El Veraz 
Portada
Audio y Video
Los 10+
Raíces
La otra Cara
Documentos
Reconciliación
Estadísticas
Victimas Cubanas
Galería de Puerto Rico
Isla del Encanto
Galería de Cuba
La del Turista
La del Cubano
Rostros Cubanos
Nostalgia Cubana
Búsqueda
Buscar en ¨El Veraz¨
Internacionales
Sitios de Puerto Rico
Sitios de Cuba
Artículos anteriores
Artículos anteriores
Divulgue la verdad
Imprimir Articulo  
Envie Articulo  
A Favoritos  
| Semanario El Veraz | San Juan, Puerto Rico | |
Sexies, pero tristes

Por Luis Cino

Están en ciertas páginas de internet. Tras ellas, las paredes desconchadas y con cicatrices pregonan que malviven en La Habana. Se anuncian, en colores, al mejor postor. Esperan a alguien con plata (no importa la edad, el idioma ni cómo huela) que se las lleve lejos.

Son adolescentes tan bellas y sensuales, tan súper sexies, que te hacen sentir mal.

Tan mal como si también tú fueras culpable de sus impúdicas poses, de las sábanas revueltas, la humedad en las paredes o la tristeza que no logran ocultar sus ojos de niñas.

Me preocupé cuando vi sus fotos y en vez de excitarme, sentí algo muy parecido a la depresión.

Pensé que me ponía viejo. Luego comprendí que la pena no tenía que ver con la edad ni la testosterona. La rubita de una foto me recordó a mi hija.

No es que me esté volviendo un santo. No vivo en las nieves de Laponia. Sé muy bien como es “esto”. Al duro y sin guante. Precisamente por eso, hay cosas que mi estómago ya no puede soportar. Traté de digerirlas durante demasiado tiempo. Ya no puedo con tanta mierda.

No quiero me digan que no son putas, sino que están “en la lucha”. ¿Hasta cuándo vamos a embarrar las palabras y a hacerlas cómplices de la mala conciencia nacional? No me van a consolar con aquello de que son las putas más instruidas del planeta. Allá los degenerados a los que ese sofisma cínico e infame sirve de consuelo. De ser cierto, la vergüenza sería mayor. Si por acá fuera como Dios manda, esas muchachas, cultas y saludables, no tendrían necesidad de venderse a cualquier baboso por un trapo o una cena en La Cecilia.

No voy a negarlo. Putas siempre hubo. Aún después que la revolución anunció que había acabado con ellas. Sólo que no eran tantas ni tan jóvenes como ahora.

Las recuerdo, cuando aún las llamaban jineteras, con la falda muy corta, tras el rastro de los marineros griegos o de cualquier otro marino que no fuera ruso. Los tripulantes de los barcos soviéticos apestaban y tenían poco que dar. Apenas cigarros papirosas y camisas de nailon. Ellas, sinceramente, por lindas, generosas, desdichadas, y porque no eran culpables de ser putas, merecían mucho más.

Algunas fueron mis amigas. Les gustaban los pantalones Lee, las películas de Alain Delon, la música de las emisoras radiales americanas y ninguna aspiraba a pescar un dirigente. Me ayudaron a escapar sin comillas. Me mataron el hambre. Todas las hambres. Una noche, en el Scherezada, una juró que me amaba y que siempre sería sólo mía. Como en una canción de Manzanero que bailamos muchas veces. No sé por qué rincón del mundo andará. Qué importa si mentía. Por entonces, todos, de una forma u otra, mentíamos. Sólo así pudimos sobrevivir.

Ellas tenían la mirada triste, pero no tan desoladoramente triste como la muchacha que se acaricia el clítoris, me saca la lengua y me mira desde la pantalla del ordenador. ¿A quién va a engañar con su pose lujuriosa de utilería? Tampoco me engañan las que ríen a la espera de clientes en la puerta de la Casa de la Música, en Miramar, o las que caminan, el culito apretado y la barriguita al aire, preciosa y vacía, por las aceras de Obispo rumbo al Parque Central.

Sabemos bien cuán terrible es lo que pasó y todavía pasa en nuestras vidas. ¿O será todo lo que no pasó? La juventud que nos robaron en espera del cumplimiento de las metas y las promesas. La felicidad que no pudimos tener porque la patria (o lo que llamaban la patria) siempre esperaba por nuestro sacrificio.

No me engañan, pero puedo entender (¡qué remedio!) por qué se desnudan y miran desafiantes a la cámara. Ni siquiera tienen que justificar si se besan o restriegan con otras. No importa mas allá del lente, son gajes de “la lucha”.

Ellas “no están en nada”. Sólo se aburrieron de comer arroz y frijoles y de dormir en una barbacoa. De la telenovela brasileña y las canciones de Carlos Varela y Paulito FG. De limpiar los pasillos de las becas en el campo y chivatear a las amigas. De la bicicleta china del novio y de la peste a sudor que deja hacer el amor, de prisa y con condón, entre los matorrales. Alguien les dijo que la vida podía ser algo más y ellas reventaban de ganas de creer, por poco que fuera, en algo.

No me lo vuelvan a decir, aceptemos que “no hay más ná”. Ok, pero no me pidan que me excite y se me haga la boca agua con sus fotos ni que pague sus tarifas en cuc (pesos cubanos convertibles) en uno de los inmundos cubiles habaneros de la gozadera. Me sentiría indigno y ruin. Y entonces sí, muy viejo. Tan viejo como los dinosaurios culpables del desastre. Mi generación, tan mísera y hambreada como la de estas muchachas, no se adapta a pagar por “hacer el amor”. Menos con niñas. Una buena señal, después de todo.


Inicio | Puerto Rico | Cuba | Internacionales | La otra Cara | Cartas de Cuba | Conózcanos
© Fecha de Fundación 30 de Julio 2003 El Veraz - Derechos Reservados