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| El Veraz. | San Juan, Puerto Rico |
El Cambio real que necesita Cuba

Por Ciro

Existen serios indicios de que la nación cubana se aproxima a una crisis determinante para su futuro. Luego de más de año y medio de sustitución ejecutiva del dictador enfermo, la situación económica, política y social continúa deteriorándose y los problemas vitales y urgentes de la población están tan presentes como antes de ese evento.

La inquietud y desasosiego aumentan por días cuando surgen otros problemas que también se siguen acumulando y que repercuten directamente en las necesidades vitales de la sufrida población. El hecho más revelador de esta situación ante la opinión pública mundial lo constituye el creciente y alarmante número de fugas furtivas del país, alcanzando cuotas nunca antes vistas.

El grupo gobernante sustituto en el poder permanece encasillado en la misma visión esquemática y engañosa de la realidad que el anterior mandamás. Al contrario de aliviar la presión social y económica de la excesiva ingerencia estatal en la vida y relaciones sociales de la ciudadanía, ha fortalecido su arbitraria ejecución de funciones centralizadas. Entretanto, argumentando falta de recursos y la necesidad de analizar con detalle, continua obviando o dando largas a las soluciones urgentes.

Por recientes medidas de orden económico que refuerzan medidas de intrusión del más rancio y viejo corte, queda muy claro que tiene como punto de mira para el futuro mantener e incluso incrementar más su control arbitrario. Para ello, continua la práctica del anterior dictador en funciones, que utiliza como método de gobierno el secretismo y la ausencia de transparencia, el acecho y la sorpresa.

En este sentido, se anuncian de sopetón medidas que en la práctica hacen más insostenible aún la existencia diaria de todos, incluidos los estamentos sociales mejor beneficiados. Se ve como sigue la constante encerrona legal e inesperada con leyes que perjudican y dificultan cada vez más la vida de los cubanos.
Los ciudadanos son compulsados brutalmente mediante la represión física y mental, con sanciones desproporcionadas a “delitos” que no tipifican como tales en ninguna otra parte del mundo. Tanto en las oficinas del Gobierno, con la Asamblea Nacional como apéndice obediente y unánime aprobador, se legislan a escondidas y en secreto leyes que en nada ayudan a solventar las crecientes necesidades reales, ya en muchos casos rayanas con la supervivencia miserable de la población.

Pese al discurso oficial aperturista, se hace todo lo contrario, y ante la crisis social que se avecina el Estado parece seguir apostando por el método de ordeno-obedece, y las llamadas a la disciplina, al castigo y la prisión preventiva como si la ciudadanía fuera un hato de cautivos a los que sólo hay que castigar más o menos hasta que se calmen y olviden sus perentorias necesidades.

La distorsión de la realidad y la cruel deformación que ha provocado esta práctica de ausencia de transparencia y progreso real de la nación han lacerado la honradez y el espíritu de respeto a la legalidad en la ciudadanía en general. La población toda acepta como natural y hasta con admiración el éxito económico que conlleva la violación de las leyes.

Por la subterránea gestión económica exitosa que esto representa, se hacen admirables la prostitución, la compra-venta de productos malversados, el soborno y la venta de influencias. El robo, el hurto y la estafa son elementos funcionales dominantes en las relaciones no sólo entre Estado-Ciudadano, sino entre los miembros de la sociedad.

Como resultado de este descarnado retroceso de los sentimientos y los valores morales y familiares, algo muy típico en una población penal, el encanallamiento, la violencia y la degradación se vuelven algo muy corriente, siendo aceptados con tremebunda naturalidad e indiferencia.

Como resultante, es evidente que la ciudadanía actúa cada vez más al margen de la estrecha vía en la que la han confinado por muchísimas leyes absurdas. Las personas delinquen en un intento de sobrevivir y sacar beneficios, lo que en otra sociedad normal lograrían honestamente, amparados por un sistema legal equitativo para todos.

