Human
Rights Watch
Clima
de temor
Las prácticas represivas del gobierno de Raúl
Castro documentadas en el presente informe han generado un clima
de temor que ha afectado profundamente a los disidentes y la
sociedad cubana en general.
El
temor a la represión determina la conducta de los cubanos,
ejerciendo presión para que participen en actividades
a favor del gobierno y disuadiendolos de expresar su disenso
o de involucrarse en actividades que puedan percibirse como
“contrarrevolucionarias”. Las personas que expresan una opinión
política distinta viven bajo el temor constante de sufrir
hostigamiento, golpizas o detenciones.
El uso generalizado de la vigilancia y los infiltrados por parte
del gobierno genera un entorno en el cual los cubanos sienten
que son observados constantemente. La vigilancia no sólo
provoca ansiedad, sino que además propicia la desconfianza
y las sospechas entre los miembros de la comunidad de disidentes.
Esta desconfianza se extiende a las instituciones y las leyes
encargadas de proteger los derechos de los cubanos. Los disidentes
expresaron una absoluta falta de confianza en la capacidad de
los tribunales de garantizarles un juicio justo.
El temor es un aspecto central de la estrategia de aislamiento
del gobierno cubano, que ejerce presión sobre amigos
y familiares para que corten los vínculos con los disidentes.
El aislamiento, sumado a otras formas de hostigamiento, tiene
un fuerte efecto emocional y psicológico en los disidentes
y sus familias. Puede causar depresión o trastornos psicológicos
crónicos.
Autocensura y lealtad forzada
El temor lleva a las personas a participar en actividades a
favor del gobierno y a mostrar su lealtad al partido. Tener
un empleo, pertenecer al “comité de defensa de la revolución”
local y al sindicato del estado, y asistir a actos de apoyo
al gobierno son actividades que se perciben como modos de demostrar
la lealtad al proyecto “revolucionario”. No participar equivale
a mostrarse como sospechoso, o incluso peligroso.
Según la defensora de derechos humanos Ramona Sánchez
Ramírez, “[t]odo funciona a través de miedo y
terror.... La gente sabe que tiene que ir [a actividades revolucionarias],
porque si no se buscan problemas”
“Gerardo Domínguez”, un joven de La Habana, le dijo a
Human Rights Watch que su comité local de defensa de
la revolución tomaba lista durante los encuentros y los
eventos oficiales, y transmitía los nombres de quienes
no asistían a los agentes de seguridad.
El temor también disuade a las personas de expresar su
disenso o participar en cualquier actividad que pueda percibirse
como “contrarrevolucionaria”. Disidentes y no disidentes por
igual señalaron reiteradamente que cualquier forma de
disenso podría dar lugar a actos de represión,
como detenciones, golpizas, encarcelamiento u otras medidas.
Pedro Pablo Álvarez Ramos, ex preso político y
líder de un sindicato no autorizado, describió
el sistema de la siguiente manera:
En Cuba todo el mundo tiene un expediente. Si usted no está
en el marco que cumple con lo establecido [por] el régimen
o no está dispuesto a llevar a cabo las tareas que ellos
les asignen, si usted no quiere tener esa actitud o formar parte
del partido, el comité, entonces son marginados... los
consideran como proclive a cometer delitos. En Cuba para todo
tiene que ser revolucionario.
El defensor de derechos humanos Rodolfo Bartelemí Coba
dijo a Human Rights Watch, “Vivimos las 24 horas del día
preparados para ser detenidos en cualquier momento.... A veces
aplican [el castigo] en esos momentos, a veces en otros momentos,
pero permanentemente lo aplican cuando ellos [lo] estim[a]n
conveniente.”
Alexander Santos Hernández describió la amenaza
de represión como constante, y se refirió a Cuba
como “un sistema ya diseñado para encausarlo”. Dijo que
esto resultaba aún más evidente en el caso de
la disposición sobre “peligrosidad”, a la cual describió
como “una ley ya lista [por la cual te pueden] acusar en cualquier
momento. Es como una trampa para un ratón que esta con
la boca abierta, y nada mas hay que pasarle por delante y en
un solo día ya estás en la prisión”. Acerca
de la ley de “peligrosidad”, Eduardo Pacheco Ortíz dijo,
“[s]iempre le están metiendo miedo con esta ley. Todo
opositor que arremete a la oposición ha sido reprimido
con miedo”.
Varias personas señalaron que habían moderado
deliberadamente su participación en
actividades que pueden considerarse críticas del gobierno
para evitar ser arrestadas.
