Por
Dimas Castellanos
Según
datos preliminares la tormenta tropical Fay, y los huracanes Hanna,
Gustav e Ike, derribaron o dañaron más de 500 mil
viviendas, una de las grandes carencias de los cubanos. En cualquier
análisis de esa tragedia de origen natural tiene que incluirse,
obligatoriamente, la influencia de otros factores de orden social
en tan gran desastre.
El
problema habitacional antes de 1959
En la República, de 1902 a 1959, el Estado participó
muy poco en la construcción directa de viviendas. La mayor
responsabilidad recayó en los ciudadanos y en las empresas
constructoras. La participación popular, aunque con determinadas
limitaciones, era posible porque los precios tanto de las viviendas
construidas como de los materiales para su construcción
no superaban la relación costo-ingreso. Por ejemplo, en
1949 el
costo de una vivienda de mampostería, placa, piso de mosaicos
o de terrazo, con 2 cuartos, baño intercalado, sala, comedor,
cocina, portal y patio alrededor, como las que -mediante la lotería
nacional- sorteaba entre sus suscriptores la Revista Resumen,
estaban evaluadas en 4 mil pesos.
En
la década del 50 del pasado siglo –exceptuando algunas
zonas de la capital del país– con 5-6 mil pesos se podía
adquirir o construir, incluyendo el precio del solar, una vivienda
con las características antes descritas. En pueblos como
Bayamo o Guira de Melena, si la vivienda era de madera, techo
de tejas, piso de cemento, 1 baño y 1 cuarto se podía
alcanzar hasta con 1000 pesos. Con esos precios un trabajador
que contara con un ingreso mensual entre 80 y 100 pesos, podía
obtener una casa de madera aproximadamente con el salario de un
año, y con el de seis años, una de mampostería.
Hasta esa fecha, sin desconocer las carencias y dificultades de
la época, el trabajador que decidía construir un
inmueble contaba con diversas opciones de arrendamiento,
compra y construcción. Las familias tenían la posibilidad
de arrendar un apartamento, que en dependencia de la calidad,
lugar de ubicación y tamaño, podían pagar
con el 10% del salario (en algunos lugares de la capital y otras
grandes ciudades podía ser mayor). Por ejemplo mis padres
(tabaquero él y conserje de escuela ella) alquilaron
en 1940 una casa pequeña en el municipio de Jiguaní,
mi lugar de nacimiento; luego, alquilaron otra de mampostería
en el centro del pueblo. En 1949 se trasladaron a la ciudad de
Bayamo, donde compraron por 800 pesos una casa de madera, techo
de zinc, dos cuartos, sala, comedor y un pequeño patio;
luego rentaron otra, cerca del centro de la ciudad, por 20 pesos
mensuales y a su vez, alquilaron la suya por 12 pesos.
También
se podía construir mediante las instituciones crediticias
para inmuebles. Por ejemplo Previsora Latinoamericana, con la
garantía de que el interesado tuviera un salario de unos
100 pesos, brindaba el préstamo correspondiente
para ser amortizado en un número de años, con un
20% de interés. Algunas como la FHA, que realizaba las
operaciones bancarias con el Banco Pujol, construía viviendas
para trabajadores y clase media en repartos residenciales como
Fontanar, Alta Habana y Aldabó, a
precios que dependían de las medidas y comodidades del
inmueble. Otras muchas como Alfa, Compañía de Capitalización
y Fomento, S.A. y la Compañía de Capitalización
y Ahorro, S.A. hacían las mismas funciones con diferentes
facilidades. Los que tenían mayor solvencia procedían
directamente a la compra.
De
tal forma que el Estado, con algunas excepciones, no participaba
directamente en la construcción de viviendas, al punto
de no existir una institución estatal especializada para
esos fines. La solución del déficit debió
enfrentarse después de 1959 mediante el perfeccionamiento
de los mecanismos ya existentes y probados; no mediante su eliminación
y sustitución por el Estado omnipotente, como se procedió.