Todo esto proviene y lo agrava el maltrato institucionalizado por las leyes y la práctica del modo de gobierno emanado del Estado. La cúspide de este proceso degradante se alcanza con el ignominioso apartheid del nacional no sólo con la clase gobernante sino también en relación con el extranjero, teniendo como factor importantísimo, aunque no muy visible, la esterilización y exclusión del concepto del derecho en el ánimo de cada cubano, no importa cuál sea su nivel social. Nadie tiene derechos inamoviblemente establecidos y por tanto nadie piensa en términos legales.

Los derechos no son sino los que van y vienen, concedidos o retirados por la clase dominante muchas veces por elemental y cruel capricho personal o de acuerdo a un interés específico del Poder que en nada beneficia a los ciudadanos.

Una de las peores consecuencias de todo este desastre, porque quizás represente el fin para el futuro de la nación, se anida en la extinción de la nacionalidad isleña cuando la población simplemente huye del país como lo haría un prisionero de un campo de concentración. Según datos recientes del Dto. de Estado de los Estados Unidos, en diez años han arribado a su territorio alrededor de 190, 000 cubanos.

Otras cifras revelan que en la actualidad se están yendo de nuestro país alrededor de 100 personas diarias. Los que se marchan son personas mayormente jóvenes, en edad de producir y procrear la futura población de Cuba. Este desangramiento no lo puede aguantar un país con sólo 11 millones de habitantes que para colmo, como resultado de la creciente dureza e inestabilidad de la vida común, sufre una crisis en la procreación y el estamento anciano de la población que permanece en la isla va incrementándose.

Como respuesta a todo este creciente número de problemas, por una parte las fuerzas gubernamentales dominantes parecen prepararse incesantemente para lo que pueda suceder con medidas más restrictivas y drásticas en contra de la sufrida población, en una egoísta y aterrorizada actitud de salvar lo insalvable. ¿Qué nación esperan gobernar, si con esos pasos se está deshaciendo antes sus ojos?

Por otro lado, la oposición de la isla está empeñada trabajosamente en dos distintas acciones generales. Un sector importante de la oposición ha emprendido y emprende instrumentar diversos proyectos de movilización y diálogo que despierten de la apatía y el fatalismo a la población en general. Esto no logra cuajar de una manera importante, y a veces quedan inexplicablemente detenidos y muertos, dejando excluidas al creciente número de personas que querían sumarse y a otras que lo firmaron y sufrieron el castigo gubernamental por haberse atrevido a hacerlo.

Así ocurrió con el más destacado intento de iniciativa verdaderamente popular en toda la historia de este régimen tiránico: el Proyecto Varela. Aunque redactado de un modo confuso y nada sencillo de entender para la ciudadanía común, fue identificado por el pueblo como algo indiscutiblemente ciudadano y popular, algo que respondía a sus verdaderos intereses por el simple hecho de no provenir de las entrañas del poder absoluto que rige la nación.

En lugar de apoyar irrestrictamente ese proyecto, otros grupos opositores cometieron el craso error de permitir que sus diferencias políticas y personales pesaran más que la elemental percepción de que el Proyecto Varela, aunque no había sido organizado por ellos, estaba siendo apoyado crecientemente por el pueblo, y no sumaron sus fuerzas al mismo.

Para colmo, el Proyecto quedó repentinamente detenido. Ni siquiera el totalmente veraz argumento de la feroz represión emprendida por la policía política contra esta iniciativa ciudadana puede justificar que un creciente número de personas no se hayan podido sumar valientemente. Era muy importante que a las 25,000 firmas presentadas ante la Asamblea Nacional, refrendando el Proyecto, se sumaran a los siguientes meses 25,000, 50,000 y 100,000 más. Fue muy evidente que el pueblo deseaba hacerlo. Mas en plena ola creciente de apoyo, el proyecto sencillamente se detuvo.