William Reyes Mir fue anteriormente miembro activo de un grupo
político poco numeroso, de hablar con personas que no
fueran locales podía despertar las sospechas del comité
“revolucionario” barrial, y que hablar sobre derechos humanos
podía tener como resultado el encarcelamiento.
Los blogs locales cubanos permiten conocer cómo el temor
se filtra en la sociedad cubana en general. Reinaldo Escobar,
ex periodista que se transformó en autor del blog “Desde
Aquí”, escribió:
Se puede asegurar que en Cuba la inmensa mayoría de las
personas que viven hoy en el territorio insular, nunca ha sufrido
en carne propia una represión directa del gobierno. A
pocos los han llevado a [la prisión de] Villa Marista,
a muchos ni siquiera los han visitado [las autoridades] para
advertirles que se están portando mal. La mayoría
de las personas no ha sido despedida de su trabajo o expulsada
de la escuela a causa de sus opiniones políticas...
¿Por qué entonces ese dedo índice cruzando
los labios, esos ojos desorbitados, ese horror reflejado en
el rostro de mis amigos, cuando en sus casas cometo la indiscreción
de hacer un comentario político al alcance de sus vecinos?
Ya sabemos donde están aquellos que lucharon frente al
miedo... los paralizados están aquí en torno nuestro,
esperando a ver qué hacen los valientes.
Yoani Sánchez, autora del blog “Generación Y”,
escribió: Poco, muy poco –me aclaran [los vecinos]- puede
hacerse ya para que no toquen a mi puerta una mañana
bien temprano. En espera de eso, quiero señalar que no
guardo armas bajo la cama. Sin embargo, he cometido un delito
sistemático y execrable: me he creído libre...
Mas no se confíen; no soy del todo inocente. Llevo en
mi haber un montón de fechorías: he comprado sistemáticamente
en mercado negro, he comentado
en voz baja –y en términos críticos- sobre quienes
nos gobiernan, he puesto apodos a los políticos y comulgado
ante el pesimismo. Para colmo, he cometido la abominable infracción
de creer en un futuro sin “ellos” y en una versión de
la historia diferente a la que me enseñaron. Repetí
las consignas sin convicción, lavé los trapos
sucios a la vista de todos y –magna transgresión- he
unido frases y juntado palabras sin permiso.
Si bien algunos señalan el surgimiento de estos blogs
como una prueba de que el gobierno de Raúl Castro tolera
el disenso, el acceso a muchos de ellos ha sido bloqueado dentro
de Cuba. Asimismo, el acceso a internet sólo se encuentra
disponible en unos pocos centros administrados por el gobierno
y hoteles para turistas, donde el costo es de, aproximadamente,
US$ 5 por hora, es decir, un tercio del salario mensual en Cuba.
Las conexiones privadas de internet requieren autorización
especial del gobierno, y sólo se conceden excepcionalmente.
Por esta razón, los autores de blogs a menudo escriben
sus publicaciones en las computadoras en sus casas, las guardan
en dispositivos de memoria extraíbles y actualizan la
información a través de conexiones ilegales. Paradójicamente,
quienes escriben estos blogs casi nunca tienen la posibilidad
de verlos. En una publicación de agosto de 2009 en un
blog, su autor, Luis Felipe Rojas, expresó: “Escribo
sin poder contestarle a quienes apoyan o rebaten mis pobres
argumentos. Jamás he podido ver este blog on line”.
A
su vez, como señaló el novelista Ángel
Santiesteben en su blog, las personas que escriben con tenor
crítico se exponen a “la pérdida de los amigos,
algunos se alejarían por miedo a represalias”, así
como a amenazas y agresiones físicas por parte de funcionarios
gubernamentales.
Rojas, autor de un blog, fue detenido en forma arbitraria e
interrogado debido a sus publicaciones.
Vigilancia y sospechas
El control constante del gobierno hace que los disidentes sientan
que cada movimiento está siendo observado, y el uso de
infiltrados propicia la desconfianza y las sospechas entre los
grupos.
Los disidentes afirmaron insistentemente que sus teléfonos
estaban intervenidos y que sus conversaciones eran grabadas
por agentes de seguridad, y citaron como prueba de ello que
posteriormente las autoridades les repetían fragmentos
de conversaciones telefónicas o nombraban personas con
las cuales habían hablado. Víctor Yunier Fernández
Martínez le dijo a Human Rights Watch que podría
ser castigado por decir cualquier cosa crítica del gobierno
por teléfono:
Estas palabras que yo estoy hablando contigo ... pueden costarme
la vida. Pueden costarme a mí citaciones. Pueden costarme
que me vengan a buscar aquí ahorita a un carro, porque
aquí todas las líneas telefónicas son gubernamentales
están intervenidas.
