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| El Veraz. | San Juan, Puerto Rico |
Mujeres en la cárcel

Por Roxana Valdivia.

"La muerte como pálido fantasma
envuelta en una ráfaga de hielo
desciende silenciosa de la luna
y me pone la mano sobre el pecho"

Juana Borrero

Tras el muro y los alambres donde gravita el tiempo detenido, corre un río descalzo de árboles y silencios. Nace en una trepadora de obscura naturaleza y se interna en el subsuelo, donde la savia es un líquido biscozo color sangre que alimenta las flores, las raíces y las hojas espinosas; sube las montañas y desde allí, acompaña el giro de las auras que visitan el encierro por lo alto, como mostrando su superioridad de vuelo.

Por las paredes, tras los muros, hay manchas de sangre fresca o antigua y arañas en el techo.Los minutos son latidos extraños de odio y contención de los sentidos; gritos sordos retumban en el pasillo doble y largo donde otrora retumbaron otros sonidos y bastones, mordidas y venas carcomidas que luego iban a parar al aislamiento.

La fuga se ocultó tras bastidores y huecos para abortar la esperanza y revolcarse impotente sobre la mazamorra del piso de dos por dos, donde se escucha más cerca el espantoso silbido de los sapos verdes, dispuestos a saltar desde Dios sabe donde.

El silencio es muerte. Miro la gota de agua que cae del techo sobre la sábana cada vez más fría, sin colores. El cielo no existe ni a través de cristales imaginarios. Los hijos lloran lejos la ausencia de la madre que intentó tocar la vida con la yema de los dedos para convertirla (cual hada) en espuma de oro, y darla de beber al mañana, por ahora cerrado.

No corre el tiempo en el soleador y las hormigas entran y salen por un hueco del piso, nos miran desdeñosas, llevan y traen migajas y hacen su nido .Hacia arriba no quiero mirar, allí están las auras cercanas al sol...no quiero lastimarme las pupilas. El ruido del cerrojo abre el espacio nauseabundo de la tumba obscura, donde el corazón puede ser un madero y las manos garras de rapiña.

Hay de todo un día tras otro en esta cantera de pruebas: llegar a la puerta de alguna otra presa puede resultar una bóveda de donde no vuelva a salirse. Allí subimos otras y yo un camino sin regreso para el alma, pues existe la certeza de que no habrá un antes o un después en la memoria, sino un presente eterno que promulgará la noche de las pesadillas. Ampollas de fuego en el espíritu contraen la piel del rostro; el cambio es un monstruo que crece dentro: o bajas a la inmundicia o te despojas para siempre de ella.

Un lagarto verde en la puerta mueve sus patas lentamente hacia la morbosa sanguijuela del picaporte.Va..viene...va...viene.Cuantas veces enredamos el llanto con la risa y la locura, hermanas para siempre algunas entre injusticias y desatinos abominables de las sodomitas, las mímicas amenazantes que no entienden lo que es Dios o el amor, como tampoco comprendemos las causas de que estemos en el mismo encierro si somos tan diferentes, y con todo, tendemos la mano para sacarlas del precipicio, pero la víbora muerde y envenena hasta los huesos. Aunque a veces la piedad se vuelve gigante al golpe del bastón sobre sus carnes o las nuestras, su dolor o el nuestro.

Morderemos cada pedazo de golpe con los labios encogidos. Vimos morir al vilipendiado con su sarro de camastro, reja y alambrada, y entonces vemos a Gomorra del lado exterior, aún sin fuego y azufre . La vida no es sino segunda muerte y la patria un espejismo sin nombre que convierte a la perseverancia en la conquista máxima del alma madura.

Allí nos empujaron, allí te empujarán para reemplazar ideas por diminutas miradas al escombro histórico, de manera que no salgan al viento las palabras ávidas de ser escuchadas; de manera que el espanto del encierro aleccione y cauterice la mente entrometida, porque es peligrosa para las ratas.

Rostros de mujeres (madres, hijas, hermanas) viajan continuamente de madrugada entre sueños intranquilos y nerviosos hacia lejanos campos donde la nieve del tiempo limpia la mala suerte de ser violada por el apartheid espiritual.

Mariposas aprisionadas, números sin rostros, gritos a través del escollo reclaman la medicina que no llega a tiempo y las manos escarban la inmundicia servida para el hambre. Sin alternativa arrancan la guata sucia de los colchones para cubrir la sangre menstrual; sin agua lavan la costra del alma y sin viento, soplan las palmadas en el rostro ante la poca piedad de serpientes verdinegras, con sus bocas estiradas y su manojo de llaves asesinas.

La celda tiene sus puertas invertidas. Las presas politicas son también una montaña sobre la que se empina el gavilán para seguir mordiendo la carne de Prometeo y arrebatar el fuego proveedor de la condición humana, más allá de la celda de sal y arena que rodea al Caribe, sediento de manos que recojan los muertos y las cámaras vacías...


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