Este fue un error catastrófico para el devenir histórico de la nación. La oposición, conformada por personas sacrificadas, corajudas y decididas a lograr un cambio nacional a favor de la democracia y los derechos humanos, ven afectados sus propósitos por el ácido de la desconfianza, la sospecha, los vanos protagonismos y la falta de unión ante la dictadura. La frustración que provocó la muerte en vida del Proyecto Varela tuvo como resultado la apatía, el derrotismo y la indiferencia de la víctima que va al matadero. El pueblo quedó de nuevo abandonado y desorientado. Y optó por ser mayoritariamente sumiso a las órdenes, como recién lo vimos en los resultados de la última votación nacional

Han surgido otros proyectos apoyados por grupos minoritarios, aunque lentamente crecientes, que han tenido una visión real de lo que nos espera como nación. Más ninguno ha logrado repetir lo que lograra el Proyecto Varela para que un sector importante y creciente de la masa del pueblo se sume y exprese su inconformidad con la vida que lleva de una manera organizada y decisiva. Además, no se puede negar que por una razón de peso como el aumento de la represión y la intolerancia, o por otra como puedan ser los oscuros intereses personales, esos proyectos de participación ciudadana de repente también se han quedado paralizados.

Otro grupo o sector de la oposición, también infructuosamente, intenta activar al pueblo para organizarse en una resistencia pasiva a las acciones draconianas del aparato estatal. Y otra vez la muralla de apatía y un miedo con anchas bases reales pero que a veces alcanza cotas desmesuradas de irracionalidad, han logrado que no se haya progresado mucho por esta pacífica vía de presión social para provocar un cambio general en el país.

El caudillismo y el personalismo, al parecer unos males nacionales muy arraigados en nuestra idiosincrasia. Han tenido su parte en esta falta de éxito y van a la par de un aprendizaje instintivo, y a todas luces mal enfocados, de un camino democrático en el cual nadie en el país tiene experiencia práctica alguna. Todo ello ha afectado la eficiencia y la capacidad de movilización de las fuerzas que promoverían cambios sustanciales dentro del forzoso inmovilismo que está provocando la destrucción del entramado social en Cuba.

Ambas actitudes en contradicción, la del gobierno y la de la oposición en general, parecen representar posiciones atrincheradas, y ninguna de las dos ofrece iniciativas viables e inmediatas de creciente apoyo popular para destrabar el mecanismo nacional

Lamentablemente, el enfrentamiento de las fuerzas sociales conscientes o latentes que quieren el cambio y el empecinamiento de las fuerzas en el poder por conservarlo a como de lugar parecen ahogarse en la misma peligrosa intransigencia. La nación no fluye hacia ningún lado, como no sea la que se contempla en una propaganda oficial que logra ahogar la realidad hasta para sus mismos gestores o la que trabajosamente se conoce de proyectos renovadores de cambio en el país, promovidos por la oposición política, pero que tampoco logran sacar de la apatía a la mayoría de la población. Y, lamentablemente hasta aun para aquellos que no quieran verla, la realidad en la que vivimos se va deteriorando peligrosamente a ojos vista. Y el país de todos, gobernantes y gobernados, continua su declive hacia el caos.

Una situación como esta es imposible que se sostenga por mucho tiempo. Hay signos en extremo alarmantes en la sociedad que así lo indican. El ciudadano promedio común considera como cosa natural violar la ley, CUALQUIER LEY. Y esa forma de ver las cosas está tan metida dentro de él que no importa mucho si dicha ley prevalece en un estado totalitario o en una democracia. Además, y en grado superlativo, el ciudadano promedio común siente que el Contrato Social, es decir el acuerdo de los gobernados para tener un gobierno, se ha roto hace mucho tiempo en Cuba.
Confundidas por el constante maltrato de leyes injustas, las personas identifican al Estado, no importa cuál sea éste, como una entidad depredadora y sinónimo de castigo, a la que hay que evadir y expoliar cada vez que se pueda. Justo eso mismo es lo primero que intentan los maltrechos cubanos que llegan por cualquier vía a los Estados Unidos.

Una buena parte de ellos, pese a ser acogidos por un estado democrático, abierto, inclusivo, que les ofrece ayuda y vías para encauzar sus nuevas vidas, emprenden una idéntica mala práctica que aprendieran para sobrevivir en el estado totalitario y explotador donde crecieran: apoderarse furtiva e ilegalmente de bienes y servicios y tratar de evadir las leyes.

Este comportamiento es un daño terrible que ha sufrido el comportamiento civilizado en nuestro país, el que, sumado a una histórica tradición nacional de violencia e irrespeto por la voluntad de los demás, hacen del pueblo acosado y envilecido un peligroso cóctel molotov.