El disidente Eduardo Pacheco Ortíz afirmó haber
sido detenido mientras caminaba por la calle el día siguiente
a la entrevista telefónica con Human Rights Watch. En
un llamado posterior, Pacheco expresó “No me dijeron
nada sobre el llamado porque no quieren ponerse en evidencia.
Pero se que es por el llamado”.
Las comunicaciones telefónicas se cortaron decenas de
veces durante las entrevistas de Human Rights Watch con disidentes,
y en varios casos las líneas de los disidentes fueron
suspendidas durante varias horas o días después
de estas. Los disidentes atribuyeron estos sucesos a la interferencia
de los censores.
Los
disidentes afirmaron que los funcionarios del gobierno muestran
deliberadamente su capacidad de vigilancia como una forma de
intimidación. Marco Antonio Lima Dalmau afirmó
que en interrogatorios anteriores, los funcionarios del gobierno
habían mencionado datos que sólo podían
conocer si habían colocado micrófonos en su vivienda.
“Joaquín Durán”, un miembro del clero, afirmó
que cuando fue llevado para ser interrogado por la Seguridad
del Estado, los oficiales tenían una lista de todas las
actividades y reuniones políticas a las cuales había
asistido en los últimos meses.
Varios disidentes dijeron a Human Rights Watch que el gobierno
utilizaba infiltrados para obtener información. Como
prueba, mencionaron los arrestos preventivos que se producían
antes de los encuentros y que los agentes de seguridad sabían
sobre los temas debatidos en grupos poco numerosos. René
Velásquez González —hijo de un preso político
que ha asistido a reuniones de grupos políticos no autorizados—
afirmó que, incluso entre disidentes, era muy cuidadoso
cuando criticaba al gobierno, ya que no había modo de
saber si todos eran confiables.
Desconfianza en los tribunales
Los disidentes afirman que el sistema judicial cubano trabaja
en estrecha colaboración con las fuerzas de seguridad
para reprimir el disenso. En palabras de la disidente Rufina
Velásquez González, “[e]n Cuba sencillamente los
jueces y los jurados son un miembro más de la Seguridad
del Estado. Ellos están allí para que se cumplan
las leyes de la revolución, no la justicia y los parámetros
legales”.
Los disidentes relataron reiteradamente a Human Rights Watch
que no creían en la capacidad de los tribunales de dictar
resoluciones justas ni de cumplir con su obligación de
velar por las libertades fundamentales. Los disidentes se refirieron
a sus juicios como “teatral[es]” y “un show”, y afirmaron que
sus sentencias estaban “escritas de antemano” y “predeterminadas”.
Según Enyor Díaz Allen, “[e]n Cuba no hay derechos....
Cuando quieren, te meten a prisión”.
Otros
disidentes afirmaron que el sistema legal era utilizado para
proteger a los funcionarios del gobierno que cometían
abusos. Ana Margarita Perdigón Brito, una disidente que
sufrió numerosas golpizas por parte de agentes de seguridad,
señaló, “[l]as autoridades están acreditad[a]s
de impunidad.... Violan la ley o no la violen, a ellos no les
pasa nada”.
René Gómez Manzano describió cómo
los distintos poderes del gobierno cubano trabajan conjuntamente
para reprimir el disenso:
Esto funciona ... como una central azucarera en donde usted
primero mete la caña, luego pasa por un trapiche y hasta
que no sale el saco de azúcar por el otro lado, el proceso
no para. Esto es igual: lo coge a usted la policía, entonces
cuando la policía va a la fiscalía dice: “Mire,
detuvimos a este individuo”. Entonces la fiscalía lo
acusa.... Si la fiscalía lo acusa entonces el tribunal
de primera instancia lo sanciona.... Usted apela y cuando llega
al tribunal superior, el tribunal superior ratifica la medida
y punto. Ahí no hay otro tipo de cosa.
Ex presos políticos y familiares de personas que se encuentran
actualmente en prisión relataron que, en los tribunales,
las salas estaban llenas de agentes uniformados y vestidos de
civil, así como miembros de “brigadas de respuesta rápida”,
lo cual generaba un clima amenazador. “La sala estaba llena
de gente armada”, manifestó Yaraí Reyes Marín,
esposa del periodista y preso político Normando Hernández
González, al describir el simulacro de juicio que este
había recibido en 2003. Dijo que la cantidad de agentes
armados, que superaban ampliamente a los familiares directos
de Hernández, hizo que se sintiera atemorizada y aislada.