El
problema habitacional después de 1959
Desde
el Estado, se crearon instituciones para la vivienda y se procedió
a la “solución” del problema. En enero de 1959 se creó
el Instituto Nacional de Ahorro y Vivienda para emplear los fondos
de la Lotería Nacional en la solución del mal; el
6 de marzo Fidel
Castro planteó eximir de impuestos durante 10 años
a todo el que construya una casa para vivirla él; cuatro
días después se dictó la Ley sobre la rebaja
de alquileres, para favorecer a los sectores de menores ingresos
y en abril se aprobaba la Ley 218 sobre la venta forzada de solares
yermos. En 1960 se creó la Dirección de Viviendas
Campesinas para la construcción en zonas rurales y se aprobó
la Ley de Reforma Urbana donde se reconocía la posesión
de la vivienda como derecho imprescindible e inalienable del ser
humano. También se procedió a la elaboración
de planes constructivos. Desde esa voluntad estatal, instituciones
e instrumentos legales, comenzó lo que en el argot revolucionario
se designó como “batalla por la vivienda”, cuyo fin era
satisfacer un crecimiento demográfico que demandaba decenas
de miles de viviendas anuales.
El
primer plan (1960-1970) consistió en la construcción
de 32 mil apartamentos anuales, pero el promedio alcanzado no
rebasó las 11 mil. La incapacidad estatal para enfrentar
por sí sólo el complejo problema, condujo a la idea
de la “participación popular”. Con ese fin se decidió
involucrar a los ciudadanos necesitados. En 1971 se crearon las
microbrigadas –pequeñas unidades integradas por 33 trabajadores
de empresas estatales, que pasaban permanentemente a construir
un edificio y seguían cobrando sus salarios por el centro
de trabajo–. Las viviendas terminadas, propiedad del Estado, se
entregaban en usufructo a los seleccionados de acuerdo a sus méritos
y necesidades. Con ese concepto se emprendió el segundo
plan (1971-1980), elevado
ahora a 38 mil viviendas por año, sin embargo, el promedio
alcanzado no superó las 17 mil.
Ante
el fracaso, el creciente déficit y el crecimiento de la
población, se elaboró el tercer plan para construir
100 mil viviendas anuales a partir de 1981, pero la tozuda realidad
no permitió sobrepasar la cifra de algo más de 40
mil por año. Posteriormente, a partir de 1995, momento
en que se logró edificar más de 40 mil, la cifra
comenzó a descender año por año hasta que
en el 2005 se llegó al punto más bajo: 7 300 casas
en los primeros siete meses.
En ese momento crítico se anunció el cuarto plan.
Un informe presentado por el Secretario Ejecutivo del Consejo
de Ministros a la Asamblea Nacional del Poder Popular, anunciaba
que, debido al “mejoramiento de las posibilidades financieras
del país” se iban a “construir y terminar no menos de 100
mil viviendas nuevas por año a partir del 2006” (segundo
plan de 100 mil) y el concepto de la microbrigrada fue sustituido
por el trabajo de la familia que habitaría el inmueble.
Así, el precepto legal de que no haya familia sin una vivienda
se sustituyó, al margen y contrario a la ley, por un principio
ideológico y excluyente: aunque se trate de una familia
sin vivienda, se requiere de una “destacada conducta social y
revolucionaria”.
Como
consecuencia de esa definición, las personas que no asistían
a las marchas combatientes, aunque fueran honestas, trabajadoras
y modelo de familia, al no calificar como revolucionarias, quedan
excluidas del maravilloso plan. Resulta que los sectores más
marginados, entre los que se encuentran una mayoría de
negros, que por su condición social no son los más
propensos a participar en las actividades que dan el crédito
de “revolucionarios”, lo que al aumentar su marginalidad, se reproduce
el pernicioso ciclo de discriminación que se originó
en la colonia.
De
todas formas el “novedoso” plan se volvió a incumplir en
el 2006. Entonces las autoridades optaron por una
forma más “viable”: bajar la altura de la varilla. Así
la ansiada meta de100 mil se redujo a algo más de
70 mil para el año 2007, el cual también fue incumplido,
por lo que se decidió hacerlo “más viable todavía”
y para el 2008 se bajó otra vez
la varilla hasta 50 mil; plan que amenazaba
una vez más con incumplirse; pues el 31 de mayo de ese
año, en la segunda jornada de trabajo de la Comisión
de Industria y las Construcciones de la Asamblea Nacional del
Poder Popular, Víctor Ramírez Ruiz, presidente del
Instituto Nacional de la Vivienda, explicó que en los primeros
cuatro meses se terminaron 13 981 viviendas, que representaban
el 28 por ciento del total que deberá ejecutarse.