Y aquí sale a relucir una frase histórica: “¡Mejor que Batista, cualquier cosa!” Era un irresponsable e infantil dicho popular de la Cuba de los años cincuenta del pasado siglo, muy repetido por los irresponsables e infantiles cubanos de aquella época. Mas “cualquier cosa” resultó ser algo mucho peor que Batista.

Otra frase falsamente optimista, “¡Cuba está condenada a ser democrática!” podría no pasar de ser un fruto del mismo tipo de tonta ilusión de nuestros padres y abuelos, otra vez dejándolo todo al azar. Y si algo es demostrable en la Historia de la Humanidad es que ese logro de la civilización y la ional.
búsqueda de la libertad, la democracia, es una criatura frágil, necesitada de cuidados por un muy largo tiempo para poder consolidarse y hacerse fuerte.

No hay muchas razones para creer que Cuba caerá por simple desenvolvimiento natural, como la tan manida fruta madura de nuestra historiografía, en las faldas de la democracia y el estado de derecho. Muy al contrario, podría transformarse en algo peor aun de lo que ya es. El primer grave indicio que sustenta esta terrible perspectiva, la ingobernabilidad, está a las puertas. Y puede acabar de disolver el concepto del Estado en el alma del ciudadano común, al considerarlo como algo inútil y dañino. Y entonces el país podría caer en la más absoluta barbarie, como ocurre en Somalia.

Y si quizás para alguien este ejemplo parezca exótico y lejano. Podríamos cambiarlo por el más cercano de Haití. La barbarie permanente del hermano país, ahora lentamente emergiendo del caos luego de casi dos siglos de muerte, pobreza y destrucción, no se debió simplemente, como muchos prejuiciados creen, a que fueran negros e ignorantes. A pesar de que tuvo un buen comienzo como república independiente, bastó una secuela de malos gobernantes y el expolio más inaudito y abusivo de la población por una cúpula inescrupulosa para malograr la nación a varias generaciones de descendientes. Y todavía no hay nada definido en cuanto al orden y a la normalización de la institucionalidad. El caos se volvió algo integrado a su cultura.

Este malogrado ejemplo no significa la necesidad de un estado fuerte para mantener “disciplinada” a la población de Cuba. Con una aberrante práctica de medio siglo, ya sabemos lo que eso produce. Pero sí necesitamos un orden armónico de sociedad, donde prime el derecho por encima de las instituciones y donde los derechos humanos sean fuente de la legislación.

Esto sólo se logra si el ciudadano no ve en el Estado un engendro que lo acecha y castiga como si fuese un prisionero, sino al contrario, que lo representa y considera, permitiéndole organizarse de acuerdo a sus intereses, y sin temor mancomunarlos con los de otros ciudadanos, e incluso frenando legalmente las desmesuras del Estado cuando lo crea necesario y mediante el uso de los mecanismos representativos, la transparencia de una prensa libre, el multipartidismo y las elecciones periódicas y supervisadas, pues es el pueblo quién debe fiscalizar al gobierno y no al revés.

Pero todo esto tenemos que aprenderlo. Hace ya más de medio siglo que no existen esas garantías para emprender el tortuoso e inestable camino de construir una democracia. En ese sentido somos más ignorantes de nuestros derechos que los mismos cubanos que en los primeros años de esta infausta dictadura eligieron festinadamente entregar su libertad.

Realmente, son pocas las posibilidades de que por arte de magia se construya en el país una inmediata democracia. Nuestras mayores oportunidades descansarían en la posibilidad de una transición, no en un vuelco precipitado. La nación y la población están demasiado debilitadas y enfermas como para un cambio tan brusco.

Sin embargo, urgen cambios fundamentales de todo orden para que nuestro pueblo empiece a adquirir un leve atisbo de esperanza y fe en su futuro dentro de la isla. Mas por mucha buena voluntad que en general tenga la oposición y el pueblo esperanzas al secundarlo, el cambio no se puede lograr pacifica y gradualmente sin la colaboración de los miembros más capaces de la actual élite gobernante, los que no necesariamente son los que más destacan en el actual santoral del Estado. La tarea de todos sería preparar un clima de concordia y tolerancia para dar esos pasos, garantizados constantemente y de manera formal por las fuerzas de la oposición, y entendidos y creídos por el pueblo y el gobierno.

