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| El Veraz. | San Juan, Puerto Rico |
Travestis en Cuba: Un antifaz para encontrarse

Por Luis Cino.

El era hombre, el era hombre
Pero tenía un corazón de mujer.
Estaba preso dentro de su propio cuerpo
Sin poder escapar del dolor
El era libre, él era libre
Pero soñaba con dejar la prisión.
Carlos Varela

En el Parque de El Curita cada noche cambian la tramoya y se monta un nuevo set. Vendedores, borrachos, policías y los que esperan pacientemente por el ómnibus son sustituídos por seres de utilería de insinuantes voces y extraño caminar, que duermen de día para no arrugarse y mantener lozana la piel. El reinado de los travestis se extenderá hasta que, acabando la madrugada, vuelvan a cambiar el set.

A sólo varias decenas de metros del casco histórico de la ciudad, el parque forma parte de la geografía habanera no apta para visitantes extranjeros. Allí, avanzada la noche, tropezarán con una de las caras ocultas de la sociedad cubana de hoy que, proverbialmente machista, como la Revolución que la diseñó -la misma de las Unidades Militares de Ayuda a la Producción (UMAP), el parametraje y las cacerías de locas- no consigue explicarse la proliferación gay, estridente y desafiante.

Para Sandra la de Fuego (Jorge, 27 años, Centro Habana), las madrugadas del parque, además de servirle para lucir sus trapos y hacer vida social gay, le resultan el País de Jauja para calmar sus apetencias sexuales. Prefiere los guaposos, negros y mulatos,”machos y bien dotados”, que no le faltan, porque, según él, “todos los ambientosos son entendidos, más si han estado presos. Algunos dicen que no lo son, pero si no les alcanza el dinero para Monte y Cienfuegos o no ligan una puta allá, terminan aquí con nosotras, es más barato y a veces mejor”. Pero no son pocas las veces que los travestis son agredidos por heterosexuales confundidos y defraudados o por clientes que no quieren pagar.

Yuri, de 20 años, nunca va al Parque de El Curita porque dice que allí se reúne lo peor de los travestis. Además, no lo necesita: tiene su pareja estable, un destacado fisiculturista. Tiene su tiempo muy ocupado entre la escuela, sus quehaceres domésticos y los cuidados a su cuerpo.

Le encanta ir a discotecas con su compañero. Las conoce todas.

Cuando llegué a su humilde vivienda, en una barriada marginal del municipio Playa, Yuri estaba lavando y me pidió que lo esperara unos minutos para arreglarse un poco. Pero eso sí, me exigió que lo fotografiara como condición para concederme la entrevista.

Sueña con ser modelo profesional. Su ideal de mujer es Madonna. Se llamaba Abelardo hasta el día que acudió al registro civíl para cambiarse el nombre por otro más sugerente: Indiana Lee. No se lo aceptaron por ser demasiado femenino.Tuvo que conformarse con el de Yuri, no por Gagarin, sino por la cantante pop mexicana. De todas formas muchos le llaman Lee, incluso en casa.

Desde niño quiso ser hembra. Lo demostraba de todos los modos posibles. De nada valían los castigos y regaños de sus padres. Se sentía prisionero en su cuerpo de varón. Dicen en el barrio que lo violaron a los 9 años. Comenzó a inyectarse hormonas a los 16.

Hoy, convertido en una muchacha, excepto para los que saben que no lo es, se siente plenamente realizado y la vida le es más fácil. No se quiere operar, pues teme a posibles trastornos y no está seguro de que no se arrepentirá en el futuro.

De cualquier forma, lo difícil de una operación para cambiarse el sexo en Cuba, desestimula al más decidido y desesperado de los aspirantes a fémina. La operación tiene que ser aprobada por una comisión de endocrinólogos y sicólogos y bendecida después nada menos que por el Consejo de Estado.

Hasta fines de la pasada década, se habían realizado 5 intervenciones y se analizaban 18 casos.

“Sé que no soy una mujer. Aunque he bajado de peso, tengo buen cuerpo y una voz bonita”. Su máxima aspiración es poder viajar al exterior.

“¿Te imaginas como luciría yo afuera, con bastantes productos de belleza y una buena alimentación? Sería una top model.”

“¿Mi futuro aquí? Ser una Lee cualquiera en el Vedado”, afirma con un tono amargo en la voz.

Maquillaje a lo cubano

Debido a la escasez y los costos de los artículos de tocador, los cuidados de belleza constituyen un problema para la mayoría de las mujeres cubanas.

Los travestidos de la Mayor de Las Antillas han suplido esto con ingeniosidad e inventiva. Si al maquillarse sólo tienen polvo oscuro, lo mezclan con harina de Castilla para lograr tonos más claros, sustituyen el colorete por tempera y el delineador por un lápiz de colorear mojado en saliva. Los resultados usted los puede apreciar cualquier noche en la esquina de 23 y L, en el Vedado, si, siguiendo los consejos de Yuri , no se decide a visitar el Parque de El Curita.

“Soy la pícara ingenua sin picardía”

Más allá de las fantasías eróticas de mis entrevistados con forzudos, velludos, adolescentes, tipos maduros, rudos o tiernos, blancos o negros, la gran ilusión de todos es cantar. Cantar como una mujer.