El descreimiento de los disidentes en la independencia de los
tribunales tiene consecuencias concretas respecto de su conducta
en los procesos legales. Como se señaló anteriormente,
los disidentes optan reiteradamente por no apelar sus decisiones
ni objetar los cargos en su contra, en tanto existe la percepción
de que cualquier objeción — independientemente de que
esté fundada adecuadamente— sólo dará lugar
a una condena más severa.
Así, por ejemplo, William Reyes Mir no apeló su
sentencia de dos años de trabajo forzado por “peligrosidad”,
pese a que el fiscal del estado falsificó las acusaciones
en su contra. Le dijo a Human Rights Watch: “Acá casi
nunca se apela porque las apelaciones son peligrosas.
[Los
abogados] amenazan ... que si apelas te puede salir mal... La
gente apela y sale peor: le suben la sanción”.
Impacto emocional y psicológico
Los actos cotidianos de represión, el encarcelamiento
en condiciones inhumanas y el temor tienen un fuerte impacto
emocional y psicológico en los disidentes. El ex preso
político Víctor Yunier Fernández Martínez
comentó a Human Rights Watch que, desde que fue liberado
en febrero de 2009, temía salir de su casa
En este momento yo me siento tenso, me siento estresado ...
porque ya me condenaron.... No estoy ni saliendo, yo estoy aquí
en mi casa. Tengo miedo [de] caminar, tengo miedo de que me
lleven nuevamente a prisión. Temo por eso porque ya sufrí,
ya sufrió toda mi familia.... Temo por lo que me pueda
pasar.
Las consecuencias emocionales y psicológicas a menudo
se extienden a los familiares de los disidentes. El periodista
Juan Carlos Hernández dijo que, debido a que era detenido
frecuentemente, su esposa comenzó a sufrir ataques de
ansiedad y a tener permanentemente pesadillas en las cuales
su esposo era arrestado. A causa de esto, debió recibir
tratamiento psiquiátrico. Describió la situación
generada por esta intimidación en los siguientes términos:
Sí, tengo miedo. No solamente yo; [también] mi
familia. Vivimos en un constante encierro. Si tocan a la puerta,
no queremos saber quién es, el corazón se nos
quiere salir.... Cuando usted analiza todo ese conjunto de acciones,
[se da cuenta que tienden a] desequilibrarte.
Las esposas y los hijos de presos políticos señalaron
que habían experimentado períodos de depresión
a causa de la reclusión de sus esposos o padres. Cuando
su esposo fue acusado de “peligrosidad” en enero de 2007, Bárbara
González Cruz no pudo levantarse de la cama durante varias
semanas, afirmó su hijo. Dejó de comer y no quería
hablar con ninguna persona.
El
hijo de Rebeca Rodríguez Souto era un adolescente cuando
su padre —el periodista Dr. Alfredo Pulido— fue condenado a
14 años de prisión en 2003.
Rodríguez
Souto dijo que luego de la detención de su padre, su
conducta cambió radicalmente. Se volvió retraído,
no quería asistir a la escuela y se aisló de los
demás.363 Dijo que a menudo sacaba las prendas de su
padre y las ponía sobre la cama, y luego se quedaba mirándolas.
Juan Francisco Sigler Amaya informó que los actos públicos
de repudio que se habían
montado en varias oportunidades fuera de su vivienda habían
aterrorizado a sus cuatro
hijos. Dijo que durante mucho tiempo sufrieron las consecuencias
traumáticas de cuando habían sido asediados en
su casa —y de los cánticos amenazadores, los insultos,
los apedreos y las amenazas que acompañaron dichos sucesos—
y comentó a Human Rights Watch: “[Los hechos] tienen
un efecto muy dañino, que se quedan grabados en su mente
para toda la vida. Los traumatizó y llevarán esa
carga psicológica, de ese horror. [Les generó]
problemas, se asustan de cualquier cosa, no permiten que nadie
entre [a la casa].”.
Varios ex presos políticos describieron un padecimiento
permanente como consecuencia de las condiciones crueles, inhumanas
y degradantes que soportaron en las prisiones cubanas.