En
esa desfavorable situación, Fay, Hanna, Gustav e Ike, al
dañar más de 500 mil viviendas, han dejado a miles
de familias ante un Estado que ya no tiene respuesta
para esa magnitud de la tragedia. Como Cuba está afectada
por una crisis estructural, el daño en la vivienda, como
elemento del sistema, afectará a toda la estructura. Eso
se está reflejando en ausencias al trabajo, en mayor desesperanza,
en manifestaciones de inconformidad y en un mayor descreimiento,
todo lo cual profundizará la crisis existente.
¿Por
qué fracasaron los planes constructivos?
Antes
de la revolución el déficit acumulado tenía
entre sus causas la cantidad de familias con ingresos bajos y
la poca participación directa del Estado en la construcción
de viviendas. Después de la revolución, el fracaso
del primer plan se debió a la incapacidad estatal para
enfrentar por sí sólo el complejo problema habitacional.
El segundo y tercer planes, se debieron a la falta de autonomía
de los ciudadanos, lo cual no pudo suplirse con las microbrigadas
controladas por el Estado. El del cuarto plan –segundo de 100
mil viviendas– por dedicarse los constructores profesionales a
las obras priorizadas de la Batalla de Ideas y descargar la responsabilidad
principal de la construcción en la familia, desposeída
de derechos, de libertades, de medios, de mercados de materiales
de construcción a precios asequibles y de los hábitos
de responsabilidad, perdidos por la excesiva tutoría estatal.
Algunos
resultados de la crisis habitacional
El
problema de la vivienda –en una sociedad donde el trabajo dejó
de ser la fuente principal de ingresos y la conducta moral quedó
atrapada por la sobrevivencia– encontró una salida en las
ocupaciones
y construcciones de viviendas no autorizadas. Desde ese momento
se desaceleró el ritmo constructivo y el énfasis
estatal giró desde la preocupación por construir
a la promulgación de leyes y regulaciones para controlar
el creciente desorden.
En
diciembre de 1984 se promulgó la ley 48 “Ley General de
la Vivienda”, que autorizó la “transferencia de la propiedad”
a la cubana, es decir, propiedad sin derecho, pues ninguno de
los supuestos propietarios puede vender, arrendar, permutar, traspasar,
o alojar en su inmueble libremente a quien considere, lo que influye
en el descuido y el deterioro de los inmuebles. En 1988 se aprobó
la ley vigente, encaminada a reordenar las regulaciones anteriores
para “propiciar la solución del déficit habitacional”
y fortalecer el control estatal sobre las operaciones alrededor
de la vivienda. En diciembre de 1995 se creó una nueva
institución para controlar el desenfreno: el Grupo Nacional,
integrado, entre otros organismos, por los institutos de la Vivienda
y de Planificación Física y
los ministerios de Justicia y del Interior. Sin embargo, ninguna
de esas medidas pudo resolver las ilegalidades. En julio del 2000
se aprobó el Decreto-ley 211 que prevé inspecciones
físicas a los inmuebles y que exige una imprescindible
autorización institucional para permutar, y autoriza a
funcionarios estatales para determinar sobre la propiedad de la
persona, menoscabando así el derecho de propiedad reconocido
en las leyes anteriores. Luego, en febrero del 2001, se aprobó
otro Decreto ley para el control de las contravenciones. De acuerdo
a esta última medida el Instituto de la Vivienda no sólo
monopoliza, sino que elimina definitivamente la compraventa entre
particulares y otorga a las entidades municipales de la Vivienda
el derecho de confiscación. En fin, control y represión,
pero no solución al problema de la vivienda.
Este
breve recuento de las medidas legales referidas al complejo problema
de la vivienda en los últimos 42 años marca un camino
fracasado que va del intento de suplir el déficit habitacional
de antes de 1959 hasta el férreo control estatal sobre
la ciudadanía en todo lo relacionado con el problema habitacional.