Los ídolos de las locas de carroza del Coppelia de los 70, Rosita Fornés y Farah María, han sido sustituídas en el favor gay por Madonna, Whitney Houston, Jennifer López o Cher. Pero Sara Montiel sigue teniendo su público.

Salvador (Sara) es un santiaguero cuarentón que vive en La Habana hace 24 años. Vino huyendo del provincianismo y la homofobia de su ciudad natal. No puede decir cuantas veces vió en su infancia en los cines Varietés, Carmen la de Ronda y El Ultimo Cuplé. Canta más de 100 canciones de la intérprete española, que desde hace años aprendió de memoria. De niño, solo en casa, se disfrazaba de mujer y cantaba ante el espejo. Tres amigos fueron el público de su primer show en Santiago, por supuesto encarnaba a la Montiel. Desde entonces, él también es Sara.

Pese a detenciones y multas por escándalo público, Salvador y Sofi (Julio, su amigo de los años santiagueros) actuaron durante años en la capital en shows clandestinos ante un público mayormente gay, casi siempre en casas alquiladas en playas. En 1984 en Brisas del Mar, pasó uno de los mayores aprietos de su vida cuando la policía irrumpió en una casa donde se celebraba uno de estos espectáculos. Con tacones y falda larga, corrió durante horas entre mangles y matorrales para evitar ir preso.

“Gunila no sólo canta, sino que da una cintura que usted no tiene idea”

Eso decía Gunila von Bismarck en 1993 en el monólogo Gunila, escrito por Miguel Angel Fraga. Salvador-Sara, junto a Samanta de Mónaco y Paloma Dietrich, fue uno de los invitados a actuar en la gala por el primer aniversario de la muerte del creador de Gunila, Guillermo Ginestá, un enfermero de Arroyo Naranjo, de extraordinario talento histriónico, muerto de SIDA en febrero de 1994, en el sanatorio de Santiago de las Vegas. El homenaje se produjo en el capitalino teatro América el 28 de febrero de 1995. Un jurado integrado por los escritores Miguel Barnet y Senel Paz (el guionista de Fresa y Chocolate y autor del relato en que se basaba el filme) y la cantante Soledad Delgado, eligió una Miss Gunila entre 9 travestis concursantes.

Ginestá con Gunila, la vía de escape de un medio hostil de un seropositivo “internado”, no sólo alcanzó un nivel profesional sino que rescató el transformismo, una tradición del teatro vernáculo cubano, que había sido proscrita por el régimen revolucionario en 1961, cuando prohibió a Musmé, el más famoso de los travestis del período republicano. 34 años después reaparecían los transformistas en teatros y cabarets.

El destape gay de los 90

La película Fresa y Chocolate sacudió la sociedad cubana y aparentemente amplió los márgenes de tolerancia hacia el homosexualismo, pero no fue causa sino consecuencia. El destape gay de inicios de los 90 estaba en marcha. Las muñecas proscritas de la Revolución Cubana comenzaban a salir del closet con revuelo de tules y taconeos.

Hacia 1993 las compañías Todos Estrellas, Trasvisión y otras, agrupaban a más de 100 travestis y se presentaban en cabarets de Batabanó, Arroyo Naranjo y Bejucal (el Patio de Noy y la Musicanga).

En 1992, con un homenaje a Freddy Mercury se desató la era del travestismo en El Mejunje, un local de Santa Clara de público mayoritario homosexual.

Concursos en varias provincias culminaron con la selección de Miss Travesti Cuba 1994, con la solidaridad de Rosita Fornés y el velado apoyo de algunos intelectuales de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC).

Mientras el país se dolarizaba y seguía soportando los embates del Período Especial, algunos se preguntaban desconcertados si la apertura del socialismo cubano no traería aparejada una revolución transexual. No hubo ni lo uno ni lo otro. Las riendas seguían en las manos de los mismos que en la homofóbica Cuba de los 60 habían sentenciado que “ni el socialismo ni el arte entran por el culo”.

El transformismo de inicios de los 90 no pasó de eso, un intento. Hoy por las calles habaneras transitan travestis sin micrófonos, ni ovación ni pasarelas. Sólo curiosidad, risas y algún grito de: ¡Maricón!

Sus principales preocupaciones no son precisamente artísticas, sino buscarse la vida,
saciarse de sexo y hallar un extranjero que los saque del país, carta de invitación mediante.

Miriam, una despampanante rubia de 27 años que se negó a revelarme su nombre real, hace años mero- deaba en busca de clientes por el monumento al Presidente José Miguel Gómez. Después que repararon la estatua al Tiburón que se bañaba pero
salpicaba, y luego de varias multas por exhibicionismo, se mudó al Parque de El Curita y no le va mal. Según él: “Soy un putón regio y buena hoja, aunque me dé gusto, hay que pagarme. Y me fajo”.

Salvador y Matraca son casi de la misma edad. Los dos están locos. Uno por ser mujer, el otro porque el alcohol le destruyó el cerebro.

A veces, se tropiezan por el Vedado o Marianao, uno canturrea un cuplé, el otro cada vez que lo ve, repite su cantilena: “Chicharritas, chicharrones, mariquitas, papitas fritas”... Las dos melodías se funden en el aire de la noche.


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