Manuel Vázquez Portal, quien fue liberado en 2004, fue
sometido a prolongados períodos de reclusión en
régimen de aislamiento, y emprendió huelgas de
hambre para llamar la atención acerca de las deplorables
condiciones de encierro de él y otros presos. Dijo que
cinco años después de su liberación, continuaba
sufriendo “estados depresivos y [de] irritabilidad”, así
como pesadillas recurrentes sobre su aislamiento, y que debió
recibir tratamiento psicológico.Pedro Pablo Álvarez
Ramos, un preso político que fue liberado en febrero
de 2008, afirmó:
Nunca había padecido de estados depresivos y ahora a
cada rato me sucede. A veces me levanto en la madrugada y pienso
que aun estoy en la prisión. Nadie esta inmune. Uno vive
tantos horrores—es una experiencia tan dura, estar aislado—más
cuando uno no había cometido nada.
Estrategia
de aislamiento
El temor es un elemento clave de la estrategia del gobierno
para aislar a los disidentes de sus vecinos, compañeros
de trabajo, amigos y seres queridos. Las autoridades recurren
a aquello que “Enrique Jiménez”, un miembro del clero,
describe como sistema de “premios y castigos” para aislar a
quienes
perciben como enemigos: el contacto continuo con personas catalogadas
como “contrarrevolucionarias” puede inducir a castigos, mientras
que se premia a quienes los denuncian o aíslan.
En ocho casos, los disidentes afirmaron que las autoridades
ejercían presión sobre sus familiares y amigos
para que cortaran los vínculos con ellos. El disidente
Alexander Santos Hernández, de Holguín, dijo que
las autoridades advirtieron a su amiga de la infancia —una mujer
que nunca había participado en actividades de disidentes—
que su hija sería expulsada de la escuela si mantenía
su amistad con Santos.
En algunos casos, como resultado de la presión de los
funcionarios del gobierno, los familiares ponen fin a sus vínculos
con los disidentes. Enyor Díaz Allen, un disidente de
Guantánamo, dijo que su madre había dejado de
hablarle debido a la presión de la policía.
Digzan
Saavedra Prat, un disidente de Holguín y ex preso político,
dijo que su hermano cortó todo contacto con él
cuando las autoridades le advirtieron que si continuaba manteniendo
contacto con su hermano “mercenario” iba a perder el empleo.
La nuera de Roberto Marrero la Rosa, un defensor de derechos
humanos de Camagüey, trabajaba anteriormente en una fiscalía.
Según Marrero, fue contactada por funcionarios del gobierno
que le dijeron que si quería conservar su trabajo tenía
que divorciarse de su marido (el hijo de Marrero) y entregar
al hijo de ambos en adopción. Marrero contó que,
como se negó, fue despedida.
El ex preso político Eduardo Pacheco Ortíz describió
el efecto que tuvo este aislamiento en la red de vínculos
sociales de su familia en Matanzas:
No
se le permite a nadie dialogar conmigo. Las personas que van
a mi casa enseguida son llamadas por la seguridad de estado
y son reprimidas por ir a mi casa. Entonces la gente—con temor
a perder su trabajo, por temor a que [las autoridades se] la
tomen con alguien de su familia—simple y llanamente dejan de
hablarme.
Rufina Velásquez Gonzáles —hija del preso político
Ramón Velásquez Toranzo— dijo que varios de sus
amigos habían sido contactados por agentes de seguridad,
quienes les habían pedido que informaran secretamente
sobre sus actividades.
Comentó
que el hostigamiento que sufrió en público había
sido un factor determinante para tomar la decisión de
abandonar Cuba e irse a Estados Unidos, y que esta decisión
era aún más difícil teniendo en cuenta
que atrás quedaban su padre, que estaba en prisión,
y su madre y hermano, que habían sido segregados por
gran parte de su comunidad.
El hermano de Rufina, René Velásquez Gonzáles,
quien permaneció en Las Tunas con su madre, le dijo a
Human Rights Watch que las autoridades interrogaban a todos
aquellos que pasaban tiempo con él, y les preguntaban
por qué perdían su tiempo con un “gusano”. Un
día, luego de tomar un refresco con un amigo, los agentes
de seguridad acusaron a Velásquez de intentar adoctrinar
a su amigo con “ideas contrarrevolucionarias”. Luego del incidente,
Velásquez optó por no reunirse más con
sus amigos más cercanos para evitar que tuvieran problemas.
Sus compañeros de trabajo dejaron de hablarle, y su novia
lo abandonó.
Describió la sensación de aislamiento como asfixiante.
“Es como si alguien me pusiera una bota en el medio del pecho
y presionara tan fuerte que casi no me dejara respirar. Cuando
pienso que estoy por asfixiarme, entra un poco de aire. Y luego
siento nuevamente la presión”.
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