Hay que cambiar la perspectiva suspicaz, temerosa y vengativa que prima en la población hablando una y otra vez, incansablemente, de perdón, de paz, de amnistía, de mirar al futuro. Y esto hay que hacerlo a pesar de la actitud despectiva del gobierno cubano por estas ideas, a pesar de que a hermanos nuestros se les siga reprimiendo y torturando por sus ideas.

Una buena parte de los miembros de la cúpula gobernante sufren en la intimidad de sus pensamientos ese mismo síndrome de desilusión y falta de credibilidad en el futuro de nuestro país que ellos mismos se encargaron de inculcar en el pueblo durante años. Son las víctimas de su propia propaganda. Por eso mismo hay que empezar a hablar formal y seriamente de darles una salida, de ofrecer y dar garantías y tratar de volver parte real de las posibilidades una amnistía general.

Es necesario un clima de distensión para lograr los cambios pacíficos, para destrabar el inmovilismo. El odio y el rencor de años deben ser anulados a nombre del futuro para todos. Es algo duro de hacer cuando la represión es continua y en más de un corazón anida el recuerdo lacerante de las crueldades sufridas y la venganza.

En cierta ocasión, Nelson Mandela dijo: “Debemos perdonar para ser libres”.
Y era muy duro lanzar esa consigna. Sudáfrica posee una absoluta mayoría negra, pobre e ignorante y ante un cambio radical del férreo orden social era muy posible la debacle de la minoría blanca dominante. El ejemplo latente de Rhodesia-Zimbawe aún está presente para negar cualquier cambio en ese sentido.

La transición sudafricana hacia la democracia demostró lo profético y sabio de las palabras de Mandela, que había sido un terrorista. Muchos anunciaron una matanza increíble de blancos y la destrucción de la economía de ese estado africano. Nada de eso ocurrió. La nación africana no fracasó en su proceso de fin del apartheid y entrada en la democracia, incluyendo a todos sus ciudadanos, blancos y negros, en un mismo proyecto de país. Se perdonaron las humillaciones y la discriminación, el aislamiento y el desprecio, los prejuicios y temores. Todos, la minoría blanca y la mayoría negra, miraron más hacia el futuro que al oprobioso pasado. No olvidaron, pero perdonaron.

En la antigua Europa socialista ocurrió lo mismo. Cayó el régimen totalitario en todos esos países y no ocurrieron matanzas de comunistas, ni los antiguos personeros del régimen destruido quedaron segregados de la sociedad.

Por ser parte de nuestro origen nacional, nos es muy cercana la transición española hacia la democracia. A la muerte del Caudillo en 1976, el precedente barbárico de las guerras civiles que asolaron España desde el siglo XIX auguraba otro horrendo momento para el pueblo español. Anhelaba cambios democráticos frente a un estado monolíticamente franquista, repleto de recelo ante las transformaciones radicales de la sociedad hispana.

Sin embargo, los españoles todos, de ambos bandos, supieron manejar ese delicado momento con una actitud serena de concordia y con la mirada más allá de sus latentes conflictos y heridas personales, y hoy, treinta años después, gozan de un país democrático y próspero. Pese a una guerra civil que le costó 1 millón de muertos a ambos bandos, pese al rencor, ocio y miedo que quedara entre vencedores y vencidos al finalizar la guerra civil, los criminales y asesinos de ambos bandos aún vivos, treinta años después todo se supo perdonar.

En nuestro país también ocurrió algo parecido, con la diferencia agravante de que pasó luego de una salvaje contienda bélica por librarnos del coloniaje español. Una vez concluida la guerra de 1895-98, ningún soldado peninsular fue asesinado en retaliación. Se dirá que por la presencia del ejército norteamericano en Cuba. Pero sus tropas no pasaban de los 20, 000 hombres. De haber decidido los ex-contendientes cobrarse viejas cuentas, qué hubieran podido hacer las tropas norteamericanas frente a alrededor de 50,000 guerrilleros que lucharon a favor de España, y la misma cantidad de criollos Voluntarios enfrentados a 25,000 o 35,000 ex-mambises?

