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| El Veraz. | San Juan, Puerto Rico |
Mujeres de la vida

Esteban Casañas Lostal

Siendo muy pequeño y visitando a mi abuela en el barrio La Victoria en La Habana, cada vez que llegaba la hora de partir para cualquier lugar acompañado de mis primos, ella siempre nos decía con la exactitud de un cronómetro ; No pasen por tal calle, ni por ésta otra, ni por aquella. La curiosidad nos picó como a cualquier muchacho y le preguntábamos; abuela ¿por qué? Ella casi siempre nos respondía esquivamente de una forma que no aclaraba nuestras infantiles dudas, por lo general nos decía que era, porque en esas calles andaban sueltas algunas mujeres de la vida.

Nunca la comprendí y confundía mi pobre concepto sobre lo que interpretaba como "vida".

Pasaron muchos años y mi dulce abuela falleció como cualquier ser carnal, pero en la mente se me quedaron gravadas para siempre aquellas palabras que usaba cuando quería referirse a las putas.

Muchísimos años más tarde, lo que nunca imaginó aquella tierna viejita y siendo muy joven, comencé a recorrer el mundo y comprobé, que eran muy pocos los lugares donde no existían las mujeres que ella llamaba de la vida.

Un día cualquiera del año 1978 llegué a islas Canarias procedente de las islas de Sao Tomé y Príncipe, me dirigí a un bar en lo que llaman Las Palmas Vieja para entregar unas cartas a su dueña y luego decidí quedarme a tomar unas cervezas. Tenía dinero para hacerlo porque contrabandeaba y robaba, siempre traté de ser honrado y honesto, pero desafortunadamente en el país que vivía bajo el régimen que tanto defienden muchos objetos a los que les escribo esta nota, no robar era de idiotas, allí cada cual roba lo que puede y esta acción se considera un mérito.

Estando en la barra se acerca una mujer y me pregunta si yo la invitaba a una cerveza, era una mujer de la vida, la reconocí por aquellas antiguas descripciones de mi abuela. Por cada invitación que le hiciera ella se ganaría un tanto por ciento. Hacia diez meses que estaba cumpliendo la estúpida Misión Internacionalista en Angola y no conocía a mi hija con varios meses de nacida, necesitaba hablar con alguien urgentemente y desahogar un poco todo lo que llevaba dentro, no vacilé un segundo en aceptar su propuesta. Aquel día coincidimos en el lugar y el tiempo exacto, dos seres con las mismas necesidades de comunicación. La conversación duró varias horas y tocamos todos los temas. Allí olvidé por primera vez que estaba ante la presencia de una mujer de la vida a la que injustamente siempre había rechazado involuntariamente. Conversábamos como buenos amigos de toda una vida y espontáneamente la obsequié con los halagos que a toda mujer le gusta recibir de un hombre. No escatimé piropos que ella recibía muy gustosa, así, hasta llegar al punto que debía dolerle, el de su oficio. Ella me lo explicaba con mezcla de dolor y orgullo, la comprendí y sin embargo, aquella mujer no me inspiró lástima, compasión ni tristeza, todo lo contrario, el primer sentimiento que experimenté fue de admiración ante tanta sinceridad.

A partir de ese momento aprendí a respetar a esas mujeres porque comprendí que todas no eran iguales, esa por lo menos era vendedora de placeres, pero de todo su ser brotaba amor en cada palabra que pronunciaba. Los motivos por los que se metió en la prostitución son muchos y harían muy extensa esta nota dirigida a seres inanimados y vulgares.

Para tener una idea exacta y así poder establecer una comparación entre esta señora, mejor dicho, aquella dulce señora y tipos que desahogan sus frustraciones en contra de ellas, es que me siento motivado a escribir estas líneas, lo hago por varias razones y entre ellas una muy importante, yo soy hijo de una mujer que no era de la vida, pero mujer al fin y al cabo como aquellas. Hay gente (por llamarlas de alguna forma) que hoy viajan a Cuba y su contacto directo al salir del hotel o sin salir de ellos contando con la complicidad de aquellos que "luchan el varo", lo tienen con esas muchachas que se ven obligadas a vender su cuerpo. ¿Saben por una de esas casualidades de la vida, cuáles fueron las razones que las empujaron a ello? ¡Claro que no!, no todas son económicas, no todas son políticas pero razones existen. ¿Cómo interesarle a un despiadado extraño que solo viaja por placer? ¿Placer? ¿Turismo? ¿No será también en la búsqueda de experiencias fuertes con jóvenes muchachas? ¿ Muchachos? Lejos del lugar donde puedan condenar como depravadas sus inclinaciones.

En la viña del señor hay de todo, antes éramos el prostíbulo de Norteamérica, hoy lo somos con un carácter más internacional y barato, donde un simple comemierda con una carta de crédito que no sobrepasa los $1500 dólares, se tiempla a una chica de la misma manera que antiguamente hacían los millonarios. ¿Perdieron su dinero los ricos o las putas llegaron al límite de la miseria? Como quiera que sea, hoy parten de la isla cargados de experiencias fuertes vividas en el paraíso donde un día se soñó existieran los descendientes de Adán y Eva, parten cargados de ilusiones algunos y otros defraudados, unos creyendo haber encontrado al amor de su vida, otros que luego son estafados y me surge una pregunta, ¿acudieron al lugar adecuado en busca de ese amor que en sus tierras no encontraron? Nadie tiene respuestas a estas preguntas, ¿saben por qué?, porque para encontrar el amor no existe un lugar indicado, puede ser en La Habana, Las Ramblas de Barcelona, Las Palmas de Gran Canaria, Las Cortes de Bilbao o el Saint Pauli de Hamburgo. El amor existe y no lo digo yo, el amor se encuentra en todas partes, quizás al doblar nuestra esquina, allí está y solo es necesario buscarlo. El amor está al alcance de todos nosotros, vive en cada mujer, no importa que sea doctora, que sea una maestra, una policía o simplemente una cubana jinetera, el único problema es encontrarlo. Si te estafaron eso no es problema de nadie, ni del japonés, ni del chino, ni del español y menos aún de un cubano que vive en su isla desesperado. De lo que si no tengo dudas es de algo muy importante, no todas las cubanas son jineteras, ni todas las jineteras son putas, me viene a la mente aquella honorable mujer de Canarias.


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