imperio, la respuesta gubernamental al Proyecto Varela que no menciona al Proyecto Varela, la batalla ¿de ideas?, las destituciones de varias figuras de la cúpula castrista, el plan de distribución de ollas arroceras, otra vez el embargo, el antedicho affaire Pavón y la consiguiente y esperada declaración de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC). Esta última –a tono con la modificación a la Constitución Socialista Cubana (2002) que declaró el Socialismo irrevocable– expresa que “La política cultural martiana, antidogmática, creadora y participativa, de Fidel y Raúl (sic), fundada con ‘Palabras a los intelectuales’, es irreversible”.

Estimados miembros de la UNEAC: tengan la bondad de ser precisos. Lo verdaderamente irreversible en nuestra historia reciente es el sinnúmero de fusilamientos que ha teñido para siempre de sangre los muros de La Cabaña y, de paso, el alma cubana; lo irreversible es el presidio político de miles de compatriotas por el simple hecho de disentir; lo irreversible es el éxodo del Mariel, los caídos en las guerras en África, el Maleconazo, los miles de balseros que jamás tocaron tierra; lo irreversible son las masacres del río Canímar y del remolcador 13 de marzo, la muerte en el exilio de cientos de miles de cubanos; lo irreversible es que en ese afán por escapar de la isla un grupo de suicidas haya surcado el mar Caribe en un Chevrolet de los años 50; lo irreversible es que una mujer se haya enviado a sí misma a los Estados Unidos en una caja de dhl con tal de no habitar en el tan llevado y traído paraíso del proletariado. Lo irreversible es lo irreversible.

Parafraseando a nuestro poeta: “Viví en el miedo y le conozco las entrañas”. De tal suerte, no pretendo juzgar a quienes desde Cuba han levantado sus voces contra la consecuencia de la censura –el peón Pavón–, como tampoco me interesa criticar a mis compatriotas del exilio que amonestan a los de la isla por ni tan siquiera mencionar de pasada la causa –el rey, ahora enrocado y a una jugada de perder la gran partida. Lo que sí me importa es denotar que la resucitación del viejo censor está una vez más diseñada para distraer la atención hacia lo que no es importante.

Me parece saludable el debate (y es algo que los cubanos necesitamos ejercitar), pero me niego a participar en un intercambio sobre sucesos ocurridos hace treinta años cuando, en este momento, mientras escribo mi nota cuasi ajedrecística, el número de prisioneros de conciencia en Cuba casi asciende a trescientas personas.

No hay que olvidar que el denominado “quinquenio gris” que trajo a la palestra a Luís Pavón y contra el que han protestado en masa los intelectuales del patio, no es más que una fracción de las cinco décadas de nuestra Edad de hierro –según la Real Academia Española: (1) Entre los poetas, tiempo en que huyeron de la tierra las virtudes y empezaron a reinar todos los vicios. (2). Tiempo desgraciado.

Amigos y detractores de las dos orillas: más allá de hablar y discrepar hasta el hastío, nada podemos hacer respecto al pasado. Además, todavía queda mucho que hacer por el presente. Cuando hayamos resuelto los problemas de estos días aún grises, propongo una revisión exhaustiva de los pasajes más lúgubres del último medio siglo para evitar que éstos se repitan como las ficciones de Borges. Hasta ese entonces, no sé ustedes, pero yo prometo no dejarme distraer y no tomar cuanto peón al paso me envíe la maquiavélica máquina de ajedrez que es el régimen cubano


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