Un camino que ha conducido al avanzado deterioro del fondo habitacional
por falta de mantenimiento; a los continuos derrumbes parciales
y totales, sobre todo en épocas de lluvias y huracanes;
al renacimiento y crecimiento de los barrios marginales, a la
construcción de inmuebles sin condiciones para vivir decorosamente
y sin calidad para resistir los fenómenos naturales que
nos azotan cada año. Ello ha conformado un cuadro que se
ha venido agudizando en el tiempo, generalizándose en el
espacio y devenido tragedia nacional con el efecto de los últimos
eventos atmosféricos, lo que ha confirmado la imposibilidad
de que el Estado pueda en ningún país del mundo,
mucho menos desde una concepción totalitaria, resolver
el grave problema habitacional.
Factores
para una posible solución
Es
necesaria la realización de estudios multidisciplinarios
que, junto a los factores físicos y económicos,
abarquen los psicológicos, sociológicos y demográficos.
Por la magnitud del problema y la cantidad de factores a integrar,
–económicos, sociales, ambientales, arquitectónicos,
urbanísticos, y sobre todo la participación activa
de los ciudadanos– la vivienda necesita de un nuevo organismo
rector con rango de ministerio. El Instituto de la Vivienda, el
Ministerio de la Construcción o el Instituto de Planificación
Física, se relacionan y complementan, pero no absorben
toda su complejidad. A ese organismo central hay que agregar:
un banco especializado; una industria de materiales; una política
de precios y una de financiación, para la cual hay que
explorar nuevas fuentes.
El
Estado cubano, como cualquier otro, debe y tiene que participar
en la solución de la vivienda, Su función, en este
sentido, sigue siendo determinante, que no es lo mismo que excluyente.
Con su participación, mediante el control, los créditos
bancarios,
la venta de materiales de construcción y la permisibilidad
para la creación de pequeñas empresas constructoras
–privadas o cooperativas– habría desatado una fuerza autónoma
y paralela al Estado en la construcción
de inmuebles y habría creado una nueva e importante fuente
de trabajo. Se ignoró que las viviendas la empezaron a
construir los hombres y sus familias antes del surgimiento del
Estado.
Al
menos cuatro razones justifican y exigen la presencia estatal:
1- Porque la vivienda satisface una necesidad básica pero
es muy onerosa, requiere por ello de un largo período de
construcción y por tanto de fuentes de financiamiento;
2- Porque hay componentes de la construcción como el cemento
y la madera, por sólo citar dos, que dependen de grandes
empresas bajo su control; 3- Porque se necesitan grandes mercados
abastecedores de materiales constructivos; y 4- Porque no se puede
permitir libremente la construcción. La edificación
y el urbanismo
exigen normas tecnológicas de habitabilidad, de diseño
urbano, de sistemas sanitarios, energéticos, viales y de
comunicación, entre otros.
A
su vez, la participación ciudadana se fundamenta en el
enfoque humanista que sitúa la vivienda como una necesidad
básica subordinada a un fin, que es el hombre. Para ello
lo primero es situar al ser humano en primer plano, definir la
función social de la vivienda, e instituir los derechos
y los espacios para su participación, al margen de criterios
políticos, ideológicos o de cualquier otro tipo,
a través de pequeñas y medianas empresas privadas
o cooperativas de producción de materiales de construcción,
como son los bloques de hormigón o los ladrillos, la reparación,
la venta de materiales, y en todo el proceso que va desde las
inversiones hasta la mano de obra de los necesitados.
Ni
el Estado sólo, ni la sociedad sin el apoyo estatal. De
lo contrario, como ha sucedido en Cuba, el Estado, omnipotente,
lo promueve todo y con ello paraliza las potencialidades ciudadanas
al atar las capacidades del pueblo, lo que constituye un crimen
contranatura y conduce al desastre en el que estamos inmersos.
Cuba demanda una nueva política habitacional cuyo eje central
debe ser la combinación armónica entre justicia
social, intereses individuales y sociales, libertad y posibilidad
de participación; en fin, Estado y Sociedad conjuntamente.
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