Por ese compromiso por la paz y la concordia no hubo comerciante hispano que sufriera atentado contra su vida o bienes. Se supo perdonar y dejar en el pasado tres años de una guerra cruel, inhumana y fratricida por ambas partes, y hacer progresar en poco tiempo al país. Fuera de algún hecho de sangre aislado y particular, no hubo una llamada a la venganza, no hubo ánimos de represión económica o de sangre por parte del bando vencedor.

Es hora de que todo nuestro país empiece a hablar de perdón, de amnistía general. Es hora de que esos términos pacíficos se impongan sobre los recelos, los odios, las confrontaciones irreconciliables, las represiones y los deseos vengativos por tantas injusticias pasadas. El llamado a la paz, la concordia, el perdón y la amnistía permite empezar desde cero a la nación. Y nos debe impulsar a eso no sólo el destino de nuestras propias vidas sino la de nuestros hijos y descendientes.

Todos, los que están en el bando represor, los opositores, la mayoría apocada, los que se fueron por una causa u otra, tienen hijos, ancianos, amigos y un país donde vivir decentemente, sin temor al futuro. Debemos comenzar a pensar y expresarnos en esos términos porque tenemos que salir de este inmovilismo, de este empecinamiento de poder, de este callejón sin aparente salida que tiene mucho de miedo como sostén ante lo que sucederá con los inevitables cambios. Debemos familiarizarnos con los conceptos de paz, concordia, amnistía y progreso, hacerlos parte de nuestro lenguaje diario, darles el espacio necesario para que dominen en nuestra perspectiva.

No importa que parezca ridículo que una minoría aparentemente exigua de cubanos sea el promotor de estas ideas, no importa que un principio los voceros del poder totalitario expresen desdeño e intenten descalificar con burlón desprecio el llamado al perdón nacional. Pero no nos dejemos engañar. También son exiguas las fuerzas realmente perversas que insisten en mantener esta situación, una minoría que arrastra a un grupo mayor mediante el temor y la ignorancia

Las diminutas fuerzas que puedan defender las ideas de la paz y la concordia pronto descubrirán que estas se ocultan latentes en la inmensa mayoría de la población, incluidos muchos de los actuales represores. Es necesario abandonar las posiciones intransigentes de confrontación y adoptar esa propuesta de paz y de cambios pacíficos. Hay que abrir una salida para la nación cubana.

De seguir por mucho más tiempo la presente situación inmovilista, los males enunciados anteriormente y otros que surjan por la mala fe, el miedo o la desconfianza traerán consigo situaciones peores y quizás incontenibles, para nuestro mal y el futuro de otros cubanos que vendrán.

La alta jerarquía de la iglesia católica cubana no ha estado a la altura de su propio mensaje de paz y concordia y progreso tan necesario a su grey. Muestran una prudencia insensible y hasta adulona y obediente ante el dictado estatal. Influyen con ese mensaje de distancia y silencio en muchos sacerdotes que tienen contacto diario con los sufrimientos del pueblo cubano. En muchos sacerdotes arde el deseo de hacer efectivo y consecuente el mensaje divino de amor.
Otros cultos menores han sufrido la misma ingerencia y espionaje oficial con el afán de impedir su influencia en la población. Por eso mismo, al igual que los templos en la Polonia dominada por el totalitarismo, los centros de culto de todas las religiones deben ser el primer lugar donde se convoque a la paz, el perdón, la amnistía y la transición hacia una nación democrática. Este mensaje es pacífico, no está reñido con los buenos propósitos de ninguna fe, y no representa una tribuna política de ninguna índole.

Todos los cubanos, los de dentro y fuera del territorio nacional debemos aprender a perdonar, a amnistiar y a progresar.

Cuba no está perdida aún. No tenemos por qué volvernos una nación bárbara. El cubano tiene vocación de modernidad, de paz, de prosperidad. Hablemos de perdón, de amnistía, de concordia, constantemente, sin cansarnos por desplantes y desprecios. Dejemos que esta idea vaya calando en la población con su encanto irresistible y esperanzador, y que también cale hondo en nosotros, los que comenzamos a proponerla.


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